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Renato Cisneros
Periodista, poeta y novelista

Que sabe nadie

Publicado el 27 de enero del 2023

Renato Cisneros
Periodista, poeta y novelista

Que sabe nadie

Publicado el 27 de enero del 2023

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El enigmático, galante, millonario Phileas Fogg solía matar el tiempo libre leyendo periódicos y jugando naipes en su londinense casa de Saville Row hasta que un día, en el Reform Club, el único club del cual era miembro, realizó una apuesta que lo llevaría a embarcarse en el viaje alrededor del mundo más famoso de la literatura. 

El periplo, que debía durar ochenta días, no supuso para el personaje de Julio Verne tener que atravesar los cinco continentes como se creería, sino que cubrió ocho trayectos puntuales (de Londres a Nueva York pasando por Suez, Bombay, Calcuta, Hong Kong, Singapur, Yokohama y San Francisco), usando una diversidad de medios de transporte: trenes, buques, barcos de vapor, trineos y hasta elefantes. Muchas décadas más tarde, en 1956, el norteamericano Michael Anderson dirigió la primera adaptación cinematográfica de la novela e introdujo un globo aerostático que provocaría un gran malentendido, pues en el libro Phileas Fogg jamás se sube a uno.  

La novela apareció íntegra el 30 de enero de 1873, pero durante noviembre y diciembre del año anterior se publicó por entregas en las páginas del diario francés Le Temps. Los lectores se disputaban los ejemplares para seguir las correrías de Fogg, seguros de que no conseguiría ganar su apuesta a tiempo. ¿Qué hizo que la historia fuera tan atractiva? Sin duda, las descripciones de los territorios y las muestras de progreso que Fogg va encontrando a su paso. Pensemos que solo cuatro años antes, en 1869, el Primer Ferrocarril Transcontinental comenzó a enviar trenes que atravesaban Estados Unidos de este a oeste, y fue inaugurado el Canal de Suez, que conectó el Mediterráneo con el mar Rojo y el océano Índico, de modo que había en el ambiente una expectativa tecnológica creciente que Verne supo capitalizar.  

El autor originalmente concibió “La Vuelta al Mundo…” como una novela más dentro de su serie Viajes Extraordinarios (a la que pertenecen títulos anteriores, como “Viaje al Centro de la Tierra”, “Veinte mil leguas de Viaje Submarino” o “De la Tierra a la Luna”). Sin embargo, el libro se distinguió de las otras obras por la tensión narrativa que alcanza cuando Phileas Fogg se ve envuelto en situaciones dramáticas, como el rescate de Aouda, la joven india; la persecución del detective Fix, que confunde a Fogg con un ladrón de bancos; o la destrucción del propio barco a vapor del protagonista para obtener el combustible que necesitaba para cruzar el Atlántico. 

A pesar de ser una ficción científica con pasajes surrealistas, Verne consigue que su novela se sienta posible y verosímil. Y que la historia que le sirvió de inspiración fue completamente real: el viaje del empresario estadounidense George Francis Train, quien en 1871 había hecho noticia al recorrer el mundo en, precisamente, ochenta días. Luego realizaría dos viajes más, igual de ambiciosos –en uno de ellos incluso logró completar su recorrido en sesenta días, pero fue el primero de sus viajes el que apareció reseñado en un artículo periodístico que, tras ser leído por Verne,  motivaría la extraordinaria narración que a la larga se haría célebre en todo el planeta. La biografía del norteamericano, por cierto, con amores precoces e intervención en una revolución y una campaña presidencial, está salpicada de pasajes mucho más vertiginosos que los vividos por el caballero Phileas Fogg. 

A pesar de ser una ficción científica con pasajes surrealistas, Verne consigue que su novela se sienta posible y verosímil.

El éxito de «La Vuelta al Mundo…» fue tal que en los años siguientes muchos individuos intentaron infructuosamente igualar la proeza planteada en la novela. Las dos primeras personas en lograrlo fueron mujeres, dos jóvenes periodistas estadounidenses. Ambas llamadas Elizabeth. La primera, Elizabeth Jane Cochran, más conocida como Nellie Bly, realizó el viaje en 1889, con veinticinco años, mientras que su colega y competidora, Elizabeth Bisland, lo hizo en 1890, con veintiocho abriles recién cumplidos. 

Mañana se celebran 150 años de la aparición de esta novela que consagró a Verne como uno de los padres de la ciencia ficción (junto a H.G. Wells), y como el autor más traducido del mundo (después de Agatha Christie). Verne, no lo olvidemos, además de adelantarse a inventos como el submarino, el helicóptero, el ascensor o los trasatlánticos, debió ejercer oficios muy variopintos para sobrevivir. Fue autor de libretos para óperas, corredor de bolsa, soldado guardacostas, promotor de un circo municipal y concejal de un ayuntamiento. Quedó cojo luego de que un sobrino le disparara casualmente y padeció a un único hijo rebelde que acabó encerrado en un manicomio. Ya sabemos cómo huía de esos tormentos: inventando viajes interminables que al día de hoy millones de lectores no se cansan de emprender.

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