Las preferencias futbolísticas no están basadas en criterios deportivos únicamente. Muchas veces deseamos que una determinada selección gane porque guardamos un recuerdo especial del país al que representa, o de alguno de sus habitantes, o de algún elemento alusivo a su cultura.
Eso me pasa con Bélgica en este Mundial. Aclaro que nunca he visitado el país. He comido sus papas fritas, bebido sus cervezas, probado su chocolate y hasta sus waffles. He leído las historietas de Tintín y las de Gastón. He admirado a Audrey Hepburn. Me he preguntado varias veces por qué el símbolo de Bruselas es un Niño Meón. He sonreído al saber que tienen miles de castillos y muy pocos McDonald’s. Y, desde luego, como todo hincha que considera México 86 su Mundial predilecto, fui seducido en su momento por aquella selección que quedó en cuarto puesto, donde brillaban Eric Gerets, Enzo Scifo, Jan Ceulemans, Nico Claesen y atajaba un carismático rubio melenudo cuyo apellido parecía la onomatopeya de una cachetada: Jean-Marie Pfaff.
Sin embargo, no es por nada de eso que quiero que Bélgica sea el nuevo campeón. Las razones futbolísticas bastarían, por cierto, ya que, con perdón de los hinchas de Francia, Inglaterra o Croacia, el actual equipo, dirigido por el español Roberto Martínez (tocayo del ídolo crema), es el que mejor fútbol ha mostrado en lo que va de la Copa y el que tiene individualidades más consistentes: Courtois, Kompany, Vertonghen, De Bruyne, Hazard y Lukaku.
Pero, como decía, no es solo por el fútbol que estoy a muerte con los «Diablos Rojos». En verdad, quiero que Bélgica salga campeón por Simenon. El escritor George Simenon es autor de «El Alcalde de Furnes», la primera novela policial que leí y me dejó fascinado a los dieciséis años.
Pero, como decía, no es solo por el fútbol que estoy a muerte con los «Diablos Rojos». En verdad, quiero que Bélgica salga campeón por Simenon. El escritor George Simenon es autor de «El Alcalde de Furnes», la primera novela policial que leí y me dejó fascinado a los dieciséis años. Su personaje, el alcalde Joris Terlinck, es un hombre odioso, arrogante, presumido, que está dispuesto a todo con tal de aniquilar a sus rivales políticos. Su esposa, además, lo culpa de la vida desgraciada que lleva, producto de su desinterés hogareño y sus constantes infidelidades. Sin embargo, poco a poco descubrimos que la oscuridad de Terlinck no es tanta y que a su hosquedad habitual se contrapone una especie de bondad o conmiseración que aflora cuando se cruza con personas desvalidas.
El verdadero personaje, en el fondo, es el propio Simenon, cuyo libro «Memorias Íntimas» está cargado de revelaciones acerca de su dilatada compulsión sexual, la mala relación con su madre, su amistad con el premio Nobel francés André Gide, el origen de su criatura más famosa —el Inspector Maigret—, el errado diagnóstico médico que lo llevó a pensar que moriría del corazón antes de los cincuenta años, entre otras peripecias. En ese libro Simenon —que nació un viernes 13 de febrero pero por superstición fue registrado un día antes— también explica cómo se convirtió en el autor más prolífico de la historia con más de 300 novelas publicadas. La velocidad con que escribía hizo famosa la siguiente anécdota: una tarde Alfred Hitchcock lo llamó por teléfono y le contestó la secretaria diciendo «el señor Simenon no puede atenderlo, acaba de empezar una novela»; a lo que Hitchcock respondió «está bien, espero».
Por el vicioso diablo Simenon, que Bélgica regrese con la Copa. Así tendré un pretexto adicional para conocerla cuanto antes.