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Verónica Ramírez
Periodista

Mujer tenía que ser

Publicado el 2 de diciembre del 2019

Verónica Ramírez
Periodista

Mujer tenía que ser

Publicado el 2 de diciembre del 2019

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Olga Tokarczuk manejaba por una carretera alemana cuando recibió la llamada de la Academia Sueca. Fue la primera en saberlo, pero 15 minutos después lo sabría todo el mundo. Había ganado el premio Nobel de Literatura 2018 (el del 2019 lo ganó Peter Handke) y ella buscaba un desvío para detener el auto y dar cuenta de la avalancha de mensajes y llamadas que la colocaron en algún tipo de epicentro. De pronto se encontró rodeada de focos y con miles de ojos puestos sobre ella, la escritora que, al comienzo de todo, no quería escribir. 

A principios de los ochenta, en una Polonia oscura donde imperaba la ley marcial, la depresión y el comunismo, Olga, en un acto de rebeldía, no quiso estudiar literatura como su madre aun cuando se había leído todos los libros de su biblioteca. Quiso ser psicóloga para entender qué es lo que nos pasaba a todos por dentro. En sus estudios desarrolló una fascinación por Carl Jung, autor que de alguna forma atraviesa su obra, y, antes de entregarse a la vocación postergada, Olga trabajó en un hospital como especialista en adicciones. Fue gracias al trato con los pacientes que llegó a una conclusión reveladora. “La realidad”, dijo en una entrevista”, “puede ser percibida desde muchos puntos de vista”. Y eso es precisamente lo que haría la Olga del futuro: “encontrar determinados puntos de vista que cambian la perspectiva y muestran que hay algo nuevo en lo que estamos percibiendo”. 

Olga no abandonó la psicología de forma inmediata, pero la literatura empezó a cobrar cada vez más fuerza en su vida. Publicó un poemario seguido de la novela El viaje de los hombres del Libro (1993) y, posteriormente, Un lugar llamado antaño (1996). Como ambos obtuvieron una excelente acogida decidió abandonar el hospital definitivamente e instalarse con su marido en una zona rural al sur de Polonia, cerca de la frontera con la República Checa, donde dirige un pequeño festival literario y ha escrito casi todas sus novelas posteriores, como Sobre los huesos de los muertos, Casa diurna, casa nocturna o Los libros de Jacob.

Una crisis de mediana edad la empujó a viajar de Taiwán a Nueva Zelanda y luego, acompañada de su pequeño hijo, a Malasia. Quizás fue aquí donde empezó a tomar apuntes para su octava novela, Los errantes, ganadora del Man Booker el año pasado, cuyo título original, Bieguni, hace referencia a una antigua secta agnóstica rusa cuyos miembros pensaban que vivir en constante movimiento los libraría del demonio. Esta novela “errante” navega por temas tan diversos como el movimiento físico, la mortalidad, los aeropuertos, la Wikipedia, el significado de hogar, los vestíbulos de los hoteles de lujo, los anatomistas flamencos del siglo XVII o el viaje del corazón de Chopin. Los errantes, tan cargada de intuiciones y ocurrencias, está regida por el Síndrome de Desintoxicación Perseverante que sufre la narradora, alter ego de la autora, y se manifiesta en una atracción inevitable por “todo lo imperfecto, defectuoso, roto”. 

“La realidad”, dijo en una entrevista”, “puede ser percibida desde muchos puntos de vista”.

Vegetariana, activista y viajera observadora, Olga Tokarczuk parece fijarse en lo que nadie ve, en el objeto del anticuario que nadie compra, pero que ella se lleva a casa para transformarlo en algo hermoso y lleno de vida. Sus temas son verdaderos gabinetes de curiosidades. Todo en ella es original y fuera de lo predecible y habitual, hasta sus dreadlocks, que no tienen nada que ver con el clásico peinado rastafari sino con una antigua tradición polaca. 

En Los errantes hay un episodio títulado “Momento y lugar adecuados”, donde Olga escribe sobre un sistema de coordenadas en el mundo que determina “un punto perfecto donde el tiempo y el espacio alcanzan un acuerdo”. Según dice, todos nos movemos para aumentar el número de probabilidades de dar con ese punto porque es en esa confluencia donde ocurre, en líneas generales, la felicidad. Para encontrarlo, Tokarczuk recorrió un larguísimo camino de obsesiones, disciplina y temas en los que solo ella creía con firmeza.  Así es como todos, probablemente, podríamos dar con el momento y lugar adecuados. Solo que no sabemos cuándo ni dónde. El de Olga, por ejemplo, llegó como un rayo transformador el primer jueves del mes de octubre, cuando manejaba por una solitaria carretera alemana.

Olga Tokarczuk (Polonia, 1962)

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