Valentina Tereshkova nació en 1937 a 300 kilómetros de Moscú. Hija de un tractorista y una obrera textil, Valentina interrumpió sus estudios a los 16 años para trabajar en una fábrica. Ella quería (era su destino) y no quería (le gustaban los paracaídas) un trabajo automatizado. Ante la incertidumbre, tomó un curso por correspondencia para finalizar la carrera de ingeniería y se unió a un club de paracaídas a escondidas de su mamá.
Saltaba de día, de noche, caía en el agua, en la tierra y aprendió a esperar el máximo de tiempo posible antes de activar el paracaídas. Esta experiencia –sumada a su filiación a la Unión de Jóvenes Comunistas- fue definitiva para destacar entre las 400 candidatas a convertirse en la primera mujer en el espacio.
“Oye cielo, quítate el sombrero, estoy en camino”, dijo antes de partir. El 16 de junio de 1963, a los 26 años, la nave Vostok-6 y la cosmonauta Valentina emprendieron una misión de nombre chejoviano: Chayka (gaviota, en ruso).
Valentina dio 48 vueltas a la Tierra en 71 horas.
Valentina dio 48 vueltas a la Tierra en 71 horas. Sufrió un incidente durante el vuelo, que recién se pudo revelar 40 años después por considerarse secreto de estado. Las coordenadas programadas desde la base indicaban acelerar hacia el espacio en vez de volver a la Tierra, pero ella logró salvar la misión e inscribir su nombre en la historia aeroespacial.
En una entrevista posterior al vuelo, Tereshkova dijo que la Tierra era un planeta hermoso y frágil a la vez, pero nunca más volvió a tener esa imagen de los terrícolas. No la dejaron volver al espacio, aunque siguió afiliada al partido y se convirtió en una promotora de la ciencia. Svetlana Savitskaya tuvo que esperar 19 años para ser la segunda mujer en ir al espacio.
La misión Chayka fue un hito en la competencia espacial entre norteamericanos y soviéticos por alcanzar las estrellas. Seis años después de que la primera mujer le diera varias vueltas al mundo, un norteamericano pisó la Luna.
Y de su nombre sí que todos nos acordamos.