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Verónica Ramírez
Periodista

Mujer tenía que ser

Publicado el 30 de abril del 2021

Verónica Ramírez
Periodista

Mujer tenía que ser

Publicado el 30 de abril del 2021

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“Hoy se me hace preciso escribir por la ansiedad. Estoy sentada frente de la hamaca que está quieta como si esperara a su dueño. El aire también está quieto; esta tarde es sorda. Los árboles del huerto están como pintados. En este silencio mío, medito. No puedo olvidar”. Con estas palabras dirigidas a Simón Bolívar, Manuela Sáez, desde su destierro en Paita, recuerda al hombre al que le salvó la vida. La Libertadora del Libertador no solo fue amante y compañera de batallas de Bolívar durante ocho años. Fue una luchadora por la independencia, aunque su labor y determinante influencia política haya sido silenciada por la historia oficial.

Hija de una criolla y un español, Manuela nació huérfana. Su madre murió en el parto y su padre rehízo su vida con una nueva familia. Ella creció en un convento, del que podría no haber salido nunca si no fuera por esa curiosidad infinita que siempre sintió por todo lo que había más allá del claustro: el amor, los países por descubrir y, más tarde, la política.

Para salir del encierro al que fue condenada desde el nacimiento aceptó un matrimonio arreglado con un doctor inglés, rico y 26 años mayor que ella. La boda se celebró en Lima, en 1817. Entonces, Manuelita, desde su vida aristocrática, empezó a formar parte de las tertulias políticas y conspirativas que organizaba a manera de reuniones secretas, donde transmitía informaciones gracias a sus grandes dotes de espía. La revolución empezaba a fraguarse. 

Después de ser nombrada Caballeresa de la Orden del Sol por José de San Martín por su participación en el proceso de Declaración de la Independencia del Perú, Manuela abandonó a su marido y regresó a Quito, donde conoció a Simón Bolívar, con quien inmediatamente descubrió enormes afinidades políticas y sentimentales.

“La historia se construye con locuras de amor y de coraje”, dijo la mujer que fue espía, defensora de los derechos de la mujer, organizadora de tropas y cuidadora de heridos. Con el sable desenvainado y vestida con pantalones, algo inusual para la época, Manuela Sáenz fue protagonista de su tiempo. Una noche, incluso, salvó de morir a Bolívar al distraer a sus perseguidores mientras él escapaba por los tejados. 

“La historia se construye con locuras de amor y de coraje”,

En 1823 acompañó a Bolívar al Perú y combatió bajo las órdenes de Sucre en las batallas de Junín y Ayacucho, como antes lo había hecho en la de Pichincha. Amada y odiada a partes iguales, fue nombrada coronela. Bolívar la defendió a ultranza de sus detractores, tanto en público como en las cartas que intercambiaron a lo largo de 8 años de amor. “Cumplo con la justicia de dar a usted su merecimiento de gloria, congratulándome de tenerla a mi lado como mi más querido oficial del ejército colombiano”, escribió Bolívar, quien veía en ella lo que otros no. Por tal motivo le encomendó labores de espionaje y le entregó su archivo personal como medida de protección frente a sus adversarios. 

En la plaza principal de Pueblo Libre hoy existe un monumento a Bolívar que mira a la casa (convertida en museo) que perteneció a Manuelita Sáenz. Él murió en 1830 y ella fue desterrada a Colombia. Luego partió a Jamaica. Intentó volver a Colombia, pero no pudo y se quedó varada en el puerto de Paita. A lo largo de estos años se ganó la vida preparando dulces, vendiendo tabaco o como traductora de cartas de los viajeros, como las Herman Melville, autor de Moby Dick. Fue en Paita, en el completo abandono después de haber contribuido a la causa libertaria,  donde escribió una frase que, para lo bueno y para lo malo, suena como una condena: “No puedo olvidar”.  

En la plaza principal de Pueblo Libre hoy existe un monumento a Bolívar que mira a la casa (convertida en museo) que perteneció a Manuelita Sáenz.

Manuela Sáenz murió a los 59 años a causa de una epidemia de difteria. Su cuerpo y sus posesiones fueron incinerados para evitar la expansión de la enfermedad y arrojados a una fosa común. Durante muchos años su recuerdo permaneció en silencio. El poeta Pablo Neruda contribuyó a encender nuevamente la figura de esta mujer apasionante y vanguardista con el largo poema “La insepulta de Paita”. Aquí, un extracto: 

Manuela, brasa y agua, columna que sostuvo / no una techumbre vaga sino una loca estrella. / Hasta hoy respiramos aquel amor herido, / aquella puñalada de sol en la distancia.

Manuela Sáenz (1797-1856)

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