El 11 de setiembre de 2001, a las 9:56am, casi una hora después de que el segundo avión impactara la Torre Sur del World Trade Center, el fotógrafo de la Associated Press Richard Drew recibió una llamada y abandonó el desfile de moda que venía cubriendo en un parque. Se dirigió como pudo al corazón del centro financiero de Manhattan. El mensaje que le dieron fue: algo terrible acababa de pasar con las torres gemelas.
Al llegar, el desastre ya se había desatado alrededor. Solo se distinguían nubes de humo por todas partes y gritos pavorosos de transeúntes que, si no huían de la escena llenos de polvo y cristales rotos, miraban hacia arriba con estupefacción al advertir que la gente atrapada en los pisos más altos de las torres gemelas, rodeada por el fuego, sin aire, ante la inminencia de un posible derrumbe, había comenzado a saltar al vacío. Richard Drew vio aquello, extrajo su cámara y sin dudar, sin pensar, tratando de no sentir, comenzó a capturar imágenes estremecedoras.
Una de esas fotografías, donde se observa a un hombre precipitándose de cabeza frente a la Torre Norte, apareció al día siguiente en la página 7 del New York Times. La titularon ‘The falling man’. Fue replicada por distintos medios internacionales y en pocos días se convirtió en un potente símbolo de las casi tres mil víctimas de los atentados terroristas de aquel día, especialmente de aquellas (ciento setenta y uno, según indagaciones periodísticas y policiales) que cayeron o se dejaron caer rumbo a una muerte segura. Al mismo tiempo, dio pie a controversias éticas, pues para muchos la foto de Drew –así como las imágenes de la televisión donde se apreciaba con detalle el involuntario suicidio colectivo– resultaba “pornográfica”, pues no hacía más que avivar el morbo general y violar la intimidad de las familias de aquellos hombres y mujeres que pudieran ser identificados.
Una de esas fotografías, donde se observa a un hombre precipitándose de cabeza frente a la Torre Norte, apareció al día siguiente en la página 7 del New York Times. La titularon ‘The falling man’.
En setiembre 2003, el periodista Tom Junod publicó en la revista ‘Esquire’ un extenso reportaje titulado también ‘The falling man’ que perseguía dos objetivos: dar con la identidad de ‘el hombre que cae’ y poner en perspectiva el valor documental de la fotografía de Richard Drew y, en general, de las duras imágenes que tanto escándalo habían provocado solo por hablar de la desesperación humana y del horror, pero también del sacrificio y la fragilidad de la vida. El texto es considerado una joya periodística, porque Junod recoge una ingente cantidad de información y testimonios que permiten al lector entender el drama de todos los involucrados en la historia de ‘The falling man’. Gracias al reportaje, por ejemplo, sabemos que setenta y nueve de las personas que murieron la mañana del 11 de setiembre lanzándose al vacío trabajaban en el restaurante ‘Ventanas al Mundo’, y que muchos de esos muertos eran latinos, negros, hindúes o árabes. En promedio, los cuerpos tardaban diez segundos en caer y quedar destrozados en el asfalto, aunque es altamente probable que la muerte se produjera en algún punto del trayecto.
En 2006, el reportaje de Tom Junod fue la base de un conmovedor documental con título homónimo que se emitió en el canal británico Discovery Times. Ahí vemos a viudos y huérfanos de las personas que presumiblemente saltaron o cayeron hablar sobre los últimos minutos de vida de sus seres queridos, pero también a periodistas y fotógrafos referirse a la polémica respecto de la difusión de esas escenas sobrecogedoras de gente en las ventanas de los rascacielos, primero clamando por ayuda con servilletas manteles o en las manos y luego dando ese paso antinatural hacia la nada.
En 2006, el reportaje de Tom Junod fue la base de un conmovedor documental con título homónimo que se emitió en el canal británico Discovery Times.
Un año antes, en 2005, el escritor Jonathan Safran Feor había publicado su novela ‘Tan fuerte, tan cerca’, muy influenciada por los eventos del 11-S, en particular por la foto de Drew y la historia del anónimo ‘hombre que cae’. Un niño de ocho años, Oskar, ha perdido a su padre en el ataque a las torres gemelas, y emprende una búsqueda para resolver el misterio, pues su padre no trabajaba en las ‘twin towers’ y no tendría por qué haber estado allí. El libro fue un éxito de ventas y, seis años después, llegó la adaptación cinematográfica, dirigida por Stephen Daldry (el mismo de Billy Elliot y Las Horas), con actuaciones nada menos que de Tom Hanks y Sandra Bullock.
Si la de Safran Feor es la primera recreación literaria del atentado terrorista del 2001, quizá la más lograda sea ‘El hombre del salto’, la magnífica novela de Don Delillo (para muchos, su mejor novela), donde –pese al título– las referencias a la fotografía de Drew o al reportaje de Junod son menos explícitas. En esas páginas conocemos a dos personajes cuyas vidas cambian para siempre a raíz de los atentados: Keith Neudecker, un neoyorkino cualquiera que es alcanzado por la nube de humo, y Hammad, uno de los terroristas secuestradores. Delillo ha dicho sobre esta novela: “la escribí porque quería narrar el 11-S y estar en los aviones y en las torres al mismo tiempo”.
Nada de lo visto y leído acerca del ataque tendrá nunca el impacto del ataque en sí. Sin embargo, el entendimiento de aquellos acontecimientos solo es accesible por medio de los libros, películas y reportajes que se escribieron en los años siguientes, y no tanto de las grabaciones caseras del mismo día que se encuentran por cientos en Youtube. Han pasado dos décadas, pero todavía tenemos mucho por aprender de lo sucedido esa soleada mañana de setiembre en que nada, absolutamente nada, hacía presagiar que el mundo cambiaría para siempre.
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