Fundación BBVA Perú
imagen

Verónica Ramírez
Periodista

Mujer tenía que ser

Publicado el 24 de diciembre del 2020

Verónica Ramírez
Periodista

Mujer tenía que ser

Publicado el 24 de diciembre del 2020

Comparte en:

La única imagen que se le conoce fue tomada, probablemente, en 1926, en Lima. Entonces, Sarita Colonia Zambrano tenía 12 años y había viajado de Huaraz a Lima junto a su familia, compuesta por un padre carpintero, una madre con los bronquios debilitados y dos hermanos menores: Hipólito y Esther. En la fotografía original aparecen todos ellos, una familia -como tantas en el Perú- que abandona la vida rural para buscar mejores oportunidades en la ciudad.  

El tiempo hizo que la fotografía fuera recortada y Sarita quedara sola. Su rostro fue maquillado, su piel aclarada y su aura adornada con las flores prestadas de Santa Rosa de Lima. Esa es la estampa que hoy cuelga de los espejos retrovisores, la que se ha convertido en calcomanías, en canciones, en poemas, en medallas, afiches, calendarios o amuletos. Sarita, la que se guarda en una billetera, la que inspira fe, la que brinda esperanza. 

¿Cómo se convirtió en un ícono, en la patrona de los marginales, en la santa jamás reconocida por la iglesia pero bendecida por el clamor popular?

La vida de Sarita está llena de sucesos extraordinarios alimentados por una mezcla de devoción, necesidad y proyección. Porque Sarita no conversaba directamente con Dios como otros seres elevados. A Sarita le dolían los mismos temores e infortunios que al común de los mortales. 

La vida de Sarita está llena de sucesos extraordinarios alimentados por una mezcla de devoción, necesidad y proyección.

Su madre enfermó gravemente y murió cuando ella estaba a punto de cumplir los 13 años. Se hizo cargo de sus hermanos menores como luego se haría cargo de los hermanos nacidos bajo el segundo compromiso de su padre. La “pequeña madrecita”, como le decían los menores, no pudo terminar los estudios en el colegio Santa Teresa del Callao, donde le sobrevino una vocación religiosa que no pudo cumplir. Sarita no llegó a ser monja como, dicen, le hubiera gustado. En cambio, trabajó como empleada doméstica,  lavandera, vendedora de pescado, de frutas, de verduras y de ropa, como tantas otras niñas migrantes con infancias interrumpidas por el hambre y la necesidad. 

A los 26 años murió de paludismo pernicioso, según el acta de defunción, y de “sobredosis de aceite de ricino”, según su familia. Fue enterrada en una fosa común en el cementerio Baquijano y Carrillo, donde su padre colocó una cruz y una foto para venir a rezarle. 

Entonces empezaron los sucesos extraordinarios.   

Su hermano Hipólito dijo que a los 14 años había sido rescatada del río “por un señor grande con hábito blanco y barba rubia” y que de niña no jugaba con muñecas sino con figuritas de santos. También se corrió el rumor que, para evitar ser asaltada, se lanzó al mar y murió. O que, al intentar violarla, los atacantes comprobaron que su sexo había desaparecido. Mito o verdad, el caso es que en los años cincuenta ya se practicaba un nutrido culto sobre la tumba de Sarita, la misma que intentó ser removida en una ampliación del cementerio. 

 

Los devotos de Sarita se empezaron a multiplicar entre los estibadores, los migrantes,  los delincuentes, las prostitutas y los transportistas. Hasta que llegó el día en que “Sarita Colonia, patrona del pobre”, como canta el Grupo Maravilla, se convirtió en un símbolo de nuestra identidad, en una especie de heroína e ícono popular. 

Hoy, sobre el lugar donde supuestamente descansan sus restos, existe un mausoleo repleto de placas recordatorias, velas, rosarios, estampas y ofrendas en señal de los milagros concedidos. 

“Hay tantas Saritas como necesidades existen de ella”, dice el historiador y crítico de arte Gustavo Buntix. Es verdad, sus fieles alaban su capacidad para solucionar las adversidades de la vida cotidiana: llegar a fin de mes, curar la enfermedad de un familiar, propiciar el regreso de los amantes, tener algo que comer.  Sarita parece escuchar y atender la desesperanza de sus fieles, como es el caso de los reclusos en el penal que lleva su nombre. Sobre los tatuajes protagonizados por su rostro se repite un último recurso, una frase convertida en oración: “Cuando Dios dice no, la santa dice tal vez…”

Sarita Colonia (1914-1940)

Comparte en:

TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR