Para el lector que ingresa a una librería como a su propia casa, con el deseo intacto de ser acogido, es un alivio encontrar un librero que adora su trabajo. Que está informado, que no puede evitar decir: Te recomiendo este, lo he leído, me ha hecho pensar. Librero y lector, compañeros en curiosidad y en la sensación de perpetua ignorancia, son una vocación urgente, una para toda la vida.
Esta cinta narra las peripecias de una viuda por abrir y sostener una librería en una pequeña ciudad pesquera junto al mar. Florence Green ha perdido al marido en batalla. Compartían el disfrute de leerse en voz alta. Durante quince años ha guardado sus cartas, el recuerdo de su voz y la promesa de abrir juntos una librería, lejos de los traumas del pasado. Es la Inglaterra de posguerra. En su mudanza a la costa, Florence encuentra ilusiones: transformará una vieja casona invadida por la humedad, dará trabajo a una niña que no le gusta leer pero cuya madre necesita el dinero, encontrará un primer lector con sensibilidad para el libro bueno y vendible, un ermitaño. Este hombre es su némesis, en un mundo solitario, hecho de ruinas y parches, lee con placer. Alcanza una forma de paz y una forma para la verdad. En palabras de Walter Benjamin: “Solo la literatura parece darnos la posibilidad de recomponer la vida”.
Uno a uno llegan a la puerta de la librería, vasta y cálida como un océano transparente.
Uno a uno llegan a la puerta de la librería, vasta y cálida como un océano transparente. Rumas inquietantes, estantes con las secciones claras, madera vieja reestrenándose en el arte de embellecer. Florence y la niña atienden los pedidos. Escuchan. Ese es su don.
La locura contagiosa de leer llega con Lolita. Florence le envía el libro a su querido lector con esta nota: Cuénteme qué opina. Si no le parece bueno, no tiene que pagarlo. Las vitrinas revientan. Todos quieren formarse en el acontecimiento, descubrir al polémico Nabokov.
Pero hay resistencias: una señora de la alta sociedad, celosa del éxito de Florence, planea usar el inmueble para otra cosa. Y usará sus influencias buscando la expropiación. Es alguien que no lee.
Isabel Coixet, talentosísima guionista y directora española, recrea con sutileza la novela homónima de Penelope Fitzgerald, recogiendo la atmósfera esperanzadora de los cincuentas y el pérfido aliento de una corrupción que avanza paralela a la historia de la humanidad.
Una librería es una demostración de amor y resistencia. Persiste, como un lector obstinado, como un mundo posible.