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Renato Cisneros
Periodista, poeta y novelista

Que sabe nadie

Publicado el 2 de julio del 2018

Renato Cisneros
Periodista, poeta y novelista

Que sabe nadie

Publicado el 2 de julio del 2018

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Levantado en la primera cuadra del jirón Caribe de El Agustino, reclamando a gritos la mirada del transeúnte con su aparatosa arquitectura de temática soviética repartida en cinco pisos, y con un inusual combo que incluye sauna, snack-bar y karaoke, el hotel Yuri Gagarin quizá sea el único lugar en el Perú que rinde homenaje al primer hombre en llegar al espacio. El peculiar edificio, con diseños alusivos a las cúpulas bulbosas de San Basilio y la fachada del Kremlin, es propiedad del señor Cristóbal Ninamango, peruano que, veinte años atrás, después de haber radicado por una década en Moscú, decidió montar un alojamiento donde condensar toda la fascinación que había despertado en él la cultura rusa, sobre todo el cosmonauta, acaso el héroe contemporáneo ruso más popular.

En junio de 1980, en la avenida Lenin, en Moscú, se levantó un espectacular obelisco de titanio de más de cuarenta metros rematado con la figura del personaje. Gagarin luce allí tan imponente en su rol de superhombre —de lejos parece un Buzz Lightyear metálico— que nadie imaginaría que era un joven menudo cuyos 1,58 metros resultaron claves para seleccionarlo entre los más de tres mil voluntarios que en 1960 se presentaron al concurso que abrió el gobierno soviético para enviar al primer hombre al espacio.  

Un año más tarde, en abril de 1962, Gagarin, al interior de la cápsula Vostok 1, permaneció durante 108 minutos fuera de la órbita terrestre y pasó a la historia. Su proeza, sin embargo, le trajo más de un inconveniente. Al tratarse de una conquista que no tenía que ver directamente con la guerra, y al ser él una persona desvinculada de la política militante, la gente vio en su hazaña el triunfo del trabajador ruso común y corriente. Se volvió famoso al extremo de no poder caminar por Moscú sin ser abordado por el público, tal como contara el propio Gagarin en el libro «Veo la Tierra».

 

Un año más tarde, en abril de 1962, Gagarin, al interior de la cápsula Vostok 1, permaneció durante 108 minutos fuera de la órbita terrestre y pasó a la historia. Su proeza, sin embargo, le trajo más de un inconveniente. Al tratarse de una conquista que no tenía que ver directamente con la guerra, y al ser él una persona desvinculada de la política militante, la gente vio en su hazaña el triunfo del trabajador ruso común y corriente. Se volvió famoso al extremo de no poder caminar por Moscú sin ser abordado por el público, tal como contara el propio Gagarin en el libro «Veo la Tierra».

A la mala gestión de su popularidad se sumaron problemas maritales producto de las constantes infidelidades del cosmonauta y la decisión de sus superiores de no dejarlo volar ningún avión de entrenamiento para evitar ponerlo en riesgo. Deprimido, se refugió en el alcohol, tanto que tuvo que ser internado en un sanatorio para curar su adicción. Una tarde, escapando de su esposa que lo había sorprendido coqueteando con una enfermera, Gagarin sufrió un accidente al caer del segundo piso del sanatorio. Ironía: el primer hombre en llegar al espacio resultó víctima de la ley de la gravedad.    

La muerte de Gagarin, ocurrida en un accidente aéreo, está rodeada de misterio. Hay quienes piensan que los agentes de la KGB lo eliminaron ya que el alcoholismo y sus problemas personales podía depararle al héroe del espacio un final menos épico. Otros aseguran que estaba convirtiendo en una fuerte figura política y eso llevó a sus adversarios a deshacerse de él. Difícil saber qué pasó. El avión en que pereció carecía de caja negra, lo que impide tener datos reales acerca de cómo la nave se precipitó al suelo.

Por la vistosidad del monumento y la trascendencia del personaje, la plaza Yuri Gagarin es parada obligatoria para el turista en su próxima visita a Moscú. Pero si la economía no permite comprar el boleto, pasar un fin de semana en el hotel limeño del mismo nombre, como una forma de aclimatación, es una alternativa a no descartar. El señor Ninamango lo aconseja así: «no viajarás al espacio pero verás las estrellas».

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