Yo no lo sabía entonces pero, cuando eres niño, no hay nada más atractivo que lo anormal. Lo raro. Lo que no corresponde. Ahora ya sé por qué me resultó tan atractiva cierta portada de “Supermán presenta: Aquamán”.
(Sí, así, con tildes incorporadas a los castellanizados nombres/logos/trademarks superheroicos: una imposición nacionalista de la obsesivo-compulsiva Comisión Calificadora de Revistas Ilustradas del gobierno mexicano, pero esa es una historia para otro día).
El caso es que aún hoy, treinta años después, esa portada sigue siendo la culpable de que no pueda caer en el cliché de burlarme de Aquaman (tenga o no tenga tilde), como, al parecer, tiene que hacerlo cualquiera que quiera presumir de sus credenciales frikis (cfr. Big Bang Theory, Bob Esponja, etc.). No puedo reírme de alguien que ha perdido a su hijo.
*
Puedo saber el año porque estoy en el Monterrey de Jesús María, lo que quiere decir que es el 87 o el 88. Antes no, porque mis recuerdos serían más difusos. Tampoco después, porque para entonces la hiperinflación ya habría condenado al olvido a ese supermercado, hoy convertido en un deprimente casino. Digamos que es 1987, sobre todo porque suena muy Stranger Things.
En 1987 los supermercados tienen un stand completo, repleto, casi exclusivamente, de cómics. “Chistes” les decimos aún. Casi todos son las infames traducciones mexicanas de Editorial Novaro, de formato reducido y rotulados con una fuente horrenda como de máquina de escribir.
(Ay, Novaro. Será una historia para otro día. En serio.)
Y allí, en ese Monterrey, en ese stand, en medio de ediciones inofensivas de Periquita, Archie y el Pájaro Loco, destaca la mentada portada.
Al centro, desde la base hasta rozar su nombre/logo/trademark, el cuerpo entero, naranja y verde, de nuestro personaje. El de siempre. El de los Superamigos, ese dibujito intrascendente que pasan en las mañanas en Canal 5. Pero algo le sucede, tiene la cabeza rubia agachada, los ojos cerrados en un gesto de pesar. Su mano enguantada se apoya en una lápida que dice “Arthur Curry, Hijo, Descanse en Paz”.
Un momento. ¿Arthur quién? ¿Hijo? ¿Muerto?
Muchas informaciones a la vez. Si solo habías visto los Superamigos, no sospechabas que el tipo tenía una identidad (¿secreta?) al margen de ser Aquaman. Con un nombre normal. Pero además, era papá. Solo que ya no, porque al mismo tiempo que me enteraba del hijo, me enteraba también de su muerte. ¿Un niño muerto? ¿Un niño como yo? Eso sí que no se veía en los Superamigos. Pero hay más en la portada.
*
El caso es que aún hoy, treinta años después, esa portada sigue siendo la culpable de que no pueda caer en el cliché de burlarme de Aquaman (tenga o no tenga tilde), como, al parecer, tiene que hacerlo cualquiera que quiera presumir de sus credenciales frikis
La portada (en el original: Aquaman vol. 1 #62) está dibujada por Jim Aparo. Tampoco lo sabía entonces pero Aparo sería el responsable de la versión definitiva del Aquaman “clásico”. En los 40 y 50, el personaje había sido una copia –descarada y descafeinada– de uno de los personajes más populares de la competencia: Namor. Pero a fines de los 60 todo eso iba a cambiar.
Hacia 1967, Mort Weisenger, el creador de Aquaman, ya era una leyenda en DC. Durante más de una década fue el editor, con una mano de hierro adicta al micromanaging, de todos los exitosísimos y variados títulos de Superman y Batman. Es difícil, hoy, imaginar su éxito. Estamos hablando de millones de ejemplares. La palabra de Weisenger era ley.
Así que cuando Weisenger pidió –quizás encariñado con su vieja creación de juventud– que se hiciera una serie animada de Aquaman para televisión, se hizo. Y con los reflectores mediáticos encima del personaje, había que darle un empujón a su versión impresa. Trajeron a un joven editor fascinado por la ciencia ficción sesentera, Dick Giordano, y a un dibujante rompedor, amante de los rostros angulosos, de los planos aberrantes y de la gestualidad del cine mudo: Jim Aparo.
Algunos dicen que Aparo es un Neal Adams chihuán. Cuando me emociono, yo digo que sus figuras alargadas por momentos son como una versión pop de las de El Greco. Como sea, diez años después de lanzarse al estrellato en Aquaman, dibujaría esa portada memorable. Y tendrían que pasar diez años más (ay, Novaro) para que su versión traducida termine en ese Monterrey de Jesús María.
*
Dije que había más en la portada: al lado opuesto de la tumba de su hijo está Mera, la esposa de Aquaman, convenientemente curvilínea y con su rostro surcado por lágrimas (lágrimas surrealistas dado que todo ocurre en el fondo del mar, como lo evidencian los peces que, indiferentes al dolor de los presentes, recorren el velorio acuático). Y es Mera la que profiere ese diálogo inolvidable, de esa peculiar sintaxis tan Novaro:
–¡Mi hijo está muerto, Aquamán! ¡Y tuya fue la culpa!
¡Un infanticidio en portada! La promesa de esa mise-en-scène de Aparo era única: olvídate de los dibujitos zonzos que ves en la tele. Esta es la firme. Esta es la historia que los adultos no quieren que veas. Hay un mundo más crudo, más brutal, más atormentado, y está en estas páginas. Ábrelas. Léeme. Sé un hombre. Mata al niño.
Abrí la revista y –ya sea porque era un ejemplar fallido o porque los fallidos eran los criterios editoriales de Novaro–, no había nada de eso. Dentro venía una historia más de la Liga de la Justicia. La portada no tenía nada que ver. Ni Aquaman ni niño muerto.
Quizás fue mejor. Esa promesa insatisfecha terminó de instalar en mí, para siempre, la curiosidad por esas otras historias, por las otras vidas de los personajes que veía en la tele, por aquello que no correspondía con el mundo de un niño peruano en los años 80. Por lo raro. Por lo atractivo, lo anormal. Por leer cómics de superhéroes. Gracias, Aquaman. Mataste a un niño pero otro sigue vivo dentro de mí. Y tuya fue la culpa.