Con solo 29 años, la holandesa Marieke Lucas Rijneveld acaba de ganar el International Booker Prize, el premio literario más importante después del Nobel, que distingue al mejor libro traducido al inglés y publicado en Reino Unido durante el último año.
El jurado le ha concedido el galardón por «La inquietud de la noche», su primera novela», que ya había sido best-seller en Países Bajos en 2018 mereciendo calificativos tales como «visceral», «contundente» y «virtuosa».
El libro tiene raíces autobiográficas, pues parte de un hecho verídico: la muerte del hermano de Marieke en un accidente de tránsito a los trece años, cuando la autora tenía apenas tres.
Es una novela sobre el duelo, pero también sobre los efectos que produce en nuestro entorno la desaparición repentina de una persona querida. La muerte puede cohesionar al clan familiar, pero también puede desbaratarlo, destruyendo su armonía. O lo fortalece o lo destruye.
Esto último es precisamente lo que ocurre con la familia de Jas, la protagonista y narradora. Tras la muerte súbita de su hermano mayor –mientras patina sobre el hielo–, su núcleo familiar colapsa y se disgrega en una serie de desórdenes: unos dejan de comer, otros dejan de rezar, otros dan rienda suelta a la crueldad y lujuria durante años reprimidas por una educación ultraconservadora.
Publicada este año en español por el sello Temas de Hoy, la novela ha generado tanta atención como el propio estilo de vida de la autora. Marieke nació en una granja, en una provincia del sur de los Países Bajos, y actualmente vive y trabaja en una granja lechera de Utrecht, rodeada de vacas. Y lo hace de muy buen ánimo: «la agricultura me mantiene en tierra. Las vacas son mis mejores amigas; me gusta limpiar los establos y palear la mierda».
No es extraño entonces que en «La inquietud de la noche» el escenario sea el de una finca, como tampoco que la familia de la ficción sea devotamente religiosa, pues la escritora creció en medio de una rigurosa comunidad de reformistas cristianos.
No es extraño entonces que en «La inquietud de la noche» el escenario sea el de una finca, como tampoco que la familia de la ficción sea devotamente religiosa
Y si en la novela encontramos personajes que, en medio de su dolor, o como una forma de cicatrizarlo, experimentan sexualmente, en la realidad la sexualidad de Marieke también rompe moldes. Ella se considera «binaria», ni hombre ni mujer. No ‘trans’, sino simplemente «en el medio». Sobre su rostro dulcemente andrógino, el peinado recuerda a Kurt Cobain. Y cuando no viste enterizo azul y botas negras para moverse en el rancho, su look favorito incluye elegantes chaquetas, tirantes y corbatas. Si no fuera por las uñas maltratas, la rudeza de su trabajo pasaría desapercibida.
Hace unos meses contó a «The Guardian» que de niña se sentía niño y vestía como niño. Ya en la adolescencia pasó a usar trajes de niña, pero a los veinte años se reconcilió con su lado masculino. «Es difícil para mis padres entender que yo no soy la niña que ellos criaron. No está en la Biblia», concluye Marieke, cuyo segundo nombre, Lucas, obedece a un intento personal por balancear su identidad.
«Por ahora la respuesta es algo intermedio (…) aún no sé dónde terminará mi búsqueda. Eso sí, me gustaría ser un chico hermoso, como Timothée Chalamet (el actor de ‘Call me by your name’)».
Eso sí, me gustaría ser un chico hermoso, como Timothée Chalamet (el actor de ‘Call me by your name’)».
Para su familia, gente de espíritu rural, de moral severa, celosa de su vida privada y desacostumbrada por completo a la visibilidad de los medios, no ha sido fácil enfrentarse a la existencia de la novela, ni a la forma implacable en que está escrita. Cuando «La inquietud de la noche» recién se publicó, los padres y hermanos tuvieron que aceptar que los comerciantes del pueblo, incluso el peluquero, hablaran de la publicación todo el tiempo. Tal vez ahora, con el libro expuesto por todos lados, acaben por resignarse.
En abril, Marieke contó a The New York Times que su madre ya lo había leído, pero no precisó cuál fue su reacción.
El miércoles pasado, al recibir el premio, la escritora dijo que espera que sus padres algún día puedan estar orgullosos de su trabajo. «Por mi parte», concluyó, «estoy más orgulloso que una vaca con siete ubres».