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Renato Cisneros
Periodista, poeta y novelista

Que sabe nadie

Publicado el 6 de enero del 2020

Renato Cisneros
Periodista, poeta y novelista

Que sabe nadie

Publicado el 6 de enero del 2020

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De toda la parafernalia navideña que ya se viene desmontando en estos primeros días de enero, quizá sea el Nacimiento —más que el árbol— el elemento que más captura mi atención. 

Recuerdo cuánto me impresionaban de niño esas esculturitas piadosas de San José y la Virgen María que, escoltados por vacas, burros y reyes magos de yeso, rodeaban un pesebre barroco y vacío. Mi madre escondía la figura del Niño hasta que dieran las doce del 24, pero yo solía encontrarlo mucho antes en un cajón de su closet y profanaba su descanso para convertirlo en el más aguerrido adversario de los Thundercats. Dados los lógicos riesgos que acarrea el combate cuerpo a cuerpo, no era raro que el Niño llegara días después al pesebre con alguna extremidad mutilada: un pie, un bracito, una oreja. Aprendí por entonces una lección inolvidable: el Niño era sumamente rencoroso, pues el número de sus magulladuras repercutía directamente en la cantidad de mis regalos. 

Más de una vez contribuí con el armazón del nacimiento. Mi madre recreaba una enorme colina con cartón corrugado, ubicaba con delicadeza las figuras centrales, además de pastorcitos y ovejas de arcilla, y hasta recreaba pequeñas fogatas de utilería haciendo minúsculos arreglos con papeles de seda rojo y celofán amarillo. Para darle más vistosidad al tradicional elenco bíblico, yo sumaba un importante contingente de soldados de plástico y carritos Matchbox, los mismos que —junto a los personajes protagónicos de Star Wars, Mazinger Z, Ultrasiete y Sankuokai— le daban a la clásica escena de Belén un no sé qué galáctico de lo más inclusivo. Nunca el nacimiento de Jesús se pareció tanto a Toy Story.  

La noche del 24 fui a visitar a mi madre y, con sorpresa o decepción, vi que había montado el más franciscano de los nacimientos de que tenga memoria. Sobre una mesa de madera yacían quietos un enjuto San José y una Virgen anémica. Nada más. No había reyes, ni animales, ni decorado pastoril. Estuve a punto de reprochárselo. Luego entendí que era un nacimiento realista, actual, coherente con los tiempos que corren; un nacimiento arrasado por el cambio climático, sin flora, ni fauna, y cuyos sombríos integrantes parecen mirarte con pena, como exigiendo un estudio de impacto ambiental que les permita saber si llegarán vivos o no a la siguiente Navidad. 

Nunca el nacimiento de Jesús se pareció tanto a Toy Story.  

La mañana del 25 mi hija de dos años me pidió armar con ella el nacimiento Playmobil que le había traído Papá Noel (por orden del «Niño Jesús», claro, aunque con cargo a mi tarjeta de crédito). Al rato, ahí estaba la historia repitiéndose, el círculo de la vida dando su milimétrica vuelta, el karma regresando en forma de bumerán: mientras yo colocaba ordenadamente los muñecos de la Sagrada Familia, y alineaba por detrás a las mansas bestias del pesebre, mi hija arremetía incluyendo al abuelo de Pepa Pig, que llegaba en un carrito de supermercado, en compañía de un pollo mecánico que doblaba en tamaño a San José. 

No pude sino aceptar tamañas intromisiones. Total, la Navidad es para todos.

[*****]

 

Imagen © archivalladolid en Flickr.

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