Le pusieron el nombre de la ciudad italiana donde nació, aunque luego pasaría la mayor parte de su vida en una casa de campo inglesa. Florence Nightingale era una niña matemática que diseñaba tablas para organizar su enorme colección de conchas de mar y una niña lectora que a los ocho años escribía pensamientos y reflexiones en diarios que llegaron a completar una biblioteca. A pesar de sus inquietudes, las chicas de su tiempo y su clase social estaban destinadas a casarse y tener hijos. Para ella, esa posibilidad hubiera significado “un suicidio”. Quizás por eso, a los 17 años sintió “una llamada de Dios para hacer el bien”. Así, gracias a una revelación mística, nació la vocación férrea de la mujer que se convertiría en una heroína de su tiempo por sentar las bases de la enfermería moderna.
En 1854 la enfermería no era una profesión respetada. Era el último trabajo imaginable, una labor que no exigía ningún tipo de preparación y estaba destinada a mujeres mayores o personas de bajos recursos. Los padres de Florence se negaron en rotundo a que su hija formara parte de ese gremio desafortunado. Ella persistió y se inscribió en un curso para adquirir los conocimientos básicos de enfermería e irse a la guerra de Crimea como voluntaria a cuidar de los soldados ingleses heridos en combate.
Antes de Nightingale los enfermos compartían camas, no contaban con ropa limpia, se intentaban curar en habitaciones sin ventilación ni luz, y sus vidas estaban en manos de pocos doctores y voluntariosas pero inexpertas enfermeras. Los pacientes no morían debido a los males o heridas que traían: morían de tifus, tifoidea, cólera o disentería, enfermedades adquiridas en los propios hospitales debido a las pésimas condiciones de salubridad.
La dama de la lámpara. Así la empezaron a llamar los soldados cuando hacía rondas por la noche para vigilar las heridas y aliviar los dolores de los enfermos. Florence ventilaba las habitaciones, creó una lavandería, mejoró la alimentación de los pacientes e impuso nuevas normas de higiene. Con el tiempo, el índice de enfermos y fallecidos disminuyó considerablemente. Entonces, todo el país empezó a llamarla igual que los soldados. La dama de la lámpara volvió de la guerra con la idea revolucionaria de reformar los hospitales y el sistema sanitario.
“Toda enfermedad, en algún momento u otro de su curso, es más o menos un proceso reparador, no necesariamente acompañado de sufrimiento: un esfuerzo de la naturaleza para remediar un proceso de envenenamiento o de decadencia que ha tenido lugar semanas, meses o a veces hasta años atrás…”, escribió en su famoso manifiesto Notas sobre enfermería: qué es y qué no es, considerado el primer plan de estudios de enfermería.
En 1860, Florence creó la primera escuela para enfermeras, escribió miles de cartas, publicó libros y creó gráficos estadísticos para persuadir al parlamento y a los funcionarios de reformular el desastroso servicio de salud. Gracias a su incansable labor, más política que práctica debido a una extraña enfermedad que la mantuvo la mayor parte del tiempo postrada, se establecieron nuevos departamentos en los hospitales del ejército. Otra de sus grandes contribuciones fue el entrenamiento de enfermeras para cuidar de los más necesitados en sus propios domicilios. Por todos estos motivos Henry Dunant se inspiró en ella para crear la Cruz Roja.
Hoy, el juramento y compromiso que realizan las enfermeras del mundo al graduarse lleva el nombre de Florence Nightingale. El 12 de mayo, fecha de su nacimiento, se celebra el Día Mundial de la Enfermería, y este año ha sido declarado Año Internacional de la Enfermera y la Comadrona para conmemorar su bicentenario.
“Toda enfermedad, en algún momento u otro de su curso, es más o menos un proceso reparador, no necesariamente acompañado de sufrimiento: un esfuerzo de la naturaleza para remediar un proceso de envenenamiento o de decadencia que ha tenido lugar semanas, meses o a veces hasta años atrás…”
A pesar de tener una salud inestable, Florence Nightingale murió a los 90 años después de ser la primera mujer en recibir la Orden de Mérito. “Qué pocas cosas se pueden hacer bajo el espíritu del miedo”, escribió alguna vez. Se refería a la enfermedad, al caos, a la parálisis, a la guerra. Sin embargo, la persistencia de la dama de la lámpara supo desafiar ese miedo, mirar de frente a la enfermedad y lograr avances extraordinarios en tiempos también oscuros.
Florence Nightingale (1820-1910)