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Katya Adaui
Escritora, guionista y fotógrafa.

Publicado el 3 de julio del 2018

Katya Adaui
Escritora, guionista y fotógrafa.

Publicado el 3 de julio del 2018

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Insoportable. Inhumana. Irracional. Inadmisible.

Todas las íes que atraviesan IRREVERSIBLE, la película de 2002 del argentino Gaspar Noé, están relacionadas con las secuencias de un asesinato en una discoteca y una violación en un subterráneo. Alex (Monica Belucci) camina sola por un túnel, va rumbo a su casa después de una fiesta. Tiene un vestido ceñido y ecos de sudor en el cuerpo. Un hombre que ya estaba violentando en el túnel a una mujer, una prostituta, le pegaba, se venga de Alex por ser testigo. La arrincona, la amenaza, la estampa, la viola. Tiene el cuchillo en la mano, otra arma en la bragueta, y el insulto en los dientes. Lo que le hace y lo que le dice. Hubo público que no soportó, se salió de las salas en todo el mundo. Yo misma, cuando la vi con mi mejor amiga en DVD, en el espacio seguro y acotado de mi habitación, tuve que detenerla varias veces. Mi amiga no pudo seguir. Casi llorando: espantoso. La escena de abuso sexual dura casi diez minutos, sin cortes; una de las más largas en la historia del cine. Me recuerdo diciéndome: es ficción, termina de verla, es ficción.

 

Esto no es ficción: Una terramoza en horario laboral, viajando de Arequipa a Lima en Expreso Internacional Palomino, es violada por dos compañeros en los que confiaba: chofer y copiloto.

Esto no es ficción:
Una terramoza en horario laboral, viajando de Arequipa a Lima en Expreso Internacional Palomino, es violada por dos compañeros en los que confiaba: chofer y copiloto. Si algo debía ella temer a bordo: pasajeros déspotas o imprudentes que no usan los puentes y cruzan la carretera corriendo o una frenada en seco por una maniobra temeraria ajena. Jamás, ¿por qué?, no tendría sentido siquiera imaginar, que aquellos que están manejando la movilidad, los responsables de la seguridad de tripulantes y pasajeros, le manejarían también el destino: la engañarían, la despojarían, la humillarían, la penetrarían sin escrúpulos. Porque era su amiga, porque era presa fácil, porque había que turnársela, porque sí. Ella les pidió una pastilla para el dolor de cabeza. Recibió un período de inconsciencia. ¿Con qué impunidad creyeron contar? ¿Cómo podrían salir librados de sus actos? Daniel Pérez Fierro y Marcelino Vicente Palacios Barja planifican todo, la dopan, la ultrajan analmente y uno de ellos: no volverá a pasar, perdón. La mujer se despierta con dolor, con heridas. La memoria recién se adapta; recuerda y no recuerda. Pero sus heridas no mienten, ni la ropa arrancada. Todo su cuerpo es la prueba. Hace la denuncia apenas llegan a Lima. Valiente, esperando ser escuchada. Se defiende. Liberan a sus violadores confesos. Policía y Fiscalía se pasan la posta, acusaciones simultáneas y, en fin, acción frente a las cámaras; inacción en afrontar el hecho y en proteger a la víctima. Hasta revelan en Twitter su nombre: con ustedes, la última violada del Perú (de la que tenemos noticia). Expongamos su identidad, a la misma altura que la de sus victimarios. Ellos, libres. Impunes. A esta mujer le ha sucedido lo irreversible. Son 1015 kilómetros entre Arequipa y Lima en bus, 16 horas. De Nasca (donde ocurrió la violación) a Lima hay 7 horas. ¿No le parece a la Fiscalía y a la Policía que pasar 7 horas compartiendo espacio con sus agresores, en un bus convertido en una cárcel solo para ella, es tiempo suficiente?

Esta sinopsis no es ficción.

Y es insoportable:
Si dos hombres la violaron, todo el sistema de justicia la volvió a ultrajar con su ineptitud, indiferencia. Iniquidad.

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