Allí estás, con la mano en el control remoto, dudando: apago, sigo, vuelvo otro día.
Tantos caminos y ninguno alivia.
Eres terco, insistes, te encandila la pantalla, te arrullas en el colchón que se hunde contigo, el eco, se te caen los párpados, languideces, la modorra te arrastra a un pozo seguro, ahora resoplas y de pronto te despiertas envuelto en tu propio ruido, ¿este bramido he sido yo?
Pero quizás es mejor renunciar. No hay que verlo todo. Ni estar al día. Vas a rendirte. Y el dedo aprieta por fin el botón rojo, como alejándose de una caprichosa alarma. Ha decidido contigo y sin ti. Todo se apaga. En la habitación a oscuras, una culpa. Un sinsabor. Una rabia oscura, pantanosa. Estás decepcionado, como si amigos cercanos te hubieran fallado. Y te han fallado. Acompañaste a esta gente querida durante dos, tres, cinco temporadas. Seis, tal vez. Han transitado entre tu sala, tu celular y tu cuarto y tu tiempo. Han hablado en voz alta y han dicho lo que tú pensabas. Reconoces sus voces. Representaron la vida para ti. Expusieron sus dramas, sus conflictos, sus fantasías. Su miedo ha sido tuyo. Contaste sobre ellos en todas partes. Se enquistaron en tu vida real. Creías conocerlos mejor que muchos. Los entendías.
Pero quizás es mejor renunciar. No hay que verlo todo. Ni estar al día. Vas a rendirte. Y el dedo aprieta por fin el botón rojo, como alejándose de una caprichosa alarma.
El guion agrietado. El actor que se fue. La actriz que ya no. Las redundancias. Las omisiones. El humor en fuga. En equipo no funcionan. Los condenas. De cómplice a enemigo. Que se mueran todos. Ahora eres tú el asesino. Nadie te está investigando. Ellos no van a enterarse del abandono. Jamás.
Un día, para tu propio asombro, vuelves.
Hay una adrenalina que extrañas, ha ido supurando lentamente, ha calado.
HOY. Ve y hazlo. Enciende.
Te justificas sin pensarlo demasiado. Del exilio de la desconexión a entregar tu espalda al sofá, a la silla, al respaldar de la cama, a la pared.
Veremos.
Te preparas. Agarras el sánguche frío o recuperas una gaseosa a medio tomar o haces canchita en la olla de siempre.
Piadoso y desconfiado, regalas el gesto de la segunda oportunidad.
Terminas el primer capítulo. Insufrible.
Masticas y bebes.
El segundo, ay, interesante (algo se salva, al menos). El tercero lo remontas. El tercero, sí.
Y hasta dices al día siguiente en el trabajo, con un tono rarísimo, entre convencido y no, entre arrepentido y recuperado converso, entre perdí mi tiempo y qué otra cosa podía hacer si otra vez estaba solo:
Bueno, una vez que pasas el tercer capítulo…