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Jaime Bedoya
Periodista y escritor

Dubidubidu

Publicado el 27 de mayo del 2019

Jaime Bedoya
Periodista y escritor

Dubidubidu

Publicado el 27 de mayo del 2019

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No miente ni se equivoca el puertorriqueño Raymond Mundito Medina, versátil entrenador de box que también fuera compositor de música popular, cuando escribe lo siguiente en su celebérrimo bolero En el Juego de la Vida:

Cuatro puertas hay abiertas

Al que no tiene dinero

El hospital y la cárcel

La iglesia y el cementerio

Amén. Say no more. Aunque su poesía sí podría ser susceptible a un par de precisiones en lo que a la segunda puerta – la cárcel- se refiere. El tsunami de responsabilidad penal que ha barrido con buena parte de la clase política y empresarial latinoamericana tras Lava Jato ha demostrado que el pórtico en cuestión también puede manifestarse en forma de puerta giratoria. Con dinero o sin dinero, el corrupto la traspasa.

Nunca mejor expresado musicalmente este enclaustramiento que en El Preso según sabrosa interpretación de Fruko y sus Tesos. Arranca con el grito, casi arenga, de ¡Oye te hablo desde la prisión!¹:

En el mundo en que yo vivo siempre hay cuatro esquinas

Pero entre esquina y esquina siempre habrá lo mismo

La democratización contemporánea de la claustrofobia penal nos da pie para aproximarnos a aquellas músicas que le cantan a la penosa experiencia de la privación de la libertad, sea esta física y tangible o sentimental y doliente. Que es lo que canta el español Braulio en el tema En la Cárcel de tu Piel²:

En la cárcel de tu piel estoy preso a voluntad

Por favor déjame así no me des la libertad

En la cárcel de tu piel no hay más rejas que esta sed

Que aún no acabo de saciar porque bebo de tu ser.

La música con referencias carcelarias recorre transversalmente géneros, épocas y motivos, desde la pena de amor hasta la pena de muerte. Empecemos por esto último.

1. La cárcel de Sing Sing,  Bienvenido Brens (1925 – 2007)

En el lenguaje nativo originario de las costas atlánticas norteamericanas sin sinck quería decir piedra sobre piedra. Así era como se referían al promontorio rocoso que se levantaba en la costa de Ossining, hoy estado de Nueva York. De ahí derivó el nombre que le pusieron a la cárcel que se construyó sobre esas piedras, que casualmente en inglés literalmente quería decir Canta, canta. Es decir, Sing Sing.

La autoría de este bolero patibulario por excelencia reposa en el dominicano Bienvenido Brens. Este compositor originalmente quiso ser médico pero las exiguas arcas familiares solo le permitieron estudiar saxo por correspondencia. Un drástico reajuste vocacional. Ya como músico es que creó estos versos cumbres del género lastímero:

Ayer yo visité la cárcel de Sing Sing

Y en una de sus celdas solitarias,

Un hombre se encontraba arrodillado al Redentor

Piedad, piedad de mí, mi gran Señor.

Primera pregunta: ¿cómo así, a santo de qué, esta voz narrativa hace una visita a una cárcel? No se trata de un museo ni un parque sino un lugar de retención forzosa de personas, a donde a nadie se les ocurre darse una vuelta para estirar las piernas. La canción no da ninguna pista sobre el motivo de esa visitación. Más bien abunda en el previsible trasfondo pasional detrás del encarcelamiento. Dice el recluido:

Yo tuve que matar a un ser que quise amar

Y que aún estando muerta yo la quiero

Al verla con su amante, a los dos yo los maté

Por culpa de ese infame moriré

Los celos, esa enfermedad de la confianza que todo desfigura, yacen latentes como médula espinal de esta canción. No quedando establecida una relación conyugal entre la occisa y el homicida, ni siquiera se desliza el velo promisorio de un noviazgo, no hay por dónde apelar al manido recurso de lo pasional como atenuante ante esta  doble exterminación. El final de la historia es aún más confuso en lo que a la lógica se refiere:

Minutos nada más me quedan ya para respirar

La silla lista está, la cámara también.

A mi pobre viejita, que desesperada está,

Entréguele este recuerdo de mí.

Un momentito: ¿cómo es eso de que ya están listas la silla eléctrica y la cámara de gas? ¿Lo van a ejecutar dos veces? ¿O es acaso la opción del gas tóxico un backup en caso que un apagón afecte a Sing Sing? Este vacío es aún más desconcertante cuando el condenado a muerte elige a este desconocido “que pasaba por ahí” para que le entregue un último recuerdo a su señora madre. Que el vacío lo ocupe la magistral interpretación de José Feliciano³:

Todas estas interrogantes quedaron por siempre sin respuesta. En los últimos años de su vida, que es cuando afloraban con mayor insistencia estas cuestiones, don Bienvenido Arens se vio afectado por un implacable alzhéimer que le imposibilitó cualquier intento de explicación al misterio de Sing Sing.

2. El rock de la cárcel, por Jerry Leiber (1933 – 2011)  y Mark Stoller (1933)

La génesis de esta canción no podría ser más rocanrolera. La pareja creativa de Leiber y Stoller rankea al nivel de duplas inmensas como Lennon-MCartney o Jagger-Richards. Entre otras, a ellos se les deben canciones como Stand by me y Hound Dog. 

Ambos dos músicos hallábase en plan relax en Nueva York de gira con El Rey cuando les entregaran el guion de la próxima película de Presley. Necesitamos una canción para esto, les dijo Jean Aberbach, dueño de la disquera que había comprado los derechos de aquella película. Ellos literalmente lanzaron el guion junto a las revistas turísticas que suelen haber en las habitaciones de los hoteles y se largaron a las calles. Bares, jazz y juerga, eso era vida. Se la pasaron codo a codo con Miles Davis, tremenda joya, y Thelonious Monk. Leiber y Stoller, un empleado de una tienda de discos y un pianista de jazz respectivamente, son de los primeros en ser considerados White negroes musicales. Elvis sería el definitivo.

Al cabo de una semana de esta vida loca Aberbach les toca la puerta, entra y le dice ¿y mi canción? No te preocupes, ahorita la tienes. Estoy seguro, respondió este jalando una silla y colocándola bloqueando la salida de la habitación. Esperaré durmiendo aquí sentado hasta que esté lista.

En cinco horas, aún resaqueados, Leiber y Stoller escribieron cinco canciones. Una de ellas era Jailhouse Rock, el Rock de la Cárcel⁴

Un riff de guitarra y un golpe de tambor bastaron para hacer inmortal una pegajosa tonada de ultra ambivalente letra, en la que algunos han identificado una referencia velada al sexo carcelario. Empieza así:

Un día hubo una fiesta aquí en la prisión

La orquesta de los presos empezó a tocar

Tocaron rocanrol y todo se animó

Un cuate se paró y empezó a cantar el rock

Toda fiesta que se dé al interior de una prisión que no tengan que ver con el Día de la madre o el Día del Preso se presta a equívocos. La cosa se complica cuando atendemos al siguiente párrafo de la canción en la lengua original en que fue escrita:

Number forty seven said to number three

“You are the cutest jailbird I ever did see.

I sure would be delighted with your company

Come on and do the Jailhouse Rock with me.

Ni con manzanas queda más claro. Por si alguna duda subsistiera en una estrofa posterior, esta vez en castellano, se repite un doble sentido implícito:

Un amargado no quiso bailar

Se fue al rincón y se puso a llorar

Llego el carcelero y le dijo así:

“el rock de la cárcel es para gozar”.

Este sería un momento propicio para citar al finado Juan Gabriel en su elegante frase de lo que se ve no se pegunta.

(1) https://www.youtube.com/watch?v=R5YmrtnLESE

(2) https://www.youtube.com/watch?v=idNGZ_44rcI

(3) https://www.youtube.com/watch?v=BuNTkJMmSBA

(4) https://www.youtube.com/watch?v=gj0Rz-uP4Mk

 

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