Isabelle Romée, la madre de una santa
En algún punto del siglo XV, una mujer de mediana edad llamada Isabelle llevaba una apacible vida campesina en Domrémy, Francia, hasta que empezó a notar que la menor de sus cuatros hijos, Juana, se mostraba esquiva y preocupada. Un día, finalmente, la adolescente se atrevió a confesarle la inquietud que transformaría su vida y, en pocos años, la del reino. Juana, posteriormente conocida en el mundo entero como Juana de Arco, oía voces.
Al principio creía que quien le hablaba era Dios, pero luego identificó a Santa Catalina de Alejandría como aquella voz que le ordenaba viajar a Orleans a enfrentar a los ingleses. La madre quiso restarle importancia al contacto divino. Le dijo que a ella también le había parecido oír a Dios, pero que lo más probable era que las voces estuvieran vinculadas al despertar sexual.
En la obra de teatro La madre de la criada (Mother of the Maid), la autora, Jane Anderson, recrea la relación entre la madre y la hija adolescente en el ámbito más doméstico. Juana quiere cortarse el pelo. Juana quiere aprender a usar la espada. Juana quiere vestirse como un chico.
Juana quiere cortarse el pelo. Juana quiere aprender a usar la espada. Juana quiere vestirse como un chico.
Isabelle está comprensiblemente aterrada, pero lo disimula con sarcasmo. Es inaceptable que una mujer quiera transformarse en guerrera y mucho menos dirigir un ejército. Aun así, enfrenta al padre y al hermano para defender el plan que su hija y Santa Catalina (luego vendrían otras apariciones) tenían para el reino. La relación entre madre e hija da un salto de cinco siglos. Isabelle, en ese momento, siente el mismo pánico que cualquier madre contemporánea al ver crecer a sus hijos y notar que oyen otras voces que ya no son las suyas.
El resto de lo que pasó con Juana es historia. Isabelle la acompañó hasta la hoguera. Vio morir a su hija y luego vio morir a su marido de tristeza. Aprendió a leer sola y dedicó hasta el último aliento de su vida a revocar la condena de Juana por hereje. Asistió a la mayoría de sesiones y ofreció un discurso a los representantes del Papa donde defendió el honor de su hija y criticó el juicio criminal e injusto al que había sido sometida. En 1456, dos años antes de morir, la corte de apelaciones anuló la condena de Juana y en 1920 fue declarada santa y patrona de Francia.
Actualmente, en Domrémy (hoy llamada Domrémy-la-Pucelle en honor a Juana) hay una escultura en piedra que, discretamente, recuerda a la madre de la santa. Isabelle aparece con las manos entrelazadas y elevadas al cielo. Podría estar rezando. O, con mayor probabilidad, retando con los puños en alto a Dios y a quien haga falta por su hija.