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Verónica Ramírez
Periodista

Mujer tenía que ser

Publicado el 10 de diciembre del 2020

Verónica Ramírez
Periodista

Mujer tenía que ser

Publicado el 10 de diciembre del 2020

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El mito de Frida Kahlo nace entre fierros retorcidos, en medio de la catástrofe que le sobrevino cuando un tranvía chocó contra el autobús en el que viajaba junto a su novio. Tenía 18 años. Y, como ella misma diría muchos años después acerca de su condición física, no quedó enferma sino rota. Las lesiones en la columna y en la pierna derecha, sumadas a la cojera producto de la poliomielitis que sufrió a los 6 años, la hicieron soportar más de 30 operaciones quirúrgicas, una adicción a los analgésicos y al alcohol y  la imposibilidad de ser madre. Ese cuerpo herido, incómodo, deforme y en permanente sufrimiento configuraría el lenguaje de una de las artistas más importantes del siglo XX, la que hizo del trauma una fuente inagotable de fantasía, la que fue capaz de convertir el dolor en fuerza vital.

¿Se puede expresar el dolor? En su libro The Body in Pain, Elaine Scarry dice: “lo que sea que el dolor logre, lo logra en parte a su imposibilidad de ser compartido”. De alguna forma, Frida Kahlo sí compartió la dimensión de su dolor a través de sus diarios y obras. Sus cuadros, muchas veces protagonizados por ella misma (“Me pinto a mí misma porque soy a quien mejor conozco”) y por esas criaturas que formaban parte de su vida cotidiana (venados, monos, perros, pericos y peces) dan cuenta del infierno que la devoraba por dentro y que ella expresaba con extrañeza, color y melancolía. 

“Me pinto a mí misma porque soy a quien mejor conozco”

La vida de Frida Kahlo estuvo fuertemente influenciada por el muralista Diego Rivera. Ella tenía 22 y él 43 cuando se unieron por primera vez. La madre, desde el principio, adivinó el futuro de pasiones, traiciones y tormentos que les depararía el destino. “Es la unión de un elefante con una paloma”, dijo. A lo que Frida añadió “(Diego) fue el segundo gran accidente de mi vida”. Aun así, se amaron con locura durante 25 años: fueron infieles, se divorciaron y se volvieron a casar. A pesar de todo, algo indestructible los unía: la política, el arte, la mexicanidad, la admiración mutua y esa Casa Azul, hoy convertida en museo, donde convivieron e imprimieron tanto carácter y originalidad. 

Frida tenía un estilo único, usaba una gran cantidad de joyas, se adornaba con flores, vestía, ropa tradicional mexicana, tehuanas y rebozos a los que añadía alegría y desenfado. Se vestía así, de forma llamativa, para distraer la atención y para que los ojos de quien la mirara se posaran en su ceja continua, en la sombra de su bigote o en sus atuendos incomparables.  No en su cojera, no en los corsés ortopédicos que la mantenían erguida, no en las heridas que le destrozaron el cuerpo. 

En el prólogo de El diario de Frida Kahlo. Un íntimo autorretrato, Carlos Fuentes describe la primera vez que la vio, en el Palacio de Bellas Artes cuando ambos coincidieron en la presentación del Parsifal de Wagner. “Era la entrada de una diosa azteca, quizá Coatlicue, la madre envuelta en faldas de serpientes, exhibiendo su propio cuerpo lacerado y sus manos ensangrentadas como otras mujeres exhiben sus broches”. 

“Era la entrada de una diosa azteca, quizá Coatlicue, la madre envuelta en faldas de serpientes, exhibiendo su propio cuerpo lacerado y sus manos ensangrentadas como otras mujeres exhiben sus broches”.

Además de su obra y su imponente presencia, están sus famosos amoríos con Trotsky o Chavela, que solo alimentan un poco más el mito Kahlo. Aunque la verdadera fuerza existencial de Frida estuvo en desafiar las convenciones del contexto realista donde se desarrolló artísticamente. Sus contemporáneos tenían muy presente el compromiso con el obrero, el campesino y la tierra. Ella, si bien también incluía elementos vernáculos en su obra, rompió esquemas al incluir sus fantasías más tenebrosas, vinculadas a sus abortos, su cuerpo roto, su sexualidad. En un ambiente completamente machista, se mostró desnuda y orgullosa. Hay quienes quisieron etiquetarla como surrealista, pero ella dijo que no pintaba sueños sino su propia realidad.

Cada tanto, un museo contemporáneo inaugura una nueva retrospectiva con sus objetos personales, se descubre el único registro radiofónico de su voz o sorprenden al penúltimo falsificador de sus cuadros. Sus palabras no se apagan: “Sentirme encerrada, sin miedo a la sangre, sin tiempo ni magia, dentro de tu mismo miedo, y dentro de tu gran angustia, y en el mismo ruido de tu corazón”. 

Frida murió de bronconeumonía en 1954, a los 47 años, cuando ya planteaba quitarse la vida por el sufrimiento que le reportaba cada gesto. Su importancia en el mundo es imparable. Es una marca, una estética, una sensación, un lugar y el recuerdo constante de que vivió la vida como quiso y fue capaz de convertir ese dolor inconmensurable en una forma de arte. 

Frida Kahlo (1907-1954)

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