Hoy Almudena Grandes, la muy leída y querida escritora española fallecida en noviembre pasado, cumpliría 62 años. Uno de sus grandes temas es, sin duda, la maternidad. En muchas de sus novelas –desde “Las tres bodas de Manolita” hasta “Las edades de Lulú”, pasando por “Los aires difíciles”, “El corazón helado” o “Atlas de Geografía Humana”– la maternidad es retratada desde la precocidad, la carencia, la distancia o la tiranía. En cierto sentido las madres ficticias de Almudena son mujeres duras, difíciles, como era la real, Benita Hernández. En una entrevista, refiriéndose a doña Benita, confesó: “siempre me llevé muy mal con ella, representaba todo lo que yo no quería ser”.
Benita Hernández murió joven, a los 47 años. Almudena tenía apenas 22 y no tuvieron tiempo para una reconciliación adulta. Quizá por eso el recuerdo materno la persiguió toda su vida. En una de sus columnas de El País escribió: «En la voz de mi madre, que no oigo desde hace más de 30 años y sin embargo suena en mis oídos casi todos los días, quepo yo a lo largo de todos los años que he vivido, las arrugas que ella nunca vio en mi cara, las canas que me tiño, y mis hijos, a quienes nunca conoció».
«En la voz de mi madre, que no oigo desde hace más de 30 años y sin embargo suena en mis oídos casi todos los días, quepo yo a lo largo de todos los años que he vivido, las arrugas que ella nunca vio en mi cara, las canas que me tiño, y mis hijos, a quienes nunca conoció».
Su última novela publicada, “La madre de Frankenstein”, muestra desde el título la vieja fijación con la figura materna, solo que aquí está al servicio de una ambición narrativa que la justifica plenamente. La historia, que mezcla sucesos reales con eventos imaginados, transcurre casi íntegramente al interior del hospital psiquiátrico femenino de la localidad de Ciempozuelos, recinto en el que se encuentra interna Aurora Rodríguez Carballeira, una mujer paranoica pero sumamente culta que creía tener la misión de mejorar la humanidad. Ese convencimiento la llevó a realizar un experimento con su propia hija, Hildegart, a la que educó para que sobresalga socialmente. La joven, en efecto, se convirtió, primero, en una niña prodigio, luego en una profesional precoz, y por último en una mujer de avanzada en la España rancia de inicios del siglo veinte. Pero cuando empezó a mostrarse más independiente, Aurora, su madre, temiendo que “la criatura” se apartara del camino que ella le había trazado, la mató mientras dormía de cuatro balazos.
La criminal fue encerrada en el manicomio, donde se dedicó a fabricar muñecos de trapo gigantes a los que acunaba e intentaba dar vida. Los médicos decían que su personalidad era anormal, delirante, ególatra y persecutoria.
Almudena Grandes, sin embargo, utiliza Aurora como una metáfora de la España de los años cincuenta que, bajo los rigores de la dictadura franquista, vivía penos años de oscurantismo. Era una época en la que a las mujeres les imponían el matrimonio, donde toda conducta mínimamente indócil (andar sin medias en verano, dar un beso en la calle a tu esposo) era considerada pecado, más grave incluso que un delito.
Almudena Grandes, sin embargo, utiliza Aurora como una metáfora de la España de los años cincuenta que, bajo los rigores de la dictadura franquista, vivía penos años de oscurantismo.
La crueldad de esa sociedad encuentra su máximo punto de representación en ese manicomio de Ciempozuelos, un nosocomio estratificado, donde las pacientes de primera clase tienen acceso a una alimentación y un tipo de dormitorio al que no podrían aspirar las enfermas mentales de tercera clase. Si las mujeres españolas estaban al margen en el día a día de un país maniatado, las mujeres pobres y desquiciadas estaban al margen del margen.
En la novela conocemos a otros personajes (María, la auxiliar, nieta del jardinero del hospital psiquiátrico, o el médico Germán Velásquez Martínez), pero es Aurora Rodríguez la más convincente, la que condensa las grandes contradicciones humanas. En ella conviven la madre asesina, la pensadora brillante, la mujer de carne y hueso, la científica arrebatada, la versión moderna y femenina del doctor Frankenstein, en suma, una de las más fascinantes villanas literarias del último tiempo.