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Katya Adaui
Escritora, guionista y fotógrafa.

Publicado el 1 de septiembre del 2018

Katya Adaui
Escritora, guionista y fotógrafa.

Publicado el 1 de septiembre del 2018

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Ha muerto por amor. Con esta frase dicha por uno de sus seres queridos comienza el documental en Netflix sobre la cantante más premiada de todos los tiempos. Y sobreviene una resignación desolada, una condena. Todos los que la conocíamos llevábamos años esperando la llamada.Demasiado tiempo muerta en vida. Podía exhibir un cuerpo, lo habitaba un fantasma.

De atrás hacia delante, se repasan los acontecimientos de su brillo y decadencia. Como en todo rastreo biográfico, no hay verdades, sino pistas. Desde la perspectiva de quienes la conocieron y quisieron: se pudo hacer todo para salvarla y no se iba a poder hacer nada. A Whitney la llamaban La Voz. Para ella, esta voz sublime era un don divino, nacida para la alabanza. Arruinarla con drogas y alcohol era haberle fallado a dios. Sus tiempos más felices: cantando góspel en la iglesia de niña. En una entrevista de 2002 revela: El mayor diablo de mi vida he sido yo.

Había tenido una infancia que no fue solo una infancia. Una madre que le dio y le quitó. Le había enseñado a entrenar su voz, transfiriéndole sus propios fracasos, preparándola para la fama que le había pasado de largo. Le había enseñado a vivir bajo control constante. El exceso de vigilancia es abuso. Llegó a la adultez extenuada, sin confianza en su arte, con dudas sobre si se pertenecía o a su madre. Encuentra a una incondicional en Robyn Crawford. Una confidente, una amante, una dupla creativa. Esta mujer, registra el documental, fue contención: le dio equilibrio, la cuidó del abismo de sí misma. La madre, siempre, una ráfaga de sospechas, captura y despotismo. Y el amado padre, el compañero natural frente a una madre extrema, vuelto deslealtad: le reclamó cien millones de dólares. ¿Puedo ser yo?

A Whitney la llamaban La Voz. Para ella, esta voz sublime era un don divino, nacida para la alabanza. Arruinarla con drogas y alcohol era haberle fallado a dios.

A su única hija, Bobbi Kristina, también cantante, la encontraron agonizando en el mismo escenario que ella: una tina. Cantar y morirse con el agua en la garganta.

Su álbum debut de 1985: un éxito sin precedentes: el más vendido de una cantante en la historia. Tuvo siete discos número 1. Pero en 1989 la abuchearon. Sus compañeros de Rhythm and blues la acusaron de haberlos traicionado al cantar pop. ¿No soy lo suficientemente negra para ellos? Otro trauma invisible, esencial, que repercutirá en las condiciones sobre las que fabricará una fama que la autoengaña y desfigura.

Whitney Houston no murió por amor. El documental retrocede a los momentos felices y vertiginosos, narrados por ella misma, por su madre, su excuñada, su exguardaespaldas, sus músicos. Y por Bobby Brown, su esposo de 15 años. Erigido como la figura exclusiva, alejó a Robyn. Hay material inédito: alegría conyugal, ansiedad previa al escenario. El documental poco explora el abuso que él cometió. No permitiéndole dejar las drogas, pegándole, engañándola. Y Whitney: Mi droga era él.

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