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Katya Adaui
Escritora, guionista y fotógrafa.

Publicado el 14 de julio del 2018

Katya Adaui
Escritora, guionista y fotógrafa.

Publicado el 14 de julio del 2018

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Una investigadora intuitiva que no sabe disparar un arma y una psicópata asesina con un delicioso sentido de la ironía se persiguen por todo el mundo, entre el deseo de capturarse y la obsesión por encontrarse por fin una frente a la otra.

Sandra Oh, como la oficial del servicio secreto británico Eve Polastry, tiene el papel de su vida, uno a la medida de su potencia y talento. Y Jodie Comer se exhibe brillante y soberbia como Villanelle, una exprisionera rusa, criminal por encargo. Una suave, la otra siempre furiosa. Una casada y madre; la otra, sexual y libre, solo sostiene una relación, la de una hija con su padre, con el encargado de adjudicarle el próximo asesinato. Una es meticulosa, leal y desprolija; la otra es astuta, inflexible, voraz; perfección y desastre. Una es culposa, la otra parece no sentir nada. Eve quiere hablar y entender. Villanelle quiere hacer, deshacer, no repensar el pasado. ¿Qué las une? La urgencia de subvertir el tedio de una existencia que de otra forma sería común y corriente, y hacerse cargo de una curiosidad de la que no pueden volver. Y estas preguntas que las rodean: ¿naces asesina o la vida te convierte en una? ¿Qué lleva a una mujer a matar sin remordimientos? ¿Persiste una Guerra Fría de la que no estamos enterados?

Deberían odiarse, deberían dispararse en el corazón. Están incapacitadas para hacerlo. Hay entre ellas un juego abierto y un pacto silencioso. Más bien se acusan, se dan plazos, se dejan pistas, hacen intercambios, se huelen el cuerpo y la ropa. Son muy inteligentes, en extremo graciosas. Una agudeza erótica. Coquetean entre lo amoroso y lo perverso. Al punto que, al verse por primera vez, desconociendo sus identidades, Eve se está haciendo una cola y Villanelle le dice: Déjatelo suelto. Están frente a un espejo: el literal y el metafórico. Minutos después, Villanelle asesinará. El rastro que deja es uno de muerte. Y son crímenes espantosos, pero ella los aliviana, porque así esta ficción es soportable, por la dosificación de una comicidad tan bien perfilada y envolvente, como si fuera un personaje más. Villanelle tiene despliegues desopilantes, adorables, como ir a dejarse evaluar por el psicólogo del sicariato vistiendo un tutú y el gesto de puchero de la niña que se agota y harta en cualquier sala de espera.

Ellas mismas no saben cómo ni por qué han llegado a formar este vínculo: una construcción de admiraciones. Una extrañísima forma del respeto a la mente indescifrable, al pasado que te formó o deformó, a las carencias y destrezas ajenas. Están confundidas. Estamos enredados. ¿Es una persecución o un hilo de seducción? ¿Hasta dónde podrán resistir si son irresistibles?

#KillingEve es un thriller fascinante, con giros inesperados, revelaciones tremendas, cargada de tensiones, violencia, sutilezas, espionaje y atracción sexual.

#KillingEve es un thriller fascinante, con giros inesperados, revelaciones tremendas, cargada de tensiones, violencia, sutilezas, espionaje y atracción sexual. Una oscuridad luminosa, acompañada por una música que le calza y la hace reverberar en sus contradicciones. Los diálogos son inteligentes, tremendamente ingeniosos, un ping-pong de reclamos divertidos y desesperos, ¿cómo diablos puede uno estar sonriendo mientras alguien asiste a su propia muerte? ¿Cómo se ha construido este personaje que despliega misterio, una dulzura y amabilidad letales, una fragilidad tan fría?

Hay que agradecerle a la guionista y productora Phoebe Waller-Bridge, de apenas 32 años, por darle vida a personajes femeninos así de hipnóticos y tan llenos de capas, tan al borde de sus propios abismos. Allí están todas ellas, tomadas de la mano, rodeadas por trozos de vidrio y espejos.

Me pasó. Vas a terminar matando por no perderte esta serie.

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