Lucia Berlin hablaba varios idiomas y parecía vivir en todas partes. A los 32 años ya había parido cuatro hijos y se había divorciado tres veces. Para ganarse la vida, mantener a los chicos y costear su adicción al alcohol trabajó limpiando casas, como profesora de secundaria, auxiliar de enfermería o telefonista en un hospital. En una vida que podría encerrar mil otras, Lucia dejó escritos 77 cuentos, casi todos inspirados en su propia biografía.
“Parte de la chispa de la prosa de Lucia está en el ritmo: a veces fluido y tranquilo, equilibrado, espontáneo y fácil; y a veces entrecortado, telegráfico, veloz”, escribe Lydia Davis en el prólogo de Manual para mujeres de la limpieza, el libro con el que Berlin mereció una fama póstuma.
Si bien antes de morir, en 2004, logró vivir de la enseñanza y a duras penas de la escritura, nunca podría haber calculado que su libro se convertiría en un bestseller en 2015 en Estados Unidos y Latinoamérica. A partir de entonces tuvo a la crítica y al público completamente a sus pies. El próximo año, Cate Blanchett podría interpretar sus historias en el cine a partir de una adaptación de Pedro Almodóvar.
El próximo año, Cate Blanchett podría interpretar sus historias en el cine a partir de una adaptación de Pedro Almodóvar.
Lucia Brown nació en Alaska, pero pasó sus primeros años en los asentamientos mineros donde trabajaba su padre. Vivió en Idaho, Montana y Kentucky, pero también en Santiago de Chile, donde aprendió a fumar, a beber y a sufrir sus primeros dolores debido a una severa escoliosis que a menudo la obligaba a llevar un corsé ortopédico de acero.
Antes de cumplir los 18 años se matriculó en la Universidad de Nuevo México, donde tuvo dos hijos con un escultor. Luego se casó brevemente con un pianista y se mudó a Nueva York hasta que huyó a México con su amigo Buddy Berlin. Con él tuvo dos hijos, un tercer matrimonio fallido y un nuevo apellido con el que, finalmente, se daría a conocer en el mundo.
Saltar de ciudad en ciudad cada 9 meses, de acuerdo al cálculo hecho por uno de sus hijos, contribuyó a que desarrollara la mirada aguda que solía posar sobre todas las cosas para componer un fresco de la soledad, la lucidez y la ironía en sus cuentos, protagonizados por mujeres que ingresan a centros de desintoxicación, viven el fin del amor, se enfrentan a la soledad, a la pérdida, al maltrato, a la maternidad, a la vida.
Lucía empezó a publicar gracias al entusiasmo de algunos amigos, como el poeta Ed Horn, en revistas como The Atlantic o The Noble Savage, dirigida por Saul Bellow. Con el tiempo sus textos ampliaron su onda expansiva y publicó su primera colección bajo el título Angel´s Laudromat, en 1981. Posteriormente, algunos otros, como Homesick (1991), So Long (1993) y Where I Live Now (1999). De hecho, ganó el American Book Award en 1991, consiguió un buen trabajo en la Universidad de Boulder y se mudó a esa ciudad aburrida en la última etapa de su vida donde “Nadie va sucio. Incluso la gente que va a correr parece recién salida de la ducha”. (En B.F. y yo).
Sin embargo, sus historias no terminaban de traspasar los círculos académicos y las paredes de la universidad. Era un secreto bien guardado. Su amiga, la escritora Elizabeth Georghegan, tiene una teoría al respecto. El National Endowment for the Arts (NEA) le concedió una beca de escritura importante que Lucia utilizó para viajar a París. “Más adelante, mandó una carta de agradecimiento a la NEA contando todo lo que había hecho con el dinero: de todo salvo escribir”.
Sin embargo, sus historias no terminaban de traspasar los círculos académicos y las paredes de la universidad. Era un secreto bien guardado.
Lucia Berlin era una mujer que, efectivamente, vivía y, en sus ratos libres, escribía. Escribía con la originalidad de un Chejov, Carver o Munro, pero, especialmente, escribía como ella misma y sobre ella misma con gran ingenio y profundidad.
“La soledad es un concepto anglosajón. En Ciudad de México, si eres el único pasajero en un autobús y alguien sube, no solo se sentará a tu lado sino que se recostará en ti”. Así arranca el cuento Triste idiota, con una de esas frases categóricas, imaginativas y ácidas que la definen.
En cualquiera de sus cuentos se encuentran cientos de citas para recortar y guardar, como:
“Por favor, ¿cómo va a interpretar a Lady Macbeth si hace aspavientos por un poco de sangre?” en Querida Conchi.
O…
“Una vez me dijo que me amaba porque yo era como San Pablo Avenue” en Manual para las mujeres de la limpieza.
“Mi madre escribía historias verdaderas, no necesariamente autobiográficas, pero por poco”, escribe su hijo, Mark Berlin, en el prólogo de Una noche en el paraíso. “Las historias y los recuerdos de nuestra familia se han ido modelando, adornando y puliendo con el paso del tiempo, hasta el punto de que no siempre sé con certeza qué ocurrió en realidad. Lucia decía que eso no importaba: la historia es lo que cuenta”.
“Las historias y los recuerdos de nuestra familia se han ido modelando, adornando y puliendo con el paso del tiempo, hasta el punto de que no siempre sé con certeza qué ocurrió en realidad. Lucia decía que eso no importaba: la historia es lo que cuenta”.
Berlin se paseaba por el campus de la universidad donde enseñaba conectada a un tanque de oxígeno. Había superado el alcoholismo, pero tenía el pulmón perforado debido a la escoliosis. Vivió sus últimos años en una caravana a las afueras de Boulder y, posteriormente, en el garaje de uno de sus hijos, en Los Ángeles. Murió a los 68 años con un libro en la mano.
“No trates de ser ingenioso”, le dijo una vez a un alumno. Para Lucia, una historia tenía que ser real, sin artificios, como la vida misma. Lo decía ella, que lo había visto todo. Que había tenido la suerte y la desdicha de vivir la gloria y la miseria. Y que tuvo, como la protagonista del cuento 502, “las ganas diabólicas de, bueno, dar al traste con todo”. Pero vivir intensamente no es suficiente. Lucia Berlin, sobre todo, tuvo un talento inmenso para contar sus muchas vidas con ese humor salvaje que la convirtió, más tarde que temprano, en la extraordinaria escritora que todos deberíamos leer.
Lucia Berlin (1936 – 2004)