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Marco Sifuentes
Periodista

Crónicas Marcianas

Publicado el 1 de abril del 2019

Marco Sifuentes
Periodista

Crónicas Marcianas

Publicado el 1 de abril del 2019

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Hace unas semanas se estrenaron –a falta de una– dos series de televisión que responden a la pregunta que titula este artículo, una interrogante que, sin exagerar, conlleva un subtexto francamente trascendental. Antes de responder la pregunta, hablemos, primero, de las series. O, mejor aún, de los cómics en los que están basadas.

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Avísenme si esta historia les suena: Un misterioso millonario en silla de ruedas reúne a un grupo de sujetos superpoderosos pero rechazados por la sociedad y los convierte en un equipo que lucha para proteger a esa misma gente que les teme y los odia.

«Doom Patrol» apareció bajo el sello de DC Comics en junio de 1963, cuatro meses antes de que Stan Lee y Jack Kirby introdujeran a los X-Men. En su momento, el creador de la Doom Patrol, Arnold Drake acusó de plagio a Stan Lee. Las similitudes eran inagotables. Su creación se enfrentaba a la Brotherhood of Evil, mientras que los mutantes marvelitas tenían como archienemigos a la Brotherhood of Evil… Mutants.

Hacia fines de los 60 ninguno de los dos títulos era popular. Los dos terminan cancelados. Pero uno resucitará poco después, de la mano de un joven escritor llamado Chris Claremont, que convertirá a los mutantes en la máquina de hacer dinero que son hasta ahora.

En cambio, la Doom Patrol, veinte años después de su cancelación –y del trágico sacrificio de su formación original– seguirá languideciendo en el limbo, recordada por un puñado de freaks, olvidada por la mayoría. Hasta que…

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Avísenme si estas historias les suenan: Un misterioso millonario forma una escuela para niños superpoderosos. Una de ellos, la chica que el profesor siempre tiene a su lado, posee poderes que podrían acabar con el mundo. Otro, el más rebelde, vuelve del futuro para advertir del apocalipsis inminente.

«The Umbrella Academy» es un cómic publicado en el 2007 por Dark Horse, la eterna tercera en discordia del mundo editorial comiquero norteamericano. Sus creadores son Gerard Way –sí, amigos emos, el vocalista de la banda My Chemical Romance– y el dibujante brasileño Gabriel Bá. Su primera miniserie, Apocalypse Suite, ganó el Eisner –el Óscar de los cómics– a Mejor Serie Limitada.

La serie que Netflix estrenó hace un mes está basada, en gran parte, en Apocalypse Suite. Y sus dos ejes argumentales parecen sacados de la Dark Phoenix Saga y Days of Future Past, quizás las dos historias más conocidas (y adaptadas) de la época de Chris Claremont en X-Men. Pero allí se acaban las similitudes (“homenajes”) con los mutantes. Porque en estilo, ideas y locura, Gerard Way se basó –honesta y abiertamente– en la Doom Patrol. Pero no en la original, sino en su mutación más psicodélica.

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Avísenme si las siguientes ideas les suenan: El cuadro que se comió París; una fusión entre Dios y Jack el Destripador; una chica con 64 personalidades, cada una de ellas con un superpoder distinto; ser amigo de una calle consciente potencialmente transexual; un cerebro que vive un tubo y que quiere clonarse un nuevo cuerpo –masculino, claro– para poder expresar físicamente el amor que siente por su novio, un gorila superinteligente. Si alguno de estos conceptos les parece familiar, por favor consulten con su especialista en salud mental más cercano. A menos, claro, que ya hayan leído la Doom Patrol de Grant Morrison.

Morrison era uno de esos pocos freaks que recordaban las bizarras historias de la Doom Patrol sesentera. Cuando, en 1989, el escocés se convirtió en el guionista del enésimo intento de relanzamiento del título, no dudó en transformarlo en un artefacto literalmente surrealista (los villanos ahora se llamaban The Brotherhood of Dada). Durante casi cuatro años, Morrison tiró por la ventana todas las convenciones del “realismo” que había impregnado al género superheroico después de Watchmen y Dark Knight Returns. Desde entonces, ha sido el referente principal para todos los creadores con ganas de reivindicar su lado más –a falta de una mejor palabra– pastrulo.

Gerard Way fue uno de ellos. Su Umbrella Academy es la última heredera de un largo proceso de mutaciones sufrido por la Doom Patrol original, con tantas deudas a los X-Men como a Morrison (que le escribió el prólogo). Las primeras páginas de Apocalypse Suite muestran un enfrentamiento entre sus protagonistas contra la Torre Eiffel, piloteada por un zombie robot de Gustav Eiffel. Una escena perfectamente morrisoneana que, como casi todo lo más delirante del cómic, se omite en la adaptación de Netflix.

Doom Patrol es una serie con menos aspiraciones estilísticas –y, al parecer, menos presupuesto– pero con más ganas de dejarse llevar por el absurdo de su material original.

En cambio, la serie de Doom Patrol (producida para DC Universe, un nuevo servicio gringo de streaming, pero que en el resto del mundo podrá ser vista también en Netflix) tiene un supervillano que sabe que está en una serie de televisión y un burro que transmite mensajes interdimensionales a través de pedos. Solo para mencionar los dos primeros capítulos.

No quiero decir con esto que Umbrella Academy no funcione. Nada con Ellen Page y Nathan de Misfits puede salir mal. Menos si los directores se han tomado a pecho el famoso viral de qué pasaría si Wes Anderson dirigiera a los X-Men (aunque eso ya lo había hecho Legion). Pero sí se echa de menos esa dosis de locura surrealista del cómic. Por el contrario, Doom Patrol es una serie con menos aspiraciones estilísticas –y, al parecer, menos presupuesto–  pero con más ganas de dejarse llevar por el absurdo de su material original.

Y quizás eso es lo más coherente. Porque si fueras un tipo despreciado pero superpoderoso, un desadaptado con una familia postiza, si fueras un rechazado en un mundo con monos habladores, figuras paternas manipuladoras y asesinos disfrazados, quizás la única respuesta saludable sería abandonar los dominios de la realidad y de la razón. Terminarías pareciéndote más a Dalí que a Wolverine.

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