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Renato Cisneros
Periodista, poeta y novelista

Que sabe nadie

Publicado el 17 de diciembre del 2018

Renato Cisneros
Periodista, poeta y novelista

Que sabe nadie

Publicado el 17 de diciembre del 2018

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En una cena con amigos conversamos sobre el caso Woddy Allen. Su última película, «A rainy day in New York», se encuentra en el limbo y eso, como fans suyos, mejor dicho, de su trabajo cinematográfico, nos inquieta. La productora a cargo de la cinta, Amazon Video, no ha fijado hasta el momento una fecha para su estreno, en lo que parece ser una evidente reacción a las acusaciones por agresión sexual de que Allen ha sido objeto en los últimos años. Los más pesimistas creen muy posible que «A rainy day…» no sea proyectada nunca.

Luego de que, en enero de 2018, Dylan Farrow, la hija que Allen adoptó en 1985 junto a su ex esposa, Mia Farrow, se presentara en la cadena CBS para reafirmar la denuncia por abuso sexual que hiciera en 1993 contra su padre adoptivo, muchas actrices de Hollywood que participaron en cintas del director neoyorquino han marcado distancia con él. Natalie Portman («Todos dicen I love you», 1997) se solidarizó públicamente con Dylan; Greta Gerwig («Roma con Amor», 2012) dijo sentirse arrepentida de haber trabajado con él; mientras Mira Sorvino («Poderosa Afrodita», 1995) aseguró que lo hecho por Allen «no tiene perdón». Hubo alguna que incluso se refirió a él en una revista como «ese cerdo».

En su momento, la denuncia fue investigada durante catorce meses por los servicios de bienestar infantil de Nueva York, también por el Child Sexual Abuse Clinic Hospital de Yale-New Haven, uno de los tres centros de EEUU dedicados exclusivamente a la investigación y tratamiento de la violencia contra menores. Tras varias pruebas periciales y sesudos informes forenses, ambas entidades concluyeron: «no se han encontrado pruebas creíbles de que el menor mencionado haya sido abusado o maltratado. Por lo tanto, su denuncia se considera infundada».

Aquellos argumentos técnicos, que sí resultaron convincentes para los jueces que declararon inocente al cineasta, no han persuadido a quienes creen que Woody Allen es, básicamente, un agresor sexual, entre ellos su propio hijo, Ronan Farrow, nada menos que uno de los artífices del movimiento #MeToo, quien recientemente recibió el Premio Pulitzer por un reportaje en The New Yorker sobre los abusos sexuales hacia mujeres por parte del productor de Hollywood Harvey Weinstein.

Todo esto forma parte de un momento social tan difícil como necesario de vivir. La línea entre la justicia y el exceso es muy delgada y hay que cuidarnos de que traspasarla sea una excepción, no una malacostumbre.

La relación entre Ronan y Allen, más allá de la denuncia de Dylan, tiene sus propias complicaciones, pues desde hace años se viene alimentando el rumor de que el verdadero padre del joven periodista y abogado de 31 años sería Frank Sinatra, primer esposo de Mía Farrow.

Lo que sucede con Woody Allen se parece en algo, no en todo, a lo que pasa con Morgan Freeman, a quien dieciséis personas —entre hombres y mujeres que prefirieron mantenerse en el anonimato— acusaron en mayo de este año de haber tenido en el pasado «un comportamiento indebido que derivaba en acoso». Algunos decían haber sido víctimas de «tocamientos sin consentimiento». Ante tales señalamientos, el actor hizo el siguiente descargo en The Hollywood Reporter: «Cualquiera que me conoce o ha trabajado conmigo sabe que no soy alguien que intencionalmente ofendería o haría sentir incómodo. Me disculpo con cualquiera que se haya sentido incómoda o irrespetada, nunca fue mi intención».

Las imputaciones a Morgan, sin embargo, se diluyeron sin que intervenga la justicia luego de que nadie, absolutamente nadie, presentara una sola prueba del supuesto acoso. En un artículo recientemente publicado en un blog de la web de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, el periodista mexicano Tomoo Terada opina que lo de Freeman fue fruto de un reportaje manipulado por una periodista de la CNN, Chloe Melas, quien fabricó una única evidencia para acusar al actor al editar un vídeo para que un chiste de Freeman quedara fuera de contexto.

Otros actores se han visto implicados en denuncias similares, algunas de las cuales han sido probadas con tal contundencia que el agresor ha perdido, merecidamente y en simultáneo, el trabajo, el prestigio y la fidelidad de sus viejos seguidores, que se debaten entre si seguir disfrutando o no de la obra de un violador.

Todo esto forma parte de un momento social tan difícil como necesario de vivir. La línea entre la justicia y el exceso es muy delgada y hay que cuidarnos de que traspasarla sea una excepción, no una malacostumbre. Ante una denuncia de acoso o violación, el impulso natural de todos aquellos que queremos desterrar el machismo es creer en la denunciante, en su dolor, en su necesidad de quitarse de encima esa experiencia traumática, sin importar cuánto tiempo haya transcurrido entre el hecho y la acusación. Lo que más nos interesa a continuación es que los hechos se prueben lo más rápido posible para que el victimario reciba la sanción que corresponde y no quede lugar para la más mínima sospecha de nadie.

Como señaló el escritor Javier Cercas en una columna, «la lucha por la igualdad y la integridad de las mujeres es una lucha justísima, pero, mal defendida, la lucha más justa puede convertirse en la más injusta».

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