Voy al cine en Madrid, al preestreno de “No mires a los ojos”, la película en la que el director Félix Viscarret adapta la novela de Juan José Millás “Desde la sombra” (2016). A los diez minutos se produce una escena clave en la historia: el protagonista, al escapar de un sujeto con el que ha tenido un altercado, se esconde en un armario ubicado en la tolva de un camión de mudanzas. El armario es trasladado a una casa y colocado en la habitación matrimonial. Durante una hora y media vemos al individuo allí metido hacer todo tipo de peripecias para no ser descubierto. Los dueños de casa no lo ven; él, en cambio, espía la intimidad y las rutinas de esa familia. ¿Por qué no se va cuando todos salen por la mañana? ¿Qué lo retiene en ese lugar claramente claustrofóbico?
La trama me recordó de inmediato a “La intrusa” (2010), una novela del francés Eric Fayé donde ocurre algo muy similar: una mujer vive escondida durante un año en el armario de una casa, ubicada en las afueras de Nagasaki. Fayé llevó a la ficción una historia de la vida real sucedida en Japón: una mujer pasó doce meses en un closet antes de que el propietario de la vivienda se percatara de la presencia de su sigilosa huésped (sus sospechas comenzaron cuando una mañana notó un descenso en el nivel de la única botella de jugo de su nevera).
Fayé llevó a la ficción una historia de la vida real sucedida en Japón: una mujer pasó doce meses en un closet antes de que el propietario de la vivienda se percatara de la presencia de su sigilosa huésped
En el último de los cuatro relatos de “Los girasoles ciegos” (2004), de Alberto Méndez, ambientados en los años de la Guerra Civil Española, se nos cuenta la historia de Lorenzo, un niño que en el colegio se niega a cantar ‘Cara al Sol’, el himno falangista, despertando las suspicacias de los sacerdotes que dirigen la escuela. El niño vive solo con su madre, pues el padre ha muerto. Eso es lo que él dice. Pronto descubrimos que no, que el padre vive escondido en un armario de la casa que solo desocupa por las noches, cuando las cortinas se han corrido.
A la salida del cine un amigo me habló de otra novela con armario: “Rabia”, del argentino Sergio Bizzio, muy elogiada en su día por Rodolfo Fogwill y César Aira. En “Rabia” un obrero de construcción, cuya novia trabaja como empleada doméstica en una mansión del barrio norte de Buenos Aires, comete un asesinato y se refugia en esa casa grande y vive allí durante años sin que los ocupantes, ni su propia novia, adviertan su paradero. Durante su estadía clandestina, para ocultarse de la gente que allí vive, varias veces recurre al armario: “un mueblecito de circunstancia apoyado contra la pared junto a la cama, con tres cajones vacíos y una vieja calcomanía del sello discográfico de Los Beatles, Apple”.
Ya metido en el tópico, recordé “Las Crónicas de Narnia”, la famosísima saga juvenil del británico C.S. Lewis, que leí en segundo de secundaria; en concreto recordé el primero de los siete libros, titulado “El León, la bruja y el armario” (todavía puedo oír la voz de la severa Dorothy Málaga corrigiendo nuestra pronunciación de la palabra “Wardrobe”). Ahí el closet funciona no como escondite, sino como portal: a través de sus puertas, un cuarteto de chiquillos accede a la ciudad congelada de Narnia, donde comienzan sus aventuras para romper el hechizo de la Bruja Blanca y devolverles a los habitantes el sol, el verano, la luz.
“un mueblecito de circunstancia apoyado contra la pared junto a la cama, con tres cajones vacíos y una vieja calcomanía del sello discográfico de Los Beatles, Apple”
Se suma a la lista “La Muñeca Sangrienta”, novela de suspenso un tanto desconocida del francés Gaston Leroux, autor de “El Fantasma de la Ópera”. Benedicte Masson (Benito, en la traducción al español) es un encuadernador y poeta parisino, que vive enamorado platónicamente de Cristina, su vecina. La misteriosa muchacha comparte casa con su padre y su prometido, pero un día Benito descubre con morbosa decepción que hay un tercer habitante, otro hombre, un amante al que Cristina oculta en el armario de su habitación.
Estos títulos (a los que podríamos añadir otros más, como “El increíble viaje del Faquir que se quedó atrapado en un armario de Ikea”, de otro francés, Romain Puértolas) nos recuerdan que ciertos objetos pueden exceder la función para la cual fueron diseñados y obtener un protagonismo y carácter impensados. Como el clóset, un armatoste fabricado para almacenar ropas y zapatos, pero que dentro (y a veces fuera) de la literatura llega a convertirse en refugio de perseguidos, cabina de voyeristas, escondite de infieles, túnel del tiempo, o habitáculo de gente que solo desea evadirse temporalmente de este mundo.