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Renato Cisneros
Periodista, poeta y novelista

Que sabe nadie

Publicado el 7 de octubre del 2021

Renato Cisneros
Periodista, poeta y novelista

Que sabe nadie

Publicado el 7 de octubre del 2021

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Esta semana me he cobrado una deuda pendiente: he visto por fin “Paraíso” (2009), el primer largometraje de ficción del peruano Héctor Gálvez, muy celebrado por la crítica en su momento y distinguido en festivales tan importantes como los de Venecia, Montreal o Huelva.    

En esta película, Gálvez –también director de la notable “NN: sin identidad” (2014) y coguionista de la triunfadora “Retablo” (2017)– nos cuenta la historia de cinco muchachos que habitan un asentamiento humano levantado en la periferia de Lima, sobre un arenal rodeado de huacas abandonadas. Esa comunidad, llamada irónicamente “Jardines del Paraíso”, está integrada en su mayoría por familias ayacuchanas desplazadas por la violencia política. 

Los protagonistas, los jóvenes Joaquín, Antuanet, Sara, Mario y Lalo, son limeños de segunda generación aunque la experiencia idealizada de ‘la capital’ les resulta completamente ajena. El suyo es un mundo desprovisto de instituciones, huérfano de autoridades, regido por lo precario, lo ilegal, lo inestable. Sus empleos son informales y fugaces; sus sueños, endebles como sus casas. Émulos de los gallinazos sin plumas de Ribeyro, pero más de los moradores del barrio Montacerdos de Cronwell Jara, los personajes de Gálvez parecen destinados a nunca escapar de esa pobreza color tierra que los circunda.  

En escenas de gran factura vemos a los amigos jugar fulbito en una cancha derruida, compartir un nocturno plato de caldo de gallina, visitar locutorios de Internet donde dan crédito a cadenas supuestamente milagrosas, emborracharse con licores seguramente adulterados, participar de peleas entre pandillas para vengar la muerte de un compañero, dormir bajo la dudosa protección de las calaminas, y hasta subir a lo alto de una simbólica huaca con rostro de Inca desde donde profieren al aire insultos acaso dirigidos a un destinatario múltiple: la ciudad que no los mira, el Estado que no los acoge, el pasado que no los suelta, la buena fortuna que no se detiene un segundo en esos páramos. 

Émulos de los gallinazos sin plumas de Ribeyro, pero más de los moradores del barrio Montacerdos de Cronwell Jara, los personajes de Gálvez parecen destinados a nunca escapar de esa pobreza color tierra que los circunda.  

El único plan de Mario es ingresar al Ejército, no por vocación sino porque no ve otra salida. La tenaz Antuanet desea ser periodista a pesar de la opinión de su familia (“para ser periodista tienes que tener dinero y vara”). Lalo deambula entre sus malas notas del colegio y la nada del futuro. Sara estudia, pero en el fondo solo quiere conocer su verdadero origen y ver una fotografía de su padre. Y Joaquín, sobre quien recae buena parte del peso de la cinta, descubre que quiere ser tramoyista de un circo popular itinerante (o al menos esa es su excusa para escapar de la miseria). 

En “Paraíso” son las madres quienes luchan por sacar a sus hijos adelante. La oímos hablar quechua, cocinar con lo justo, cantar chicha, y las vemos romperse el lomo, irritarse con facilidad, sufrir pesadillas inconsolables sobre episodios traumáticos de los que nunca han hablado. Los padres no existen. O bien desaparecieron en Ayacucho, víctimas del fuego cruzado entre Sendero Luminoso y el Ejército, o se borraron para no hacerse cargo de la responsabilidad familiar. 

No hay padres, pero sí hombres, por todas partes, reproduciendo prácticas machistas, sexistas, discriminadoras y homofóbicas que, en este lugar aislado donde nadie gobierna, antes que conscientes gestos de discriminación, parecen meros códigos de supervivencia. 

En “Paraíso” son las madres quienes luchan por sacar a sus hijos adelante.

Es curioso, o más bien trágico, que doce años más tarde la cinta de Héctor Gálvez siga sintiéndose actual. Las condiciones de vida de esa población marginal de inicios del siglo veintiuno se han extendido en la ultima década. Aún hoy esos peruanos continúan desclasados, sin servicios básicos, segregados de los poderes de la urbe. No tenemos sino que revisar el más reciente proceso electoral para constatarlo.     

Hace una semana, en Francia, durante el Festival Latinoamericano de Biarritz (que este año tuvo al Perú como invitado de honor), conocí a Héctor Gálvez y le prometí ver su ópera prima. Desde aquí le agradezco por esta película imprescindible que nos ayuda a comprender un poco más las complejidades de este país que nos une con el mismo ímpetu con que nos separa.   

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