No todos tienen la suerte de nacer del amor. Como fue el caso de tantas otras mujeres de su tiempo, Francisca Pizarro, nacida en 1534, fue el fruto de una relación obligada. Su madre, Quispe Sisa -más tarde Inés de Huaylas-, fue uno de los regalos que su hermano Atahualpa le ofreció al conquistador Francisco Pizarro.
“¿Se enamoró doña Inés de su amante?”, se pregunta María Rostworowski en su libro Doña Francisca. Una ilustre mestiza. “¿Qué sentimientos surgirían entre las mujeres andinas ante el invasor? ¿Se conjugarían en ellas las cambiantes circunstancias sufridas en tumultuosas contradicciones de amor y de odio?”.
Pizarro, probablemente seducido por su belleza y juventud llamaba “pispita” a Inés. Ella tenía 16. Él, 46. La unión duró lo que tardó la concepción y nacimiento de dos niños: Francisca y Gonzalo. Luego Pizarro se enamoró de otra mujer e Inés rehízo su vida con el nuevo marido que le impusieron y alejada de sus hijos.
Francisca fue criada por sus tíos españoles, Francisco Martín de Alcántara e Inés Muñoz. Aprendió a leer y a escribir, tocaba el clavicordio y practicaba la danza, pero a los 7 años la fantasía se quebró. Su padre fue asesinado y ella empezó una huida frenética, después de esconderse en un convento, hacia Tumbes, Quito, de vuelta a Trujillo y, posteriormente, Lima.
A los 11 años era una niña sin infancia, verdaderamente rica y solitaria. Su único hermano de padre y madre falleció y ella quedó como heredera de los bienes y encomiendas del conquistador. Su tío Gonzalo pensó que ya era momento de casarla y es posible que él mismo se propusiera como primer candidato, “pero su agitada vida política y su rebelión echaron por tierra cualquier intento”, escribe Rostworowski.
A los 17 años, en 1551, llegó a la España que solo conocía de oídas y se casó con otro de sus tíos, Hernando Pizarro, 30 años mayor que ella. A su lado vivió recluida durante 10 años en el castillo de La Mota, en Medina del Campo. Tuvieron 5 hijos y, a lo largo de su vida, Francisca vio morir a 4 de ellos.
De la mujer que siempre es recordada como “la primera mestiza” sin necesariamente serlo, se sabe poco. No dejó cartas de su puño y letra. Curiosamente, se pueden deducir sus afectos por los distintos testamentos que tuvo que firmar en vida. De ellos se pueden desprender algunas cosas: consideraba a los más necesitados dejándoles dinero y vestimentas y era una mujer piadosa por las capillas y vírgenes que quería construir y adquirir para que la protejan en el más allá. También se sabe por las listas de compras y controles de gastos que invirtió gran parte de su fortuna en una vida lujosa, donde nunca faltaban ropas, botines, telas, joyas y vajillas de plata
A los 11 años era una niña sin infancia, verdaderamente rica y solitaria. Su único hermano de padre y madre falleció y ella quedó como heredera de los bienes y encomiendas del conquistador
Francisca no recibió una educación sentimental e intelectual enraizada en su herencia materna ni en su lugar de origen. A ella la criaron para que olvidara su procedencia. A pesar de sus privilegios, Francisca, como sus coetáneas, fue incapaz de elegir su destino.
El único gesto de voluntad propia que se permitió fue tarde y en el amor. A los 44 años, ya viuda de Hernando, se casó con Pedro Arias Portocarrero, hermano de su nuera y muchísimo menor que ella. La unión fue un escándalo en su momento, pero ella, al elegir por primera vez a quien amar, quizás pudo, finalmente, conocer el verdadero significado de la libertad.
Francisca Pizarro Yupanqui (1534-1598)