Al nacer le pusieron de nombre Nancy como su abuela, pero ella decidió cambiárselo por Sylvia. Descendiente de una familia presbiteriana poblada de líderes religiosos en Baltimore, Estados Unidos, a principios del siglo XX, Sylvia cambió de nombre y también de destino cuando visitó París de adolescente con su familia y se enamoró de la ciudad. Al poco tiempo decidió volver sola como voluntaria para trabajar en los campos franceses y luego en la Cruz Roja, donde fue destacada a Belgrado durante la Primera Guerra Mundial. Ser testigo de la destrucción y el horror de la guerra transformó la visión de una joven turista norteamericana en busca de acción en una mujer deseosa de hacer algo grande con su vida. Y lo logró a través de la literatura.
En 1919 fundó la librería Shakespeare and Company, que se convirtió en el centro cultural de la vida parisina de los años veinte, y ella en la mamá gallina, como le gustaba autodenominarse, de autores como Ernest Hemingway, James Joyce, Gertrude Stein o Ezra Pound.
The New York Times la describió como “La joven delgada con vestimenta varonil, con cabello corto, ojos agudos y tranquilos, labios firmes y sensibles, que siempre está lista para recibir visitantes a cualquier hora de la mañana o de la tarde”. Así era ella en su librería, ubicada primero en la calle Dupuytren y luego en el número 12 de la calle Odeón. Y así vivía ella, abrigada por cientos de libros en inglés, una vieja estufa, cómodas sillas desparramadas, alfombras que trajo de Serbia, retratos autografiados de escritores, una mesa con revistas como The Little Review, Dadaists´Journal o Poetry Magazine y una pequeña cocina donde invitaba cafés cuando la conversación se extendía. Más que una librería parecía la casa de una apasionada lectora, de una anfitriona que invitaba a emprender viajes a través de la literatura.
En 1919 fundó la librería Shakespeare and Company, que se convirtió en el centro cultural de la vida parisina de los años veinte
Por más de 20 años Shakespeare and Company fue el refugio de los escritores que ya eran o querían serlo y un lugar vivo y acogedor donde los visitantes, muchos de ellos expatriados norteamericanos, encontraban en Sylvia consejos infinitos para buscar trabajo, una casa donde vivir o, simplemente, un hombro donde encontrar consuelo.
La mujer que estudió Literatura francesa encontró la idea de abrir su propia librería en otra similar, La Maison des Amis des Livres, donde Adrienne Monnier creó un sistema de préstamos de libros para los escritores y sesiones de lecturas y música en vivo, como las que llevaron a cabo Jean Cocteau, Erick Satie, André Gide o André Breton. Adrienne, que se convertiría en pareja de Sylvia durante muchísimos años, la animó a que se especializara en literatura anglosajona y traducciones al inglés en un local a pocos metros del suyo. Así nació Shakespeare and Company y así fue como Sylvia empezó a tejer su propia red de amistad y amor por los libros.
“Yo tuve tres amores en la vida: Adrienne Monnier, Shakespeare and Company y James Joyce”, dijo alguna vez. Sylvia conoció a James Joyce en una fiesta a la que no estaba invitada. Se sintió muy intimidada al principio, pero después de intercambiar algunas palabras descubrió al escritor genial que escribió Ulises. “Él era todo menos decepcionante”, dijo en la única entrevista suya que puede encontrarse en YouTube. Nadie quería entonces publicar la novela por ser calificada de pornográfica. Joyce tardó 7 años en escribir las más de 700 páginas que ocurren en un solo día y dos segundos en decirle que sí a Sylvia, una librera apasionada, pero una editora novata.
“Yo tuve tres amores en la vida: Adrienne Monnier, Shakespeare and Company y James Joyce”, dijo alguna vez.
Ella vio en Joyce a un genio vulnerable, que le temía a las tormentas y a los perros, que estaba a punto de perder la vista y se sentía hundido por no poder publicar Ulises. A partir de entonces se convirtió en su editora, asistente y promotora. Le prestaba el poco dinero que tenía, se ocupaba de su familia y de sus asuntos más domésticos. La unión entre Beach y Joyce fue decisiva para convertir Ulises en la obra maestra que el mundo no tardó en reconocer pero, lamentablemente, la relación se deterioró debido a una discusión por los derechos de autor que Beach terminó por cederle completamente.
“Nadie antes había sido tan bueno conmigo”, dijo Ernest Hemingway sobre Sylvia Beach, a quien liberó con ese porte gigantesco cuando cayó presa por no querer venderle un ejemplar de Finnegans Wake, de James Joyce, a un oficial nazi y por, supuestamente, emplear a una chica judía. Sylvia Beach estuvo 6 meses detenida, pero antes de su anunciado encarcelamiento le dio tiempo a esconder la mayor cantidad de libros posibles en casas de amigos para que Shakespeare and Company no fuera totalmente desmantelada.
“Los buenos escritores son tan raros que si yo fuera un crítico literario, solo trataría de señalar lo que creo que los hace verdaderos y disfrutables. ¿Cómo puede alguien explicar el misterio de la creación?”, escribió en su libro de memorias Shakespeare and Company, publicado en 1956, cuando la librería ya había cerrado sus puertas, a pesar de los enormes esfuerzos de los amigos que formaron parte de ese universo literario. Hemingway, Samuel Beckett, John Dos Passos, Scott Fitzgerald, D.H. Lawrence o Alice B. Toklas son solo algunos de los escritores que encontraron en una pequeña librería un lugar donde sentirse acompañados y comprendidos en sus propios misterios creativos.
Sylvia Beach estuvo 6 meses detenida, pero antes de su anunciado encarcelamiento le dio tiempo a esconder la mayor cantidad de libros posibles en casas de amigos para que Shakespeare and Company no fuera totalmente desmantelada.
El actual Shakespeare and Company, ubicado en la orilla izquierda del Sena, perteneció luego a otro expatriado norteamericano, George Whitman, quien heredó el nombre y el espíritu de la librería original. Su hija, a quien llamó Sylvia Beach Whitman, dirige actualmente esta especie de monumento turístico parisino de obligada visita. Como en la librería original, todavía conservan una cama por si alguien necesita un lugar donde pasar la noche. Tal y como lo hacía Sylvia durante la guerra, cuando prestaba libros sin cobrar, se preocupaba por qué comían los escritores, les ofrecía la librería como dirección postal y tantas veces como un hogar lejos de casa.
Desde ese oficio aparentemente modesto, el de librera, Sylvia Beach cumplió un reto mucho más heroico, un plan mayor: cultivó un verdadero amor por la literatura. Publicó, tradujo, editó, mantuvo y creó una comunidad de escritores y lectores. En periodos de la Historia donde había muy poca esperanza, ella ofreció libros para hacer algo con su vida sin saber que, muchos años después, haría algo grande por las nuestras.
Sylvia Beach (1887-1962)