Conocí al primer Jon Snow peruano en 1997, cuando todavía no se llamaba así. Seguro fue en el local de Camino Real de cierta hamburguesería peruana que era rica en los 90. Allí solíamos reunirnos un grupo de gente extraña, adultos capaces de viajar en combi leyendo una historieta de superhéroes, ignorando las miradas condescendientes –en el mejor de los casos– a nuestro alrededor. Éramos la lista de cómics de la RCP.
En una era sin Google ni Amazon, en el Perú, buscar información sobre cómics era tan difícil como comprarlos. Y, en esa época anterior a las redes sociales, tampoco había mucha esperanza de conocer gente como tú. Pero un mail a comics@listas.rcp.net.pe podía cambiarlo todo. Te suscribías y listo: un nuevo mundo de información y socialización se abría ante ti.
Creo recordar que fue mi idea armar reuniones “en el mundo real”. Quizás no. El caso es que, una vez engullidas las hamburguesas, caminábamos un par de cuadras hasta un destartalado Chifa sin nombre en la calle Conquistadores. Era un chupódromo del Centro de Lima en pleno corazón de San Isidro. La cerveza era barata y los cerros de dudoso arroz chaufa también. Hablar de cómics era, a veces, lo de menos. Películas, música y literatura fantástica acaparaban las conversaciones. Mundos vivieron y mundos murieron en ese anónimo Chifa.
En una era sin Google ni Amazon, en el Perú, buscar información sobre cómics era tan difícil como comprarlos.
Debo confesar que, como el universitario misio que era, mi interés inicial por conocer a estas personas en la vida real era su tarjeta de crédito (sorry, amigos: eran los 90, la década neoliberal). Además, en aquellos tiempos, en los que nuestra indómita Tierra del Sol no aparecía en el mapa del comercio electrónico, necesitábamos algo más: una casilla postal en suelo norteamericano. ¡Bingo! Algunos de los listeros tenían un P.O Box. Uno era Jon Snow.
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En esa época no se llamaba como el bastardo de los Stark, obviamente. Dejemos que él cuente su origen secreto, que se remonta al cambio de milenio, el año 2000:
«Tenía mi propio PO Box y hacía pedidos a Milehigh [un servicio de suscripción de cómics], más que nada. Pero también me había suscrito a esos clubs online donde cada mes te mandan una selección mensual, a menos que los contactes y les digas que no la quieres. Te daban cinco libros gratis por suscribirte o algo así. Y me imagino que el business model es que te terminan enchufando la selección mensual cada vez que se te olvida decir que no.
En fin, se me pasó la cancelación varias veces. Acumulé varias novelas de fantasía de casualidad. Una de esas fue A Storm of Swords, edición original de hardcover, antes de que pusieran a Sean Bean y Kit Harrington en las portadas. Una portada genérica.»
Jon está hablando de lo que, recién cinco años más tarde, se traduciría al español como Tormenta de espadas, el tercer libro de George R. R. Martin. Trece largos años después, se convertiría en la tercera temporada de Game of Thrones. Sigue Jon:
«No recuerdo cuántas semanas o meses pasaron hasta que un día, de puro aburrido y sin nada que leer (eso NUNCA pasa hoy en día) decidí chequear una de las compras accidentales. Y a pesar de que desde el comienzo era muy claro que estaba entrando a una historia que ya había empezado (aunque no sabía hace cuánto) igual seguí leyendo. Probablemente porque la prosa de Martin es magistral. Y a pesar de que no sabía quién era Ned Stark, o qué casas estaban aliadas con quiénes, igual me volví fan de Jon, de Tyrion, de Jaime (imagínate comenzar Game of Thrones con Jaime como un “héroe”, más o menos). E igual me sacó de cuadro la Red Wedding.»
La Boda Roja ocurre cuando aún faltan unas cien páginas para que acabe el libro. Solo puedo imaginar el shock de llegar, de pronto, a leer eso sin disponer de un sitio dónde hacer catarsis. En esa prehistoria anterior a los YouTube reactions, los hilos de Twitter… ¡ni siquiera se podían actualizar los estados del MSN Messenger! La soledad del pionero.
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Por esos días, noté que mi amigo había cambiado su correo a LannisterImp@yahoo.com. Imposible de descifrar si no sabes quién es el “gnomo de los Lannister”. No le di mucha importancia. La vida continuó. Jon Snow intentó engancharnos a algunos con la saga. No funcionó.
Varios años después, en el 2007, cuando todos abrimos una cuenta de Facebook, mi amigo se puso Jon Snow. No había otros. No había serie de HBO. Nadie sabía a qué se refería. Yo tampoco. Y así, nuestro Jon Snow era el único Jon Snow peruano (¿el único en todo Facebook?). El primero.
Por supuesto, todo eso cambió en el 2011. Es difícil intentar cuantificar el impacto de Game of Thrones en la cultura moderna. Es probable, como dijo el NY Magazine, que se trate de la última serie que veremos todos al mismo tiempo. Que en el mundo post-Netflix, la tele en vivo se reduzca a los deportes y, quizás, algún evento noticioso suficientemente dramático. Que Game of Thrones sea nuestro último momento de comunión simultánea.
Por supuesto, todo eso cambió en el 2011. Es difícil intentar cuantificar el impacto de Game of Thrones en la cultura moderna. Es probable, como dijo el NY Magazine, que se trate de la última serie que veremos todos al mismo tiempo.
Mientras tanto, el primer Jon Snow peruano seguirá siendo uno más de varios (como le sucederá, dentro de algunos años, cuando cobren conciencia, a todas las Danaerys registradas en la Reniec). Adiós a la exclusividad.
«Siempre me ha parecido bacán que la serie se haya vuelto tan popular. Ese rollo de “a mí me gustaba esto antes de que le gustara a las masas y ahora que le gusta a las masas no me gusta tanto” siempre me ha parecido una cojudez posera. Mientras más Jon Snows, mejor.»
You know something, Jon Snow. Como lo saben todos los que sufrirán con la serie las próximas semanas y compartirán su dolor en las redes sociales: muchas veces, ser el primero no es lo que cuenta, sino no ser el único.