Su infancia fue un cuento feliz en la Dinamarca de principios del siglo XX. Nació en una casa frente al mar a mitad de camino entre Copenhague y Elsinor, un hogar rodeado de vegetación en las 16 hectáreas convertidas en santuario de pájaros y parque de recreo infinito. Aquí, la pequeña Karen Blixen, guiada por institutrices, escribía ensayos sobre el dramaturgo francés Jean Racine y disfrutaba de las anécdotas que su padre, militar, aventurero y escritor, devolvía a casa tras sus largas travesías. Pero el suicidio del padre cuando ella cumplió 10 años rompió el hechizo de vida perfecta y, a partir de entonces, Karen sintió que el espíritu nómade paterno se apoderó de su corazón. Así fue como su nuevo destino la condujo a África y, más tarde, a adquirir un seudónimo para su nueva vida como escritora: Isak Dinesen, la extraordinaria cuentacuentos.
“Yo tenía una granja en África, al pie de las colinas de Ngong…”. Así comienza Out of Africa (Memorias de África), el libro donde la baronesa Karen Blixen vuelca su experiencia en Kenia. Aquí llegó acompañada de su perro, un cargamento de vajilla de Limoges y su primo, el barón Bror Blixen, con quien contrajo un matrimonio acordado y amistoso: ella para salir de Dinamarca, él para disfrutar de su dinero.
En Kenia, Blixen dedicó todos sus esfuerzos a una plantación de café que nunco llegó a rendir los frutos esperados. El fracaso de una empresa imposible, que tardó 25 años (1914-1931) en hundirse por completo, le costó la fortuna familiar, pero a cambio obtuvo cosas mucho más valiosas. Sobrevivió a leones, aprendió suajili, instauró una escuela, durmió en la sabana africana, se enfrentó a los colonos británicos para defender a los kikuyu y a los masai y conoció el amor, algo en lo que ya prácticamente no creía.
“Yo tenía una granja en África, al pie de las colinas de Ngong…”. Así comienza Out of Africa (Memorias de África), el libro donde la baronesa Karen Blixen vuelca su experiencia en Kenia.
Denys Finch-Hatton era un cazador, pero sobre todo era un hombre libre. Se unió a Karen en un amor estimulante y de una profunda conexión física e intelectual, algo así como dos mentes espejo cuyos reflejos se reproducían hasta el infinito. Sin embargo, el suyo era un amor desigual. Ella, como su personaje el conde Augustus, quería “alguien con quien poder hablar mañana sobre las cosas que ocurrieron ayer”. Con Denys no existía un mañana, aunque siempre volvía a casa para escuchar las maravillosas historias que Karen contaba con el mismo deseo ardiente de la Sherezade de Las mil y una noches hacia el sultán: mantenerse con vida. Denys falleció, precisamente, de regreso a casa, cuando la avioneta que pilotaba se estrelló cerca de las colinas de Ngong, las mismas que más tarde Karen inmortalizaría en recuerdo de su enorme amor.
Blixen empezó a garabatear las historias que inventaba para convertirse en la seductora involuntaria que todos recuerdan, pero no tenía ninguna prisa por sentarse a escribir. A raíz de la muerte de Denys, comenzó a darle forma a los cuentos inspirados en personajes deslumbrantes e imprevisibles, personas que se refugian de un desastre (La inundación de Norderney), se baten en duelos (Los caminos de los alrededores de Pisa), recuerdan a un amor transformador (El viejo caballero), mantienen una relación de sumisión con un mono (El mono), o navegan con un cargamento secreto en aguas peligrosas (Los soñadores).
“Para Isak Dinesen la verdad de la ficción era la mentira, una mentira explícita, tan diestramente fabricada, tan exótica y preciosa, tan desmedida y atractiva, que resultaba preferible a la verdad”, dice Mario Vargas Llosa sobre Siete cuentos góticos.
“Para Isak Dinesen la verdad de la ficción era la mentira, una mentira explícita, tan diestramente fabricada, tan exótica y preciosa, tan desmedida y atractiva, que resultaba preferible a la verdad”
Afectada por la sífilis que le contagió su primer marido y cuyo tratamiento la envenenaba de a pocos, Karen publicó su primer libro a los 46 años y construyó un mito alrededor de ese cuerpo pequeño y frágil, en el que destacaban dos ojos como fieras cargadas de delineador negro. Blixen, ya convertida en Dinesen, obtuvo un importante éxito, sobre todo en Estados Unidos, donde se lució en toda su extravagancia envuelta en turbantes, pidiendo ostras, tabaco, champagne y anfetaminas, embrujando a todos los corros que se formaban a su alrededor para escuchar sus hipnóticas historias o, lo que es mejor, su fabulosa manera de contarlas. En Estados Unidos, ella solo pidió un deseo: conocer a Marylin Monroe. Y Carson McCullers organizó ese encuentro al que también asistió un curioso Arthur Miller. Cuenta la leyenda que las tres terminaron bailando descalzas sobre la mesa del comedor.
“La cura para todo es agua salada: mar, sudor, lágrimas”, escribió la mujer que hizo de su vida un cuento como los que aprendió a narrar de viva voz para entretener primero a sus hermanos y familiares, luego a sus amantes y amigos y, finalmente, a todos los que hemos encontrado en las páginas de sus libros (Siete cuentos góticos, Cuentos de invierno, Anécdotas del destino, entre otros) a la narradora original, capaz de crear un laberinto de historias con una fuerza que parece brotarle de forma natural y espontánea, como si todo lo que contara realmente lo hubiera vivido.
Una vez dentro es difícil salir del mundo de Isak Dinesen. Sus cuentos son realidades paralelas, sueños de una mente brillante nutrida de una educación exquisita, de una vida aventurera y de la tradición oral africana. “La verdad es para los sastres y los zapateros”, escribió alguna vez. Y es cierto, nos contamos mentiras desde los tiempos inmemoriales en los que nos sentábamos alrededor del fuego. Debe ser por esa necesidad vital de salir corriendo, aunque no podamos movernos. Una urgencia por huir hacia argumentos que se expanden para devolvernos la fe, para hacernos creer en otros mundos, acaso mejores, quizás hasta posibles.
Karen Blixen (1885-1962)