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Verónica Ramírez
Periodista

Mujer tenía que ser

Publicado el 22 de diciembre del 2022

Verónica Ramírez
Periodista

Mujer tenía que ser

Publicado el 22 de diciembre del 2022

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Alquimia, astrología, budismo, chamanismo, cultura popular mexicana, hadas, hechiceras o seres mitológicos. Toda la fantasía y la imaginación parecían caber en la mente de la pintora y escritora Leonora Carrington.

La pionera del surrealismo nació en 1917, en Lancashire, Reino Unido. Mientras en Rusia estallaba una revolución que definiría el siglo XX, en el interior de una niña indócil crecía la semilla del descontento. Desde muy temprana edad rechazó las convenciones de una familia conservadora de la alta sociedad: fue expulsada del convento donde estudiaba por no estar de acuerdo con una doctrina que preparaba a las mujeres para el matrimonio. 

Tenía una imaginación desbordante poblada de duendes, gnomos, gigantes y fantasmas, probablemente extraídos de la mitología celta que su abuela le inculcó. A su vez, poseía una sensibilidad especial que la hacía tener visiones y creer que podía ver fantasmas. Esta manera de percibir la realidad la dejó completamente fuera del destino que su familia había preparado para ella.

Desde muy temprana edad rechazó las convenciones de una familia conservadora de la alta sociedad: fue expulsada del convento donde estudiaba por no estar de acuerdo con una doctrina que preparaba a las mujeres para el matrimonio. 

A Leonora no parecía importarle nada más que volar con sus propias alas. 

Estudió en Florencia y París, se sentía completamente atraída por el arte, que se presentaba como el espacio ideal para manifestar todas sus inquietudes. Experimentó con la acuarela y aprendió a dominar la técnica con la que trazó sus primeros dibujos que, vistos hoy, parecen más emparentados con el manga japonés que con las vanguardias europeas de la época. 

En 1936 conoció al artista alemán Max Ernst, quien la introdujo al movimiento surrealista y al descubrimiento del amor. Corrían tiempos convulsos, la Segunda Guerra Mundial estaba a punto de estallar y Ernst, al ser alemán, fue capturado como extranjero enemigo.  Leonora sufrió un colapso nervioso y fue internada, en contra de su voluntad, en un manicomio. Esta dramática experiencia sería convertida, muchos años después, en material artístico por la pintora que había estado en “el otro lado” de la mente y de la vida. 

Como en el verso de Vallejo, “Tengo fe en ser fuerte”, Leonora se olvidó de su primer amor, huyó de un manicomio, fugó de un continente en llamas y se instaló en México, el país que la adoptaría y comprendería mucho mejor su espíritu intransigente, original y simbólico. 

Leonora sufrió un colapso nervioso y fue internada, en contra de su voluntad, en un manicomio. Esta dramática experiencia sería convertida, muchos años después, en material artístico por la pintora que había estado en “el otro lado” de la mente y de la vida. 

Carrington nunca quiso explicar el significado de sus obras porque decía que estaban hechas para ser libremente interpretadas. Tampoco quiso dar demasiadas entrevistas ni salir a la luz. Se sentía bien rodeada de amigos artistas, especialmente de la pintora Remedios Varo, y de las historias de hadas que poblaron su infancia y su arte. 

Además de producir cuadros y esculturas, Leonora se dedicó a escribir libros como Leche del sueño, La trompetilla acústica o La casa del miedo

Leonora murió a los 94 años en la misma casa de tres pisos donde vivió durante seis décadas junto a su marido y sus dos hijos. Hoy, la casa es un museo que invita a recorrer las estancias como quien ingresa a un universo paralelo, un lugar poblado de criaturas fantásticas y energías supraterrenales salidas de la mente de una mujer que vivió, por fortuna, siempre a contracorriente. 

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