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Verónica Ramírez
Periodista

Mujer tenía que ser

Publicado el 18 de noviembre del 2019

Verónica Ramírez
Periodista

Mujer tenía que ser

Publicado el 18 de noviembre del 2019

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Se dice que creció entre 10 o 14 hermanos. Nunca se supo con seguridad. Corría 1936 y, en el callejón del Rímac donde la familia Sarcines Reyes vivía, Tobías y Lucila hacían malabares para alimentar a esa pandilla de hijos de todas las edades. Pero Tobías falleció a causa de la mala suerte y Lucila se vio en la obligación de repartir a sus hijos entre distintos parientes. A los 5 años, cuando un niño promedio recién empieza a comprender las nociones básicas del tiempo, la más pequeña  -Lucila, como la madre- cantaba en las calles del Callao a cambio de unas monedas. Así nació Lucha Reyes y, con ella, esa voz urgente que aprendió a elevarse para sobrellevar la necesidad.

En una vida infantil signada por la tragedia, la madre recuperó a sus hijos hasta que un incendio en la vivienda volvió a separarlos. Entonces, la niña Lucila tuvo que internarse 8 años en un convento. Al salir empezó a ganarse la vida con la venta de periódicos, lavando ropa o en la cocina de algún restaurante. Quizás, en la búsqueda de la estabilidad que siempre le fue esquiva se casó con un policía que resultó ser un maltratador. En su segunda relación tampoco fue feliz, según cuentan quienes la conocieron. No se sabe de grandes amores posteriores, más allá de sus tres hijos, dos naturales y una niña que crió como si fuera suya.

Se le recuerda por sus pelucas excéntricas y por interpretar canciones prestadas desde un dolor muy hondo hasta hacerlas completamente suyas. A principios de los años sesenta, Augusto Ferrando, con su humor cruel pero gran ojo para el talento, la fichó como imitadora y cantante. A partir de entonces, a pesar de ser negra, mujer y artista en un país donde recién se había aprobado el voto femenino, su carrera fue en ascenso en las peñas criollas de la época, como el famoso Karamanduka, donde Lucha recibía un plato bien servido y algunos soles a cambio de cantar toda la noche.

Un día, la vida le cambió para mejor. A principios de los setenta, Lucha ya tenía un par de discos, un apodo inmortal (La Morena de Oro), un programa de radio y un éxito rotundo, pero, lamentablemente, una salud frágil. Se dijo que sufría de tuberculosis y que la enfermedad era el secreto de su voz, pero, en realidad, sufría de diabetes y de un mal coronario que la hacía entrar y salir de hospitales. 

Entre las recaídas y las peñas, la voz de Lucha se iba apoderando de composiciones como Tu voz de Juan Gonzalo Rose  (“Tu voz existe, anida en el jardín de lo soñado, inútil es decir que te he olvidado”), Como una rosa roja de Gladys María Pratz (“Que no me perteneces, que sé que no me amas y, sin embargo, quiero vivir tan solo en ti”), Carta al cielo de  Salvador Oda (“A mi blanca cometa, hacia el azul del cielo allá donde se ha ido, mi adorada mamá”), Mi propiedad privada de Modesto López Otero (“Para que sepan todas que tú me perteneces, con sangre de mis venas te marcaré la frente”), entre tantas otras. 

 

Se dijo que sufría de tuberculosis y que la enfermedad era el secreto de su voz, pero, en realidad, sufría de diabetes y de un mal coronario que la hacía entrar y salir de hospitales. 

Lucha Reyes murió a los 37 años rodeada de un mar de gente. La suya fue una vida marcada por el dolor que ella reconvirtió en un motor de supervivencia. Un día, en un taxi, Jesús Vásquez le habló de un tema de Augusto Polo Campos que ya cantaba Edith Barr, pero sin demasiado éxito. Se llamaba Regresa y fue el músico César Silva quien le añadió esos arreglos iniciales que todos reconocemos desde el primer acorde. Lucha incorporó la canción a su repertorio. 

El día que Lucha Reyes murió, 30,000 personas se congregaron a su alrededor para pedirle que regrese, aunque sea para despedirse. Y así fue. Ella regresa, cada vez que alguien la invoca, y se presenta en las jaranas o en la soledad de un vaso vacío, para recordarnos que sigue siendo la mujer capaz de interpretar todas las tristezas. 

 

Imagen de portada © FTA Industria Peruana.

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