Cuando ella llegó, no había nada. Tenía 13 años y Villa El Salvador era un desierto sobre el que miles de familias construían sus futuros hogares con esfuerzo, palos y esteras. Sobre ese arenal donde el poder del viento asustaba, ella y sus 7 hermanos imaginaban que algún día tendrían un baño, una sala y un cuarto para cada uno. En la realidad solo tenían un techo endeble que podía salir despedido en cualquier momento, pero -y esto era lo único importante- ya nadie los desalojaría de casas alquiladas que una madre sola no podía costear. Aquí es donde María Elena Moyano, más tarde activista, dirigente vecinal y teniente alcaldesa del distrito, construyó una casa, una familia, una comunidad y una vida. Hasta que Sendero Luminoso decidió quitársela, asesinándola de la forma más cruel.
“Recuerdo que salía con mi hermana a las 5 de la mañana a hacer cola para que nos llevara la línea 55, que nos dejaba en la entrada de Higuereta. De ahi caminábamos cerca de media hora. Estábamos en la selección de vóley del colegio y regresábamos en las tardes a entrenar”, cuenta María Elena en su autobiografía incompleta, Perú, en busca de una esperanza, editada por Diana Miloslavich. En sus propias palabras hace un repaso por una adolescencia inquieta y curiosa, donde interpretaba a María Magdalena en alguna actuación de la parroquia o se inscribía en los campeonatos del barrio mientras su madre, lavandera, procuraba el alimento familiar que muchas veces escaseaba.
Tenía 13 años y Villa El Salvador era un desierto sobre el que miles de familias construían sus futuros hogares con esfuerzo, palos y esteras.
Doña Eugenia quería que su hija María Elena estudiara Derecho, pero ella no le hizo caso y postuló a la carrera de Sociología en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos sin haberse preparado en ninguna academia. Ingresó. En paralelo, se juntaba en el local comunal del barrio con jóvenes cristianos de su edad para reflexionar sobre determinados pasajes de la Biblia. Era crítica con la religión, pero sobre todo con la precariedad en la que vivían sumergidos. “No comprendía por qué tanto nos esforzábamos los pobres por estudiar, por conseguir trabajo y no lo podíamos hacer. ¿Cuál era nuestro problema? ¿La incapacidad o qué?”, se preguntaba.
Al poco tiempo decidió tomar acción en su comunidad. Se presentó como voluntaria de educación inicial en un aula improvisada con piedras, ladrillos y tablones de madera donde los niños y niñas aprendían a dibujar sus primeras letras. Luego pasó a ser coordinadora y a organizar ollas comunes hasta que, en 1983, fundó el club de madres Micaela Bastidas. María Elena ya tenía un hijo cuando se realizó la primera convención que constituyó la Federación Popular de Mujeres de Villa El Salvador (FEPOMUVES). Ellas organizaban los comedores, el programa Vaso de Leche y actividades comunitarias, como campañas de derechos humanos y legales o talleres productivos, de salud y educación. Las mujeres de Villa El Salvador tenían por fin una voz y un poder de decisión trascendental en el distrito.
“Creo que (las mujeres) no nos debemos quedar en cocinar, en dar de comer a nuestros hijos. Con solo llenar el estómago de nuestros hijos no vamos a poder salir de esta crisis. Tenemos muchas jornadas, muchos derechos que reclamar”, decía María Elena, a la cabeza de un movimiento que se hacía cargo de una realidad adversa, “que se organizaba para poder sobrevivir”. Así fue como llegó a ocupar el cargo de teniente alcaldesa como integrante de la lista de Michel Azcueta.
“Moyano formaba parte de una generación de líderes comunitarios de Villa El Salvador que creía firmemente en un proyecto liberador de participación popular y gobernabilidad democrática local”, escribe la investigadora Jo-Marie Burt en su artículo Los usos y abusos de la memoria de María Elena Moyano.
“Creo que (las mujeres) no nos debemos quedar en cocinar, en dar de comer a nuestros hijos. Con solo llenar el estómago de nuestros hijos no vamos a poder salir de esta crisis. Tenemos muchas jornadas, muchos derechos que reclamar”
A mediados de 1991 una bomba destruyó el local de FEPOMUVES, donde guardaban alimentos para los comedores populares. Mientras la hoz y el martillo incendiaban los cerros y las bombas causaban un pánico colectivo, las mujeres seguían al frente de los programas sociales. Durante los paros armados, ellas portaban banderas blancas. Sendero Luminoso repartió volantes donde culpaban a María Elena de apropiarse de unas donaciones. Ella, que ya había criticado severamente al grupo terrorista, respondió “…la revolución no es muerte ni imposición, ni sometimiento, ni fanatismo…”. Entonces, la pusieron en la mira.
Dicen que estaba a punto de viajar a España. Sabía que su vida corría peligro y, aun así, asistió a una pollada pro-fondos en compañía de sus dos hijos. Uno de ellos cumplía años ese día. El 15 de febrero de 1992 un comando de aniquilamiento de Sendero Luminoso ingresó al recinto. María Elena le pidió a todos los presentes que se escondan. “Déjenme sola”, dijo, según la película Coraje, de Chicho Durant, aunque en realidad no existen testigos de su último momento. María Elena fue acribillada, luego dinamitaron su cuerpo y, tras un sepelio donde asistieron más de 300,000 personas, también volaron su tumba. Tenía 33 años.
Hay un video que parece premonitorio. En él aparece María Elena bailando y cantando con otras mujeres. «En Villa yo nací, en Villa me crié, en Villa tuve a mis hijos, en Villa me enamoré. El día en que yo muera y me lleven a enterrar, saldré de mi sepultura y por mi Villa he de luchar”. Al día siguiente de su asesinato, el repudio fue masivo. La Madre Coraje, como la llamaban, se convirtió en el dolor y en la admiración de un país en llamas. La niña que construyó un hogar con sus propias manos en medio del desierto llegó a remecer los cimientos de una sociedad con un mensaje pacífico.
Y así nos enseñó, con una determinación sobrenatural, a vivir sin miedo.
María Elena Moyano (1958 -1992)