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Peruanos del siglo XX: La historiadora más prolífica y exhaustiva de la cultura peruana nos ofrece lecciones del pasado con las cuales construir un mejor futuro.

¿Quiénes fueron tus padres?

Mi padre fue polaco y mi madre peruana, de familia puneña, o sea que yo siempre he tenido gran estima por ese origen andino, yo creo que eso me ha ayudado mucho a comprender y amar los andes.

¿Usted cuando nació?

Yo nací en Barranco el 8 de agosto de 1915, pero mi padre era bohemio y olvidó inscribirme y me apuntó el 10. Vivíamos en Miraflores, Chosica, Ancón, mi padre no podía estar tranquilo en un solo sitio. Y después nació mi hermana, mi única hermana. A los 5 años mi padre decidió trasladarnos a Europa, a Polonia.

¿Cuánto tiempo vivió en Polonia?

Solo unos meses, porque mi padre compró una finca y luego la vendió. Siempre con esa inquietud de no quedarse en un solo sitio. Vivimos dos años en Polonia, después nos mudamos a Francia.

¿Qué edad tenía cuando se casó por primera vez?

Casi 19, demasiado joven. Escogí un hombre muy guapo que cantaba muy bien, bailaba precioso.

¿Cuándo regresa al Perú?

En 1935 y Lima no me gustó nada, era profundamente campesina, sentía que el verde de Lima era opaco, sucio, no había vegetación, era estrecho, un poco pequeña la gente. La verdadera revelación fue la primera vez que fui al Cusco, me deslumbró el cielo serrano, la vegetación, todo para mi fue una cosa muy especial.

¿Cuándo se empieza a interesar por el Perú?

Yo empiezo a preocuparme del Perú en mi segundo matrimonio. Y yo creo que le debo de agradecer a Alejandro Diez-Canseco por tener raíces, porque hasta esa fecha no tenía raíces, no comprendía el Perú, y él poco a poco fue llevándome a conocer el Perú profundo, a sentir un gran amor al Perú y también a amar la costa, los desiertos, las playas, los cerros.

Su primera influencia como historiadora fue Raúl Porras Barrenechea. ¿Cómo lo conoció?

Estaba convaleciente de una de mis numerosas enfermedades y nos fuimos un invierno a Ancón, que es definitivamente mucho más bonito que en verano y estaba Raúl Porras Barrenechea, que venía siempre a almorzar a la pensión “Paulita”, donde había grandes tertulias después del almuerzo. Una vez Porras me encontró leyendo a Riva Agüero, le llamó la atención que una mujer joven leyera y entonces le conté que quería escribir sobre Pachacutec, entonces me alentó muchísimo. Me dio bibliografía, y después cuando ya terminó nuestra estadía en Ancón, cada vez que tenía un problema lo llamaba por teléfono, venía a cenar, le preparaba una cena francesa, después de la comida hablaba y hablaba, y yo apuntaba todo lo que me decía.

Luego va a San Marcos como alumna libre.

Era terrible porque los cursos principiaban a las siete de la mañana y era la hora que mi hija iba al colegio y mi marido iba a trabajar y reclamaban mi presencia.

¿Por qué no se matriculó?

Mi padre nunca se preocupó de sacar mis certificados de estudio, ni siquiera tengo un papel que acredite que sé leer. Por la guerra era imposible pedirlos al extranjero, sencillamente fui y al principio me dolió no haber estado matriculada, pero a fin de cuentas fue mejor, porque hacia lo que me daba la gana e iba a escuchar a los profesores que más me interesaban.

En 1953 publica su primer libro dedicado a estudiar a Pachacutec. ¿Qué recuerda de esa experiencia?

He trabajado en este libro nueve años, a veces se veía interrumpido, fue muy lento, porque no tenía metodología, poco a poco uno va adquiriendo el método de investigar, de hacer fichas, Porras me ayudó mucho.

¿Qué fue lo que le atrajo de Pachacutec?

Es la persona que forja el estado Inca. Es un personaje que emerge de la leyenda, pero que surge apenas tres generaciones antes de la llegada de los españoles. No es un personaje mítico, es el forjador del incario.

