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Katya Adaui
Escritora, guionista y fotógrafa.

Publicado el 22 de diciembre del 2018

Katya Adaui
Escritora, guionista y fotógrafa.

Publicado el 22 de diciembre del 2018

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Un día normal. Un día de playa. Una mujer, su esposo y un hijo pequeño. Sombrillas, algo de música, conversaciones despreocupadas, olas pacíficas, la arena es tibia y contingente. La alegría punzante de un verano prometedor. La mujer está pelándole una fruta a su hijo. Este es el momento en que todo acontece: apenas unos segundos y la destrucción masiva. La mujer ve a un muchacho, suena una canción y algo se le explota irremediable: ¿qué maldito recuerdo? Uno tan violento que la hace apuñalar hasta matarlo al muchacho que acaba de ver. El espacio confiable y familiar, ganado al consumo y al ocio, la playa, es arrasado por un tsunami simbólico: el pecado mayor: el asesinato de un inocente.

Culpa, desasosiego, trauma, perturbación, parálisis, represión, fe. Palabras-torpedo instalándose a ritmo frenético en este thriller psicológico de trama oscurísima.

Para comprender este asesinato nacido de ninguna motivación aparente, se bucea en capas de instancias narrativas sagaces: una inmersión a la atormentada mente de la protagonista (Cora, una tremenda Jessica Biel), a través de flashbacks que avanzan constituyéndose en pasado. Lo que te han obligado a olvidar, lo que duele tanto recordar que es mejor no nadar ahí, la memoria que debes reconstruir para tu propia y urgente salvación. Cora se declara culpable sin entender el porqué de su crimen, la formación de su propia barbarie, su pecado original. Su alma ha entrado en colisión con lo irreparable.

 

Culpa, desasosiego, trauma, perturbación, parálisis, represión, fe. Palabras-torpedo instalándose a ritmo frenético en este thriller psicológico de trama oscurísima.

Avanzar hacia atrás implica conocer a la perversa familia a la que Cora ha sido condenada. A su madre hipercatólica y de rigidez axfixiante, a su padre atarantado zombie, a su hermana postrada que anhela vivir a través de ella. Vivir: acceder a todos los placeres del mundo que le han sido negados, como si hubiera que romper los diez mandamientos, controlar el tiempo que se le restringe. La relación de Cora con Phoebe (Nadia Alexander, también tremenda) es una demanda amorosa y una experiencia erótica. Ambigua y dulce, perversa y amarga. ¿Quién domina? ¿En qué parpadeo esta fusión se quiebra? Cuanto más profundizamos en ella, en ocho capítulos como ocho autopsias, trazamos una vida de manipulaciones y de entregas subversivas. El secreto de esta reacción en cadena está en su dosificación.

Si Cora está al borde y vislumbra con asombro y temor su propia memoria, es por la relación especular que sostiene con el policía Harry Ambrose, el casi siempre magnífico Bill Pullman, un detective depresivo que también lo ha perdido todo. Él la libera y le permite adentrarse en laberintos, palacetes, casas ambiguas, antiguos territorios, demostrándole la gradación del pasado que siempre estuvo. Le abre la vida a pruebas elocuentes: un pasado que tenía vestigios de bomba de tiempo y que este adentrarse adonde nadie se atrevía a mirar –hacerse cargo de los cadáveres que son de uno– iba a derivar en compensaciones póstumas para su propio psiquismo. Adiós, culpa; adiós, castigo.

Al cierre de la primera temporada de THE SINNER en Netflix, sabemos ya que Bill Bullman (entre el clásico detective terco y hábil “Harry el Sucio” y Ambrose Bierce, narrador estadounidense que impulsó el género de terror) cazará en la segunda temporada otra historia igual de transformadora y que pondrá en crisis otra relación sagrada: un niño ha sido acusado de asesinar a sus padres.

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