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Renato Cisneros
Periodista, poeta y novelista

Que sabe nadie

Publicado el 2 de julio del 2021

Renato Cisneros
Periodista, poeta y novelista

Que sabe nadie

Publicado el 2 de julio del 2021

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Salgo del museo Franz Kafka en Praga entusiasmado por haber accedido a la correspondencia sentimental del escritor checo. Sus cartas hablan de unos afectos extrañamente luminosos en un hombre cuya existencia y literatura tendemos a asociar con el ascetismo más gris. Pero no nos confundamos: aún deparándole momentos de indudable felicidad, el devenir amoroso de Kafka estuvo finalmente signado por los grandes asuntos «kafkianos»: el sinsentido, la angustia, el fracaso; tanto así que poco antes de morir confesó que nunca había pronunciado las palabras «te amo».     

Quienes han analizado los diarios del autor de «La Metamorfosis» (Elías Canetti en «El otro proceso de Kafka; Nahum Glatzer en «Los amores de Franz Kafka»; Reiner Stach en «Kafka: los años decisivos», o Daniel Desmarquest en «Kafka y las muchachas», entre otros) identifican a veinte de sus amantes, entre novias y aventuras pasajeras, pero solo le dan importancia a un puñado de ellas. La primera de todas, Felice Bauer.  

Felice era una chica berlinesa sencilla, más bien fría, con quien Kafka mantuvo una prolongada relación epistolar. Se conocieron en la residencia praguense de su amigo Max Brod. Ella vivía en Berlín pero estaba de paso rumbo a Budapest. Aunque la muchacha no le despertaba mayores pasiones, Kafka le propuso matrimonio en una de sus visitas a Berlín. ¿Por qué la convirtió en su novia? Se piensa que la distancia geográfica daba al romance un aire platónico que resultaba fascinante para el escritor, pero luego Bauer lo ‘cautivó’ ayudándole a trascribir sus apuntes y leyendo sus manuscritos. La bautizó «la pequeña mecanógrafa». 

Pero no nos confundamos: aún deparándole momentos de indudable felicidad, el devenir amoroso de Kafka estuvo finalmente signado por los grandes asuntos «kafkianos»: el sinsentido, la angustia, el fracaso; tanto así que poco antes de morir confesó que nunca había pronunciado las palabras «te amo».  

Ciertamente, Felice no fue su primera mujer. Antes Kafka anduvo con varias: una tendera checa (con quien perdió la virginidad); una chica mayor de Silesia cuya identidad se desconoce («ella era una mujer, yo un muchacho»); las actrices Flora Klug y Mania Tschissik y, casi en paralelo, se enamoró de Gerti Wasner, una muchacha oriunda del balneario de Riva, quien reaparecería en su vida en los días en que Felice Bauer ya era su flamante novia. 

Desde Berlín, la insegura Bauer envió como emisaria a su íntima amiga Grete Bloch para averiguar si su prometido seguía detrás de Gerti Wasner. La hermosa señorita Bloch realizó la misión con tal dedicación que acabó acostándose con Kafka; se dice incluso que tuvo un hijo suyo. Los biógrafos lo dicen a rajatabla: de todas las cartas que escribió Kafka, las más eróticas y ardorosas las dirigió a Grete Bloch. 

En la primavera de 1915, tras la ruptura del primer compromiso con Felice —poco antes de pedirle matrimonio por segunda vez—, el escritor salió con «al menos seis» jóvenes, algunas de ellas alumnas de Max Brod. 

Al año siguiente rompió definitivamente con Felice excusándose en el diagnóstico de tuberculosis que acababa de recibir, incapaz de asumir su temor a formar una familia. Al poco tiempo, sin embargo, surgió en él otra vez el deseo marital, esta vez con Julie Wohryzek, la costurera judía que conoció en un sanatorio para tuberculosos. La relación acabó cuando el padre de Kafka se opuso. «Si tu problema es el sexo», le dijo a su hijo, «resuélvelo en un burdel».   

«Si tu problema es el sexo», le dijo a su hijo, «resuélvelo en un burdel».   

Las últimas mujeres relevantes en la vida del checo fueron Mine Eisner, 18 años, convaleciente de una larga enfermedad, para quien Kafka fungió de padre más que de pareja; Milena Jesenská, su traductora —a decir de Canetti, «su relación más sincera»—, quien presentaba un solo inconveniente: estaba casada y se negaba a abandonar a su esposo; y Dora Diamant, judía de 19 años que depositó en él toda la energía que la enfermedad le arrebataba, y quien se mantuvo a su lado hasta el día de su muerte. 

Es una incógnita si Kafka supo o no amar a las mujeres. Lo que sabemos es que amó la escritura como a nadie ni nada. En sus diarios confiesa: «escribir sigue siendo la cosa que más me importa sobre la tierra. Algo parecido a lo que el delirio es para el loco, o el embarazo para la mujer». 

 

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