¿Qué otras influencias tuvo en su formación?

Indudablemente John Murra, quién me dio una visión antropológica del mundo andino.

La arqueóloga Josefina Ramos de Cox fue otra de sus influencias.

Fue una amiga muy querida. Así como Porras fue con la historia, Murray con la antropología, Josefina fue con la arqueología. Recorrimos muchos sitios de la costa, cuando nadie la había estudiado. Con ella inicié mi mayor trabajo de campo en el Chillón, me demoré tres años por no tener experiencia.

Se podría decir que es la descubridora de la costa prehispánica, ¿por qué esa elección?

Yo hubiera querido trabajar el Cusco, pero trabajar en la sierra no estaba dentro de mis posibilidades. Me apasioné y busqué documentos de costa, y poco a poco hice Lima, Chillón, Pachacamac, Chincha, Lunahuana, después algo de Chimú, con los documentos de los curacas.

Sus estudios han incorporado la costa al mundo andino.

Yo encuentro que hablar del mundo andino, es hablar de todo, costa, sierra y selva, es un todo geográfico. No podemos dejarlo de lado porque el país es andino, la costa tiene una gran influencia sobre la sierra y viceversa. El Perú es un país andino y serrano.

Usted también cuestionó el mito de Garcilaso como el cronista más verídico.

Yo he roto muchos mitos, los mitos no te ayudan a vivir. Hay que poner los pies sobre la tierra, sobre todo si eres historiadora, tienes que decir la verdad y si no decimos la verdad es mejor ponernos a hacer zapatos.

Su obra encuentra una etapa de reflexión y síntesis con sus libros Historia del Tahuantinsuyo y Estructuras Andinas.

Sí, viene un momento en la investigación en el que tienes que hacer una síntesis, creo que los trabajos monográficos son esenciales para conocer ciertos puntos, pero después mis investigaciones sobre la costa me dieron una perspectiva distinta del incario y como lo vieron los señoríos costeños.

¿Cuáles son sus obras más queridas?

Creo que Los señoríos indígenas de Lima y Canta, la enorme investigación que hay detrás y la cantidad de documentos del siglo XVI y XVII que oponen mucha dificultad. Por ejemplo, los linderos se establecen por un lúcumo, un paredón, una acequia que ya no existen.

Historia del Tahuantinsuyo ha llegado a la mayoría de peruanos, ¿usted la consideraría su obra más trascedente?

Eso lo decidirá el futuro. No esperaba el éxito que tuvo, hay que hacer de vez en cuando un alto en la investigación y retomar el hilo para seguir adelante, ahora pienso en un futuro bastante cercano pienso estudiar Pachacamac y el Señor de los Milagros, mil años de continuidad. Lo que significó en el Perú de antes y lo que significa en el Perú de hoy. Porque el Señor de los Milagros une a los peruanos.

También estudió a Doña Francisca Pizarro.

Doña Francisca es un divertimiento. Me interesó hacer un trabajo sobre ella porque era mestiza, porque se conoce poco sobre las mujeres. Ningún historiador se ha ocupado de mujeres en el siglo XVI.

Usted además destacó a Mama Huaco como la figura opuesta a la dócil y sumisa Mama Ocllo.

Yo creo que la mujer peruana es muy valiosa, porque es la mujer peruana la que saca adelante a los hijos, se pone de vendedora en el mercado. Ese es un poco el aspecto de Mama Huaco, una mujer fuerte y luchadora.

¿Qué nos puede decir de la actualidad?

Lo llamo la crisis de crecimiento, es como si el Perú estuviera en su adolescencia, porque tenemos el Virreinato que nos hizo olvidar que somos un país andino, entonces hay que terminar con parte de esta infancia y entrar en la madurez. Veo que es una crisis dolorosa, pero después de la crisis saldrá un Perú nuevo e integrado. Los problemas en el Perú de hace miles de años eran muy grandes, sin embargo los peruanos supieron superar todas esas dificultades.

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