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Renato Cisneros
Periodista, poeta y novelista

Que sabe nadie

Publicado el 3 de marzo del 2019

Renato Cisneros
Periodista, poeta y novelista

Que sabe nadie

Publicado el 3 de marzo del 2019

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No hay libro que refiera el fracaso escolar mejor que «El Guardián entre el Centeno». Holden Cauldfiel es un mal estudiante que vaga entre instituto e internado, esperando encontrar algo que dé sentido a su vida. Tras su última expulsión, decide postergar su regreso a casa y escapa a Nueva York todo un fin de semana. Allí vivirá el descubrimiento de la sexualidad, confirmará los desengaños de la religión y se verá a sí mismo como un adolescente absolutamente extraviado. La novela de J.D. Salinger debería ser de lectura obligatoria en la Secundaria de todos los colegios.

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Entre las clásicas lecturas de colegio, hay libros para mi gusto prescindibles. Pienso en «Mi planta de naranja lima», de José Mauro de Vasconcelos; «María», de Jorge Isaacs; y «Corazón» de Edmundo de Amicis. Si tuviera que salvar a uno de esos tres, salvaría a «Corazón». Hay algo tierno, o si quieren conmovedor, en ese diario de un estudiante donde encontramos, además de apuntes acerca de las vivencias del día a día en clase, cartas y pequeños relatos. Como se sabe, uno de esos relatos, «De los Apeninos a los Andes», inspiró el exitoso anime de Marco, el niño que viajaba buscando a su madre.

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En varios libros importantes de la literatura peruana del siglo XX la escuela aparece como telón de fondo. En «La casa de Cartón», de Martín Adán, tenemos a un narrador adolescente que pasea por Barranco al lado de sus amigos del colegio mientras da cuenta al lector de sus primeros amores y se burla de los profesores y las calificaciones.

En «Un mundo para Julius», en «No me esperen en abril», pero también en ciertos cuentos de «Huerto Cerrado», Alfredo Bryce recrea el mundo del colegio haciéndolo ver como una cárcel que, además, funciona como reproducción a escala de la sociedad peruana. Un valor añadido en el tratamiento de Bryce radica en que retrata de manera absolutamente despiadada a las élites oligarcas a las que él mismo (no tan) involuntariamente pertenecía.

Si tuviera que salvar a uno de esos tres, salvaría a «Corazón».

El colegio como microcosmos también está en «Los ríos profundos». Ahí conocemos a Ernesto, muchacho de 14 años, internado en un colegio religioso de Abancay, donde se relaciona con hijos de hacendados y muchachos indígenas. Junto a ellos descubre la violencia, el deseo de lo prohibido, y va percibiendo poco a poco las enormes injusticias y discriminaciones que ocurren afuera, donde se va cocinando una revolución.

«Los jefes», «Los cachorros» y «La ciudad y los perros» son las novelas ‘escolares’ con que Vargas Llosa aborda el miedo, la culpa, la competitividad y necesidad de integración de los adolescentes, pero a la vez critica a la iglesia y al Ejército, como instituciones que no solo no garantizan una formación moral, sino que la desmienten. La rabia y los prejuicios, desde luego, son elementos contantes en estas historias donde los personajes, básicamente, aprenden a sobrevivir.

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Para terminar, recomiendo tres novelas con temática colegial y protagonistas femeninas:

1) «Un año de escuela en Trieste», del italiano Giani Stuparich, cuenta la historia de Edda Marty, quien decide estudiar su último año de bachillerato en un instituto de varones; su sola presencia provoca una serie de desequilibrios que pone a prueba la aparentemente sólida amistad de los estudiantes. 2) «Los hermosos años del castigo», novela autobiográfica de la suizo-italiana Fleur Jaeggy, donde relata su vida a los catorce años en el severo Bausler Institu. 3) Y «Cuatro por cuatro», de la española Sara Mesa, sobre unas chicas que se fugan de la escuela donde estudian, un internado exclusivo para hijas de familias acomodadas.

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