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Verónica Ramírez
Periodista

Mujer tenía que ser

Publicado el 31 de marzo del 2022

Verónica Ramírez
Periodista

Mujer tenía que ser

Publicado el 31 de marzo del 2022

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“Casi todos los edificios tienen marcas como de viruela, después que los proyectiles de los tanques perforaron las paredes de concreto o los cohetes abrieron agujeros en los pisos superiores. El edificio en el que me alojaba perdió el piso superior debido a un cohete el miércoles pasado. En algunas calles se han derrumbado edificios enteros: todo lo que se ve son ropas hechas trizas, ollas rotas y muebles hechos añicos de familias destruidas”. 

Podría ser la imagen de cualquier guerra, pero se trata de la guerra civil en Siria, en 2012. Este fue el último despacho de la corresponsal Marie Colvin, quien perdió la vida horas después de narrar el asedio de la ciudad de Homs. 

Marie Colvin nació en Nueva York, en 1956, trabajó en United Press International, pero su carrera despegó en el diario británico The Sunday Times, a partir de 1985. 

La película A Private War, dirigida por Matthew Heinemen y protagonizada por Rosamund Pike en el papel de Colvin, es el retrato de una de las corresponsales de guerra más (trágicamente) conocidas del mundo. 

El film dibuja a una periodista exitosa, de carácter fuerte, sin aparentes temores al momento de elegir su siguiente misión que, en su caso, lo mismo podía ser en Sri Lanka que en Chechenia, Sierra Leona o Zimbabue. 

El film dibuja a una periodista exitosa, de carácter fuerte, sin aparentes temores al momento de elegir su siguiente misión que, en su caso, lo mismo podía ser en Sri Lanka que en Chechenia, Sierra Leona o Zimbabue. 

Sin embargo, debajo de toda esa vitalidad y coraje al momento de despegar hacia una guerra, subyace una mujer con estrés postraumático debido a los horrores que ha presenciado, pegada a un paquete de cigarros y a una botella, rodeada de amores tempestuosos y poseída por las pesadillas y la ansiedad. 

La película se inicia, en 2001, cuando Colvin decide viajar a Sri Lanka. Ningún periodista extranjero había podido entrar al territorio de los Tigres Tamiles, una organización terrorista que llegó a crear un estado paralelo con ejército y policías propios, hizo estallar una guerra civil y ocasionó más de 80,000 muertes. 

Nadie se había atrevido a cruzar la primera línea en seis años. Colvin fue hacia allá. 

“Soy periodista, periodista norteamericana, gritó mientras se levantaba con las manos en alto. De repente le dolieron el ojo y el pecho. Era un dolor tan agudo que apenas podía respirar. Uno de los soldados le había lanzado una granada. Se dio cuenta que le goteaba sangre del ojo y de la boca. Sintió una profunda tristeza al saber que se estaba muriendo”, escribió Lindsey Hilsum en el libro In Extremis: The Life and Death of the War Correspondent Marie Colvin

Marie Colvin no murió aquella vez, pero, a partir de entonces, llevaría el parche en el ojo que la definiría el resto de la vida. Su trabajo y compromiso consistían en contar los entresijos de la guerra, especialmente el impacto en la población civil, en “la humanidad in extremis, empujada hacia lo insoportable”.  Es por eso que sus crónicas tenían siempre un carácter humano. “Mi trabajo es dar testimonio. Nunca me ha interesado saber qué marca de avión acaba de bombardear un pueblo o si la artillería que le disparó era de 120 o 155 mm”, dijo alguna vez.  

“Mi trabajo es dar testimonio. Nunca me ha interesado saber qué marca de avión acaba de bombardear un pueblo o si la artillería que le disparó era de 120 o 155 mm”

Su trabajo, además, consistía en cruzar fronteras y llegar al lugar donde reinaba el caos, la muerte y la destrucción. Todas las veces ponía en riesgo su propia vida para intentar encontrar un claro que se pareciera a la verdad. 

“Vamos a zonas de guerra remotas para informar lo que está sucediendo. El público tiene derecho a saber lo que nuestro gobierno y nuestras fuerzas armadas están haciendo en nuestro nombre. Nuestra misión es decir la verdad del poder”, dijo en un discurso en 2010. 

En febrero de 2012, acompañada siempre de un  libro mezcla de inspiración y amuleto (The Face of War, de la gran Martha Gellhorn), Colvin se subió a una moto e ignoró la alerta de las autoridades sirias de no cruzar la frontera.  El 21 de febrero declaró en diversos medios, a través de un teléfono satelital, acerca de los ataques “despiadados” contra la población civil por parte del régimen sirio. Estas llamadas sirvieron también para rastrearla  y convertirla en un blanco fácil. El 22 de febrero falleció a los 56 años en un ataque con misiles. 

Sus crónicas y la de tantos otros corresponsales que han perdido la vida han servido para transmitir el dolor y el sacrificio de la guerra. Todas ellas, además, podrían considerarse los primeros borradores de lo que más tarde servirá para darle forma a nuestra historia.  Una historia que, tristemente, no deja de repetirse. 

Marie Colvin (1956 – 2012)

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