Una niña conjuga mal los verbos para enloquecer a las institutrices que se encargan de su educación. Se escapa a la copa de un pino y se esconde, como un animalito frágil que se niega a pisar una tierra de fieras. Durante la adolescencia le aburren las niñas deportistas del internado, se siente sola, siente que no pertenece a ningún lugar y en cuanto puede .en la búsqueda de un tipo de felicidad preestablecida- contrae matrimonio con un conde que baila bien y canta mejor.
Las escenas ocurren en la Europa de los años 20 y 30, en una infancia triste debido a la pérdida de su única hermana y en una temprana adultez que, bajo ningún motivo, presagia su destino. Qué lejos se encontraba María Rostworowski entonces, al menos físicamente, del universo que contribuiría a reconstruir, el de las culturas prehispánicas y el imperio incaico que investigaría con tanto amor y disciplina.
¿Qué corrientes subterráneas trajeron a María de regreso al Perú, el país donde nació pero del que partió a los 5 años?
“Está bien que uno retorne a sus raíces porque al pasado no se puede regresar. Un país sin raíces no es país”, dijo en una entrevista a manera de clave para desenredar los motivos internos que la convirtieron en investigadora e historiadora.
“Está bien que uno retorne a sus raíces porque al pasado no se puede regresar. Un país sin raíces no es país”
En Polonia se sentía extranjera, en la campiña francesa sintió cierta pertenencia, pero de alguna u otra manera se sentía ajena. “Me sentía un poco desgarrada y sufría por no tener raíces”, dijo. Entonces decidió volver al Perú, a la tierra de su madre, de origen puneño, y quedó deslumbrada con los cielos y la vegetación cusqueña. El Perú era un lugar para quedarse y así lo hizo, junto a su pequeña hija, tras romper su matrimonio cuando nadie se atrevía a pronunciar la palabra divorcio.
María Rostworowski fue autodidacta. Animada por su segundo marido, Alejandro Diez Canseco, quien la invitó a “conocer el Perú profundo, a sentir un gran amor por el Perú y también a amar la costa, los desiertos, las playas, los cerros”, empezó a asistir como alumna libre a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Asistió a las clases de Julio C. Tello, Luis E. Valcárcel y Raúl Porras Barrenechea, quien se convirtió en su amigo, maestro y guía, junto al antropólogo norteamericano John Murra.
Desde el principio de sus investigaciones se enfrentó a grandes dificultades, como explica en su libro, Historia del Tawantinsuyu, por un lado “el modo andino de recordar y transmitir los sucesos y el criterio de los españoles para interpretar y registrar la información que luego nos dejaron a través de las crónicas”. María dedicó su vida a desentrañar el mundo andino viajando por el Perú, sumergiéndose en los libros, tomando apuntes y rellenando fichas en bibliotecas, archivos, en su despacho del Instituto de Estudios Peruanos que contribuyó a fundar o en su cama, donde escribía a mano antes de que salga el sol.
María dedicó su vida a desentrañar el mundo andino viajando por el Perú, sumergiéndose en los libros, tomando apuntes y rellenando fichas en bibliotecas, archivos, en su despacho del Instituto de Estudios Peruanos que contribuyó a fundar o en su cama, donde escribía a mano antes de que salga el sol.
Fruto de su trabajo, curiosidad y enorme pasión por el Perú, María Rostworowski publicó una decena de libros: Pachacutec Inca Yupanqui (1953), Estructuras andinas del poder: ideología religiosa y política (1983), La mujer en la época prehispánica (1986), Doña Francisca Pizarro: una ilustre mestiza (1989), Pachacámac y el Señor de los Milagros: una trayectoria milenaria (1992), entre otros, incluidos libros para niños como Kon, el dios volador y el pequeño Naycashca (1995).
Uno de sus grandes aportes a las ciencias sociales peruanas fue su investigación sobre la costa peruana (Curacas y sucesiones: costa norte, de 1961). También fue muy crítica con Garcilaso de la Vega por su visión “débil y mansa de los incas”. Aunque, tal vez, su mayor herencia sea el afán por aprender sin esperar nada a cambio. En 1952, el general Odría desconoció el Premio Nacional de Cultura que le había sido otorgado. Ella decidió publicar su libro sobre Pachacutec por cuenta propia mientras continuaba con la ardua labor de encontrar las motivaciones menos visibles que consolidaron y fragmentaron el pasado andino.
“Yo sentía que estaba en lo cierto haciendo lo que quería hacer”, dijo María Rostworowski, quien vivió un siglo entero en el que aprendió a reconstruir nuestro pasado y nos enseñó a conocer mejor el Perú. Con más pasión que diplomas, ella, discreta, sencilla y sabia fue capaz de ver mucho más lejos que el común de los mortales. Debió aprender la técnica de niña, cuando se trepaba a la copa de los árboles para hacerse las pequeñas preguntas que derivarían en una vida extraordinaria.
María Rostworowski (1915-2016)