En la mesa familiar compuesta por dos padres guionistas de Hollywood y cuatro futuras escritoras, si decían un chiste o hacían algún comentario ingenioso, alguien se ponía de pie y tomaba papel y lápiz para anotar la anécdota. Quizás, todos sabían, que más adelante serviría para contar una historia.
“Todo en la vida puede ser material de escritura”, solía escuchar la pequeña Nora que, con los años, se convirtió en la periodista, guionista y directora astuta, mordaz y rápida que dejó películas para la posteridad, clásicos de la comedia romántica como When Harry Met Sally (1989), Sleepless in Seattle (1993), You´ve Got Mail (1998), Bewitched (2005) o Julie & Julia (2009).
El mayor logro de la reina de la comedia romántica fue que tuvo el valor de reírse de sus propias desgracias. Sus padres cayeron en el alcoholismo, la madre murió de cirrosis y el padre terminó en una institución mental. A lo largo de su vida, Nora Ephron contó buenas historias a partir de experiencias propias, como su sonado divorcio del periodista Carl Bernstein, quien, junto a Bob Woodward, destapó la historia del Watergate que derivó en la renuncia del presidente Nixon.
“Dicen que con el tiempo el dolor se olvida. No comparto esa opinión. Me acuerdo del dolor. Lo que en realidad se olvida es el amor”, escribió en su libro de memorias No me acuerdo de nada (Libros del Asteroide, 2022).
Fruto de este amor – traición – dolor (Nora descubrió que Carl la engañaba estando embarazada de su segundo hijo), escribió la novela y luego el guion de Heartburn (Se acabó el pastel), en 1986, que fue interpretada en el cine por Meryl Streep y Jack Nicholson.
¿Por qué contó todo sin pudor, casi sin maquillar los hechos verdaderos y siempre intentando buscarle un ángulo cínico, agudo, ingenioso al drama con la intención de arrancar carcajadas?
“Porque si cuento la historia puedo hacer reír y prefiero que se rían a que tengan lástima de mí. Porque si cuento la historia, no me duele tanto. Porque si cuento la historia, puedo soportarla”.
“Porque si cuento la historia puedo hacer reír y prefiero que se rían a que tengan lástima de mí. Porque si cuento la historia, no me duele tanto. Porque si cuento la historia, puedo soportarla”.
La única historia que no pudo contar fue la de su enfermedad, cuando fue diagnosticada de leucemia mieloide. Su tercer marido y sus dos hijos fueron los únicos que la acompañaron en este proceso en el que intentó dejar la menor cantidad de pistas posibles sobre su vulnerabilidad. No quería dejar de escribir, mucho menos inspirar lástima. La enfermedad para ella, era “casi la única revelación que te convierte en la víctima y no en el héroe de tu historia”.
En el libro Nora Ephron: A Biography, la autora Kristin Marguerite Doidge explica la importancia de sus historias: “Nos da esperanza. La inteligente y autodenominada cínica fue quien nos ayudó a ver que nunca es demasiado tarde para perseguir tus sueños”.
Nora Ephron falleció a los 71 años dejando un atado de grandes, hilarantes y emotivas historias sobre su querida Nueva York, la gastronomía que tanto adoraba o los amores aparentemente imposibles.
“Tú no quieres estar enamorada en la vida real. ¡Tú quieres estar enamorada en una película!”, dice uno de sus personajes de Sleepless in Seattle.
Sin embargo, en sus historias, por debajo de esas vidas de película también fluía una pequeña corriente de sabiduría y de aceptación que ella definió en una palabra y que siguió a pie juntillas. Su religión, escribió en sus memorias, era: “supéralo”. Y, por supuesto, transfórmalo luego en una historia divertida.
Nora Ephron (1941 – 2012)