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Renato Cisneros
Periodista, poeta y novelista

Que sabe nadie

Publicado el 9 de abril del 2019

Renato Cisneros
Periodista, poeta y novelista

Que sabe nadie

Publicado el 9 de abril del 2019

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Los cuestionamientos suscitados en los últimos meses en el ámbito de la lengua obligan a preguntarnos qué va a celebrarse exactamente el próximo 23 de abril, día del idioma. No bastará, como es usual, con recordar la muerte de Cervantes y Garcilaso, ni con hablar del fomento de la lectura o de la necesidad de implementar bibliotecas públicas.

En enero asistimos a una controversia a raíz de los subtítulos colocados por Netflix en España a la premiada cinta Roma, de Alfonso Cuarón, donde mexicanismos perfectamente comprensibles como «checar», «suave», «correr» o «enojarse» aparecían sustituidos por «mirar», «tranquila», «despedir» y «enfadarse». El gesto de subtitular «en español de España» se leyó desde diferentes sectores como un acto político segregacionista que no debía pasarse por alto. Tras la polémica, la plataforma se vio en la obligación de dar marcha atrás, porque entendió (asumo que lo hizo) cuán ofensivo, además de absurdo, resultaba una «traducción» para espectadores hispanohablantes. Si hoy uno quiere ver Roma en Netflix, los subtítulos siguen a disposición del usuario, pero reproducen con exactitud el lenguaje empleado por los actores.

A esa discusión se sumó otra, hace unas semanas nada más, después de que el presidente mexicano Andrés López Obrador exigiera perdón a España por la colonización. El reclamo (rechazado por el 60% de mexicanos, según reciente sondeo de El Financiero) fue desestimado tajantemente por las autoridades españolas, en lo que a mi juicio fue un despropósito, una oportunidad perdida. Bien pudo dársele la vuelta a la iniciativa impertinente de López Obrador para tender puentes con América Latina, para lo cual hubiese bastado con reconocer los abusos cometidos quinientos años atrás, sin tener que pedir expresas disculpas.

Si hoy uno quiere ver Roma en Netflix, los subtítulos siguen a disposición del usuario, pero reproducen con exactitud el lenguaje empleado por los actores.

El enfrentamiento propició que en diferentes espacios se reflexionara acerca del impacto de la herencia colonial, de la cual el castellano forma parte innegable. De hecho, hace unos días, en el cierre del último Congreso de la Lengua Española, en Córdoba, Argentina, la escritora María Teresa Andruetto cuestionó enérgicamente que se siga hablando de «lengua española» en lugar de «lengua castellana» y planteó preguntas tan válidas y disidentes cómo: ¿de quién es la lengua?, ¿quiénes la usufructúan?, y ¿qué valor tiene para la Real Academia Española de la Lengua (RAE) el idioma, o los idiomas, que hablamos en nuestro continente, muchas veces calificados como «regionalismos» o reducidos a «folclóricos»?

En ese mismo Congreso se evitó abordar otra disputa de estos últimos meses: la conveniencia o no de incorporar el llamado «lenguaje inclusivo», que apunta una «igualdad lingüística» erradicando todo síntoma de masculinización y discriminación sexual a través del uso de fórmulas neutras como «todes» en vez del genérico «todos», «elles» en lugar de «ellos», o «tuyes» en reemplazo de «tuyos».

Si bien hay países que alientan el uso de un lenguaje no sexista en sus instituciones, ya en setiembre del 2018 la RAE determinó que este debate es innecesario: «No es esperable que la morfología del español integre la letra «e» como marca de género inclusivo, entre otras cosas porque el cambio lingüístico, a nivel gramatical, no se produce nunca por decisión o imposición de ningún colectivo de hablantes». La semana pasada nomás, Mario Vargas Llosa fue más radical y calificó este planteamiento como un exceso «risible» y «aberrante», argumentando que el lenguaje no puede forzarse ni desnaturalizarse por motivaciones ideológicas.

Como se aprecia, es un momento de tensión para el español; de tensión pero, a la vez, de crecimiento constante. El español es una lengua compartida por el 7,6% de la población mundial, es decir, por 577 millones de personas; es el segundo idioma con más hablantes nativos en el planeta después del chino mandarín. Pero, ojo, se trata de una lengua dinámica, cambiante, imposible de uniformizar pese a los intentos academicistas; una lengua que se nutre de dialectos, que incorpora jergas y que está (o debería estar) atenta a las nuevas tendencias.

Si vamos a celebrar algo el 23 de abril, que sea la diversidad y riqueza de esta lengua en la que a diario nos comunicamos, queriéndonos, peleándonos, tratando simplemente de entendernos un poco.

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