Algunos son una minuciosa compilación de reflexiones acerca del proceso creativo de su autor. En otros se advierte una suma de ideas de índole política, histórica o psicológica. La mayoría consigna información sobre la cotidianidad doméstica, sobre las manías, neurosis, costumbres, amistades, angustias, fobias, contradicciones, es decir, sobre todo aquello que ocurre en la dimensión más privada de un escritor.
Hablo de los diarios, el género literario de la intimidad, que en el Perú tiene en Julio Ramón Ribeyro quizá a su exponente más logrado. Refiriéndose a los apuntes recopilados en «La Tentación del Fracaso», Ribeyro señaló: «El diario se convirtió para mí en una necesidad, en una compañía y en un complemento a mi actividad estrictamente literaria. Más aún, pasó a formar parte de mi actividad literaria, tejiéndose entre mi diario y mi obra de ficción una apretada trama de reflejos y reenvíos».
Hablo de los diarios, el género literario de la intimidad, que en el Perú tiene en Julio Ramón Ribeyro quizá a su exponente más logrado.
Hay diarios célebres, conmovedores, imprescindibles. Los diarios de Kafka. O el de Césare Pavese, titulado «El oficio de vivir». O «La conciencia uncida a la carne», que reúne los diarios de madurez de Susan Sontag. O los diarios de Tolstoi. O los de John Cheever. O el diario de la atormentada poeta Alejandra Pizarnik, con esa anotación trágica: «¡Morir! ¡Claro que no quiero morir! Pero, debo hacerlo. Siento que ya está todo perdido». O los diarios de Virginia Woolf, donde dedica páginas de páginas a ensayar ideas sobre el amor: «el amor es una ilusión, una historia que una construye en su mente, consciente todo el tiempo de que no es verdad, y por eso pone cuidado en no destruir la ilusión». En esa misma línea, cabe mencionar los diarios sentimentales que Anais Nin empezó a escribir a los once años y actualizó por décadas.
Otra joya son los diarios del portugués Fernando Pessoa. O El Diario de Invierno de Paul Auster. O los diarios del argentino Ricardo Piglia, firmados por su alter ego, Emilio Renzi, y compendiados en tres volúmenes: Los años de formación, Los años felices y Un día en la vida, donde dice: «¿Cómo se convierte alguien en escritor —o es convertido en escritor—? No es una vocación, a quién se le ocurre, no es una decisión tampoco, se parece más bien a una manía, un hábito, una adicción, si uno deja de hacerlo se siente peor, pero tener que hacerlo es ridículo».
¡Hay cientos de diarios!
A esa tradición añado ahora un diario que leí recientemente. Se titula «Al Día» y pertenece al periodista y escritor español Jesús Ruiz Mantilla. Instigado por sus hijas, que al cumplir 50 años le reglaron un cuaderno para que «les escriba algo», Mantilla decide alternar notas en prosa con poemas e ir así contándoles a Paula y Cristina las ilusiones y preocupaciones de su padre, como para que lo idealicen menos y lo quieran más. Se trata de un libro bello, rematado con una prosa al que no le falta ni sobra nada, y donde vemos al autor recopilar amistades, frecuentar conciertos, rabiar por los más oscuros sucesos políticos, y celebrar la vida con una envidiable urgencia sentimental. El de Mantilla, además, consigue el efecto de los buenos diarios: deja al lector preguntándose si no habrá llegado el momento de escribir el propio.