Diciembre es el mes en que infaliblemente se pregona un imposible biológico: que los peces beban en el río.
Determinan las leyes naturales que los peces de agua dulce no beben agua. En ellos el agua entra pasivamente por si sola. Más bien necesitan con urgencia expectorar ese líquido, caso contrario transitarían rumbo al cebiche. Su eliminación supone una sofisticada orina de carácter muy diluido, nivel extra virgen.
El imposible fisiológico de que beban y beban y vuelvan a beber solo se da en virtud de la constancia de un género musical que es banda sonora de dispepsia panetonera: el villancico
Desde el siglo XVI los villancicos acompañan las festividades navideñas católica, extendiendo desde ahí su son bienhechor a aeropuertos y centros comerciales del mundo todo. El fenómeno tuvo rasgos de mercadotecnia cuando un fraile – Ambrosio Montesino- le cambió la letra a canciones populares que versaban sobre el amor y sus tentaciones carnales para que desde entonces se refirieran la natividad.
Puede haber navidad sin plata, bendito sea el polifuncional neologismo estar chihuán en estas épocas consumistas, pero no puede haber navidad sin villancico. Repasemos tres.
EL TAMBORILERO, 1941
La coda musical del niño pobre que no tiene otro regalo que darle al niño Dios que el repique monocorde de su tambor se remonta a una fábula checa. Fue la norteamericana Katherine Kenicott Davis quien en los años 40 le dio la música y letra que hoy se conoce y que gracias a las regalías le han asegurado la vida a su descendencia.
Se trata de un ostinato, pieza de ritmo y tempo invariable y melodía obsesiva que van conduciendo la canción hacia un crescendo majestuoso. Es tributo del pre existente Bolero de Ravel. Existen versiones tradicionales como la del emperador de la música orquestal de ascensor Ray Conniff(1). Pero también ha sido interpretada por inimaginables como Ray Charles, Ringo Starr, Bob Dylan, Marlene Dietrich. Justin Bieber, Boney M y David Bowie.
Bowie odiaba la letra original. Para efectos de un dueto histórico que hiciera con Big Crosby para un especial navideño de 1977 cambió su parte, dejando que Crosby se aferre a la versión tradicional (2). En el video Bowie habla hasta de Papa Noel y se permite hacer un chiste de como él oía música antigua, como la de un tal John Lennon (3). Crosby fallecería apenas semanas después de esta grabación.
Por respuesta al ropompon del tamborilero, el niño Jesús en su infinita bondad y paciencia finalmente le regala una sonrisa piadosa al ruidoso. Nadie, pero nadie, ha interpretado mejor este villancico en toda su emotividad sentimental que el gran Niño de Linares, Raphael. En su última versión, (2013), un hipnótico video en que Raphael comparte el protagonismo consigo mismo, es mayestático. Es tan grande la interpretación que hace creer, a lo Chuck Norris, que no es que Jesús sonría para Raphael sino que Raphael sonríe para el niño Dios. Mírenlo y crean (4).
VEN A MI CASA ESTA NAVIDAD, 1969
Sinatra del Franquismo es el más horrendo e injusto apodo que se le puso a don Luis Luisito Aguilé. Este argentino devenido en español adoptivo con sus casi dos metros de alto y facciones tipo Chabelo, el mexicano eterno, pareció siempre un niño inmenso. Fue un prolijo compositor, llegando a guarismos solo comparables con su obsesión por coleccionar corbatas (tenía más de 800). Aguilé era un crooner con glamour demodé, que impostaba un fascinante acento francés nadie sabe por qué- su versión de Camarero, champagne (5) es imperdible- teniendo alcances literarios como cuando quedó finalista del Premio Planeta o cuando tuvo problemas por Hugo Chávez por su tema Señor Presidente y con Pinochet por la canción De Hombre a Hombre.
Cuando salí de Cuba es una de sus canciones emblemáticas, que además de éxito no pocos epítetos le han valido al ser asociada con la llamada gusanería cubana. Pero su canción de canciones, la que te hace llorar así lleves líquido refrigerante en las venas, es su emblemática Ven a mi casa esta navidad. Cántala Luisito (6).
MI BURRITO SABANERO, 1972
Toda nación que respete tiene su cantor popular, su poeta de la obvio. Así como el Perú tuvo a don Augusto Polo Campos, Venezuela tuvo a don Simón Díaz. El Tío Simón, como era conocido, hizo popular la primera versión de El Burrito Sabanero, composición de su socio musical homónimo del líder troskista peruano, Hugo Blanco.
El ritmo caribeño 2/4 del tema lo ha hecho popular alrededor del mundo, habiéndose grabado en diversos idiomas. La versión en inglés lo canta así:
With my Little donkey i go walking all the way to Bethlehem
See me go, see me go, on to Bethlehem I go
La pegajosa estrofa onomatopéyica de la canción – tuqui tuqi tuquituqui / tuqui tuqui tuquitú– está siendo antojadizamente interpretada como una visionaria referencia a una manifestación social venezolana. Se trata de los tukis, una tribu urbana afín a la palomillada faltosa y las motocicletas de baja cilindrada. Los varones suelen teñirse los bigotes de amarillo y responder a nombres como Brayan, habiéndose hechos conocidos por piropos absolutamente fuera de lugar hacia las mujeres.
Como dicen los políticos cuando se les acusa de algo, dicha imputación no resiste el menor análisis. Nada tienen que ver los tuquis con los tukis. Los tuquis del villancico hacen alusión al sonido de los cascos del burro camino a adorar al Niño. Acompasado andar que reúne a tirios y troyanos, a justos y pecadores, en un ecuménico abrazo navideño que lo incluye a usted, melodioso lector.