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Verónica Ramírez
Periodista

Mujer tenía que ser

Publicado el 5 de agosto del 2021

Verónica Ramírez
Periodista

Mujer tenía que ser

Publicado el 5 de agosto del 2021

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Corrían los años veinte y el mundo se recuperaba de la Primera Guerra Mundial y la gripe española. Ambas catástrofes ocasionaron la pérdida de millones de vidas en el mundo y un clima de profunda depresión y tristeza. Sin embargo, el trauma social también inspiró un deseo de progreso, unas renovadas ansias de vivir y la necesidad de encontrar esperanza en cosas mucho más simples. Por ejemplo, bailar.  

En ese contexto surge la figura de Joséphine Baker, la bailarina y cantante que revolucionó los locos años veinte con una manifestación explosiva de movimiento, talento y alegría. 

“Si, voy a bailar toda mi vida. Yo nací para bailar, solo para eso. Vivir es bailar. Me gustaría morir sin aliento y exhausta al final de un baile”, dijo en una entrevista.

Mucho antes de ponerse a bailar, Joséphine, nacida en Missouri en 1906,  se vio obligada a trabajar desde los 8 años para contribuir a la economía de una familia sin padre. Tuvo que abandonar los estudios para convertirse en una empleada del hogar maltratada por su jefa. Al poco tiempo ingresó como camarera a un night club, aunque ella no aspirara a servir copas sino a bailar. A los 16, ya con dos divorcios a cuestas, Joséphine se fue a Broadway y probó suerte en el mítico Cotton Club. Participó en musicales como Shuffle Along y Chocolate Dandis, espectáculos creados por y para gente afroamericana.

Pero ella quería más. Ella quería todo.  

“Si, voy a bailar toda mi vida. Yo nací para bailar, solo para eso. Vivir es bailar. Me gustaría morir sin aliento y exhausta al final de un baile”

La segregación racial y la ley seca empujaron a Baker a tomar un barco que la llevaría a París, donde empezó a bailar muy ligera de ropa, algo inusual para la época. Su espectáculo de 1925, La Revue Negree, fue un éxito rotundo. Así se convirtió en la reina de la noche con ese baile entre cómico y sensual, con la espalda desnuda y una falda compuesta por 16 plátanos, diseñada por Jean Cocteau.

La apodaron la venus de bronce, la perla negra, la diosa de ébano. Fue la mujer más fotografiada en 1926 por haber introducido el charlestón en Europa pero, sobre todo, por haber conquistado un nuevo lugar para las mujeres: el dominio de su propio cuerpo.

Joséphine Baker no solo fue la artista mejor pagada de su tiempo, también generó tal poder de convocatoria e inspiración que las mujeres se aplicaban crema de nueces para imitar su tono de piel. Fue la primera mujer negra en figurar como protagonista en una película (Zouzou, 1934) y, sobre su despliegue de energía y capacidad de enamorar, Ernest Hemingway dijo que era “la mujer más sensacional que nadie haya visto jamás”.

Joséphine Baker no solo fue la artista mejor pagada de su tiempo, también generó tal poder de convocatoria e inspiración que las mujeres se aplicaban crema de nueces para imitar su tono de piel.

No fue profeta en su tierra. La América más pacata la seguía ninguneando por sus atrevidos e imaginativos bailes, aunque lentamente conquistó espacios en su lucha por la integración. Fue una activista importante que defendió la diversidad y la inclusión social. Pudo reemplazar a Martin Luther King en el liderazgo del movimiento por los derechos civiles, pero rechazó el cargo.

En un lado menos conocido de su vida, se integró como voluntaria en la Segunda Guerra Mundial y formó parte de la resistencia francesa como espía. Más tarde, su país de acogida, Francia, le concedió la nacionalidad, la Legión de Honor y la Cruz de Guerra. 

Con cuatro maridos a cuestas y amantes varios, Joséphine, además de ser la primera súper estrella, fue un emblema de la emancipación de la mujer. Su independencia y carisma competían con su estilo de vida estrafalario. Amante de los animales, adoptó un guepardo, una cabra, una serpiente, un cerdo, varios perros y gatos.  También conformó una familia plural al adoptar a 12 hijos e hijas de distintos orígenes para abrazar la idea de que el mundo debería ser un lugar donde nadie quedara excluido. Los llamaba “mi tribu arcoíris”. 

También conformó una familia plural al adoptar a 12 hijos e hijas de distintos orígenes para abrazar la idea de que el mundo debería ser un lugar donde nadie quedara excluido.

Murió, como ella misma pronosticó, prácticamente bailando, entre una actuación y otra, a los 68 años. Miles de personas salieron a las calles de París para despedir al símbolo y referente de toda una generación. Hoy, su recuerdo se enciende para iluminar los ánimos y tiempos oscuros como los que contribuyó a revertir con su alegría, desparpajo e independencia. 

Joséphine Baker (1906 – 1975)

 

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