Escritores y editores latinoamericanos como moscas en el lobby, picoteando bandejas, chocando sus copas de vino, observándose entre sí. También en la calle, bajo las palmeras, cruzando masivamente, de ida y de vuelta, la avenida que separa la zona hotelera del complejo ferial.
Escritores y editores muchas veces en las terrazas, hablando con periodistas que muestran o simulan cierto interés en sus obras. Sin duda en los restaurantes del vecindario, ocupando por lo general mesas largas, ruidosas, interminables. Y obviamente en los cócteles, recepciones, bares, cantinas, fiestas, pululando de aquí para allá como un enjambre confuso.
Escritores y editores, además –o mejor dicho, principalmente– en los cientos de salones de la Feria, mañana, tarde y noche, presentando libros, debatiendo con colegas, interactuando con lectores, firmando ejemplares, sintiéndose parte de una especie de comunidad privilegiada.
Todo eso ocurre en Guadalajara, la feria del libro más importante de Latinoamérica, la del campus imponente, la que aglutina más asistentes a lo largo de dos semanas intensísimas.
Este año me tocó ir por segunda vez y comprobé algo que ya había experimentado la primera: si bien resulta instructiva, a veces inspiradora, la discusión entre escritores y académicos acerca de la latinoamericanidad, de las tensiones entre nuestros gobiernos y nuestros pueblos, y de cómo los libros contribuyen a desentrañar misterios propios de nuestro entorno, si bien todo eso es motivador, pocas experiencias superan la de los «Ecos de la FIL», el encuentro con jóvenes de distintas escuelas preparatorias de la ciudad, que cada año reciben la visita de un escritor.
El 2016 me enviaron a Lagos de Moreno, pueblecito ubicado a dos horas del centro de la ciudad (donde, según el escritor tapatío Juan Pablo Villalobos, «hay más vacas que personas y más curas que vacas»). Allí los alumnos de la Preparatoria Regional, unos doscientos chicos de entre 15 y 17 años, me recibieron como si fuera Justin Bieber y me dedicaron una cálida atención.
Este año me tocó la Preparatoria número 7 de la Universidad de Guadalajara, donde un grupo de profesores y alumnos de los últimos grados escucharon lo que fui a contarles y lanzaron después preguntas interesantísimas acerca del estilo, la imaginación, la ficción, la familia y el futuro.
Cuánto hubiera querido yo, a los quince o dieciséis, en esa época en que tienes que tomar decisiones trascendentales sin saber muchas veces quién eres ni dónde estás parado, que cualquier escritor me hablara de sus convicciones, de cuán duro y cuán reconfortante es vivir para las palabras, y sobre la necesidad e importancia de contar aquello que nos duele, que nos falta, que alguna vez tuvimos y jamás recuperaremos.
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© Imagen de portada: Feria Internacional del Libro de Guadalajara