Fundación BBVA Perú
imagen

Renato Cisneros
Periodista, poeta y novelista

Que sabe nadie

Publicado el 8 de julio del 2019

Renato Cisneros
Periodista, poeta y novelista

Que sabe nadie

Publicado el 8 de julio del 2019

Comparte en:

Soy un lector desordenado. Con frecuencia tomo un libro y dejo de lado otro que ya había empezado y cuyo hilo luego me cuesta retomar. Me ocurrió hace unas semanas con Julio Ramón Ribeyro. A raíz del lanzamiento en España de buena parte de su obra más representativa, me eché a releer varios de sus cuentos, suspendiendo temporalmente la lectura de «Nada se Opone a la Noche», novela de la francesa Delphine de Vigan que me tenía, que aún me tiene entusiasmado. 

Algo parecido me sucedió meses atrás con la correspondencia entre Flaubert y George Sand: me faltaban solo treinta páginas para terminarla, y justo en esos días me llegó por correo «La Vida Breve» de Onetti, y ahí nomás me puse a devorar la novela del uruguayo. En esas andaba cuando empezó la Feria del Libro de Madrid y, tras la primera visita, volví a casa con «Mi año de descanso y relajación», de la norteamericana Ottessa Moshfegh y «Tema Libre», del chileno Alejandro Zambra, y tras husmear algunas de sus páginas opté por dejarlos  sobre mi mesa de trabajo, en lo alto de unas rumas o torres de libros intactos que son también un recordatorio vertical de mi indisciplina. 

Podría decir que son las labores de la paternidad las que han menguado o atrofiado el vicio de leer, pero sería inexacto. El verdadero inconveniente es mi mala, diría pésima, administración del recortado tiempo libre de que ahora dispongo. Si no me pierdo entre la mugre de las noticias, lo hago entre la menudencia de las redes, los vídeos de Youtube o las series de Netflix. Eso sin mencionar el tiempo que dedico al trabajo, la radio, las columnas, las novelas que quisiera escribir y apenas si puedo bosquejar. 

Esta noche viajo a Lima y no sé qué libro llevarme y aprovechar las doce horas de vuelo sin internet que, si no me duermo —otras frecuente actividad distractora— podrían resultar sumamente provechosas. Quizá termino con Delphine de Vigan; o quizá meto a la mochila la recomendada «Sistema Nervioso», de Lina Meruane; o quizá «Un hombre bajo el Agua», del escritor alicantino Juan Manuel Gil; o tal vez «El último lector», de Ricardo Piglia, que lo picoteé y abandoné con un lápiz haciendo las veces de marcador. Aunque si tuviera más fuerza de voluntad, tendría que llevarme «Una vida en palabras», de mi querido Paul Auster, de cuya lectura me desentendí en la página sesenta. 

No me quejo del caos en sí. La convivencia con los libros es caótica. Toda convivencia lo es. Me quejo más bien de mi incapacidad para armonizar el desorden. Lo peor, puedo preverlo, es que en unas semanas volveré de Lima cargado de libros en la maleta, me instalaré en cada decidido a finiquitar cada uno de ellos y más temprano que tarde encontraré un pretexto para no volver a abrirlos. 

[***]

Comparte en:

TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR