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Verónica Ramírez
Periodista

Mujer tenía que ser

Publicado el 16 de diciembre del 2019

Verónica Ramírez
Periodista

Mujer tenía que ser

Publicado el 16 de diciembre del 2019

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Suiza, 1816. Era verano, pero hacía frío, llovía sin parar y todo el tiempo era de noche. Para intentar amenizar el encierro en la fabulosa Villa Diodati al pie de un lago, el poeta Lord Byron retó a sus invitados a escribir historias de fantasmas. Byron empezó un poema sobre un vampiro, el doctor Polidori un cuento sobre una mujer calavera, el poeta Percy Shelley se dedicó a beber y Mary -todavía Godwin, más tarde Shelley- se fue a la cama con la idea de crear un personaje que “hiele la sangre del lector”. Esa noche de tormenta, sobre la almohada, Mary imaginó una criatura construida con partes de cadáveres, un engendro gigantesco y de labios negros, un ser terrorífico y sin nombre al que un tal Víctor Frankenstein le daría vida. 

Mary Shelley tenía 18 años cuando escribió Frankenstein o el moderno Prometeo. ¿Cómo llegó a concebir un monstruo semejante, un prodigio de la ciencia y, a la vez, un dilema moral de extraordinaria vigencia?

Mary quedó huérfana de madre a los 10 días de nacida. La escritora, feminista y filósofa Mary Wollstonecraft, que 5 años antes había sacudido a la sociedad inglesa con su libro Vindicación de los derechos de la mujer, falleció debido a una infección contraída durante el parto. Esta pérdida marcaría a la pequeña Mary, que se aprendió de memoria los textos que la madre dejó escritos y encontró en su tumba un extraño refugio donde aislarse. La imagen de la madre genial, original e independiente en tiempos donde los derechos de las mujeres, según su biógrafa Charlotte Gordon, eran “tan absurdos como los derechos de los chimpancés”, iluminó su futuro. La madre que no tuvo fue el espejo donde le gustaba mirarse, lo que quería llegar a ser.

Mary nació y creció en Londres, en un ambiente intelectual junto a su padre, el anarquista y filósofo William Godwin, y una madrastra con la que mantuvo la típica relación conflictiva de los cuentos infantiles. A los 16 años se fugó de casa con su hermanastra, Claire Clairmont, y con un discípulo de su padre, Percy Shelley, casado y con una hija. La pasión que los hizo huir, arder y pasar todo tipo de penurias económicas desafió las convenciones sociales de la época. La pareja pudo casarse después del suicidio de la primera esposa de Shelley. Mary fue fiel a ese amor tormentoso toda su vida. Perdió a 3 de los 4 hijos que parió y también al propio Shelley, quien falleció ahogado a los 29 años. A los 18 años, Mary había enfrentado la mitad de todos estos imborrables dolores. 

Publicó Frankenstein o el moderno Prometeo sin poder firmarlo. “Las mujeres no escriben esas cosas”, le dijo el primer editor de los muchos que rechazaron a ese monstruo creado “una triste noche del mes de noviembre”, como se puede ver en la película Mary Shelley, de Haifaa Al-Mansour. El tiempo le hizo justicia. En los siguientes tres años su novela se llevó al teatro en 10 adaptaciones distintas. Mary se convirtió en la escritora que siempre quiso ser, reivindicó la obra de su marido y de su madre a lo largo de toda su existencia, y vivió junto a su único hijo y a ocasionales romances. Murió a los 53 años, probablemente de un tumor cerebral, y dejando libros como Mathilda, El último hombre, Falkner, Contribuciones en Vidas de los Científicos y Escritores más Eminentes y Caminatas en Alemania e Italia, entre otros.

La autora de la primera obra de ciencia ficción tuvo la intuición e inteligencia de captar las inquietudes científicas de su tiempo y de transformar sus grandes pérdidas en una constante vital y creativa. ¿O acaso, en un plano simbólico e íntimo, no habrá fantaseado ella también, como una suerte de Víctor Frankenstein, con devolverle la vida a quienes más amó? 

En 1816 la erupción de un volcán en Indonesia envío nubes de ceniza que aumentaron los niveles de lluvia y provocaron un descenso de las temperaturas en buena parte de Asia y Europa. No hubo verano y, como consecuencia, una reunión de amigos dispuestos a contar historias de fantasmas por puro entretenimiento derivó en la creación de un mito universal y en la inspiración de miles de obras cinematográficas y literarias. La novela trasgrede los límites humanos y científicos y el experimento del doctor Frankenstein, como todos sabemos, sale muy mal. Sin embargo, el de Mary Shelley no pudo ser más exitoso: el monstruo que consiguió helar la sangre de los lectores sigue vivo.

Mary Shelley (1797-1851)

 

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