Una vida de novela, un personaje fascinante. Blanca Luz Brum, poeta, escritora, militante de izquierda y luego de derecha, pintora y periodista uruguaya atravesó el siglo XX con la fuerza de un tornado. Despertó amores, envidias, controversias y construyó alrededor de su figura un halo de misterio y seducción que no dejó indiferente a nadie.
La niña Blanca, primero huérfana de madre y luego abandonada por el padre, creció escuchando el traqueteo de un tren que no pasaba por su casa. Hay días que, incluso, podía verlo, aunque nadie más en el pueblo donde nació fuera capaz de imaginar que, algún día, una locomotora atravesaría Pan de Azúcar, en Uruguay.
Esa misma mente fantasiosa, que adoptaría el don de construir realidades paralelas, la llevaría a formar un círculo de lecturas entre las niñas de su edad, a escribir sus primeros versos y a mirar por la ventana del convento donde guardaba la secreta esperanza de huir lo antes posible.
El poeta vanguardista peruano Juan Parra del Riego, que por entonces se encontraba en Montevideo, rondaba el convento de las hermanas dominicas donde vivía Blanca Luz. Algunos dicen que la secuestró, otros que ella lo estaba esperando en la puerta trasera. El caso es que huyeron en moto, se casaron, se amaron y al año siguiente, 1925, tuvieron un hijo al que llamaron Eduardo.
A Parra del Riego, enfermo de tuberculosis, no le alcanzó la vida y murió a los pocos días del nacimiento de Eduardo. Blanca, viuda, pobre y con un hijo y un libro recién nacidos (Las llaves ardientes), partió a Lima a conocer a la familia del difunto autor de Polirritmos, Himnos del cielo y de los ferrocarriles o Blanca Luz, libro dedicado a su último amor.
Lima, la horrible, para Sebastián Salazar Bondy fue, en cambio, un lugar deslumbrante para Blanca, quien estrenaba piel de poeta y ropas de diva para instalarse cómodamente en la aristocracia limeña. La intelectualidad del momento le abrió las puertas de los salones y las tertulias. José Carlos Mariátegui quedó maravillado con el nervio y vitalidad de Blanca Luz. De las 32 ediciones que tuvo la revista Amauta, ella publicó poemas en 16. “Es un alma encendida, apasionada, dionisíaca”, escribió Mariátegui sobre su nueva amiga.
Lima, la horrible, para Sebastián Salazar Bondy fue, en cambio, un lugar deslumbrante para Blanca, quien estrenaba piel de poeta y ropas de diva para instalarse cómodamente en la aristocracia limeña.
En 1926 publicó su segundo libro, Levante, dirigió la revista Guerrilla-Atalaya de la Revolución, conoció a otro poeta del que se enamoró, César Miró, y se metió en problemas por sus ideas socialistas. Antes de ser deportada se disfrazó de vendedora de frutas y visitó por última vez a Mariátegui, preso en un hospital.
Con gran fervor revolucionario viajó a Chile y Buenos Aires, quiso formar un ejército libertario para ir a Nicaragua y unirse a Sandino, pero prefirió las palabras como armas en vez de las armas de verdad y continuó con su labor intelectual. En 1928 publicó su novela El reloj de las imágenes caídas, se separó definitivamente de Miró y no volvió a hablar de ese amor que, incluso llegó a negar.
Blanca Luz dirigió la página cultural de los sábados de un periódico revolucionario. Tenía una sección llamada “El arte por la revolución”. Era combativa, llena de arengas y fantasías que recreaban un mundo más justo y mejor.
En un congreso sindical conoció a un líder nato y estrella artística del momento. El pintor muralista mexicano Alfredo Siqueiros apareció con un arco y una flecha y la atravesó con su porte de gigante, su espíritu político y sus dotes de orador. Él estaba casado pero, aún así, partieron juntos a México con el pequeño Eduardo. En el camino ella se había transformado en mexicana con unas trenzas largas y un vestido de Yucatán.
Nuevamente, sus ideas le trajeron problemas. Siqueiros y ella terminaron presos. Ella salió a los dos meses y pasó penurias económicas junto a su hijo, en una ciudad desconocida que, finalmente, le sirvió de inspiración para escribir Penitenciaria – Niño perdido, en 1930 (años después reeditada en Montevideo bajo el título Un documento humano).
Frida Kahlo la odiaba. Diego Rivera y la fotógrafa italiana Tina Modotti, no. Blanca Luz, acostumbrada a navegar entre intelectuales en todos los países en los que recalaba, publicó en diarios y revistas mexicanas mientras recibía las agresiones del amor atormentado de Siqueiros. Hasta que lo dejó para mantener un romance con el magnate Natalio Botana.
Frida Kahlo la odiaba. Diego Rivera y la fotógrafa italiana Tina Modotti, no.
Una vez más, Blanca Luz huye para cambiar de piel, para transformarse en una nueva mujer todas las veces. En esta ocasión partió a Chile, donde contrajo matrimonio con un empresario y diputado. Tuvo una hija, hizo las maletas y partió hacia Buenos Aires para unirse a la causa peronista. Fue secretaria de prensa del propio Perón y, cuentan las lenguas de fuego, que no llegó a escalar más posiciones porque Evita le impidió el paso y le dio 48 para salir del país.
Regresó a Chile, se volvió a casar, tuvo a su tercer hijo y le dio su apoyo a Pinochet. Desolada por la muerte accidental de su último marido y su primer hijo, Blanca Luz huye al último rincón del mundo, a la isla Robinson Crusoe, donde se dedicó a pintar, a escribir y, dicen, a caminar desnuda por el campo.
“Robinson Crusoe, Chile. Bello lugar para deshacer lo hecho, desandar lo andado y deshablar lo hablado”, escribió.
Hay muchos libros que dan luces sobre su vida, como Blanca Luz Brum. Una conversación, seis postales y una vida, de Miguel Albero. así como un documental, No viajaré escondida, de Pablo Zubizarreta. Tantas historias a partir de un personaje único, novelesco y legendario que el tiempo intenta borrar hasta que aparece alguien que intenta contar, una vez más, una vida tan sorprendente como inabarcable.
Blanca Luz Brum (1905 – 1985)