Leonor Chávez Rojas nació en Huancayo, en el distrito de Pucará, en 1935, aunque ganó la fama que jamás imaginó y la consecuente posteridad bajo el nombre de Flor Pucarina, la Faraona de la Canción Huanca.
Antes de cumplir los 10 años llegó a Lima, específicamente al distrito de La Victoria, como tantas otras familias provincianas que abandonaron sus lugares de origen para buscar oportunidades laborales en la ciudad.
Leonor vivió su infancia en la pobreza y la marginalidad. Tuvo que hacer de todo para sobrevivir en una ciudad que la expulsaba: vendió frutas y verduras, trabajó como empleada doméstica en El Callao, se dedicó a la costura. De vez en cuando, todavía en soledad, cantaba rancheras con esa voz desgarrada y honda que más tarde llenaría coliseos, clubes departamentales y fiestas patronales.
Dicen que fue descubierta por una maestro de ceremonias necesitado de voces nuevas para celebrar conciertos. Varias versiones coinciden en que un 8 de diciembre de 1958, a los 23 años, debutó en el coliseo de La Victoria con el tema Falsía, aunque sobre este tema hay algunas dudas por no existir un registro que lo certifique.
“Sus canciones son de queja y también de rebeldía, de reclamo, de reproche”, dijo el periodista Antonio Muñoz Monge, gran conocedor de la vida de Flor Pucarina y autor de una novela sobre su vida, titulada Peregrina y publicada por la editorial Lancom en 2018.
Efectivamente, al revisar su discografía se encuentran huaynos, huaylarsh y mulizas que expresan un profundo dolor, como Airampito (“Tantas mentiras, tantas traiciones me han perdido, que no quisiera amar a nadie en este mundo”), Tú nomás tienes la culpa (“Porque he caído en desgracia pensarás que estoy perdida. No creas y no te engañes. Queda mucho del camino y otro será mi destino”) o la célebre Sola siempre sola (“Voy rodando por el mundo sin consuelo en la vida”).
La Faraona de la Canción Huanca se convirtió en la representación de la vida con grandes sacrificios y pocas recompensas, pero, sobre todo, de un Perú olvidado que empezaba a alzar la voz.
La Faraona de la Canción Huanca se convirtió en la representación de la vida con grandes sacrificios y pocas recompensas, pero, sobre todo, de un Perú olvidado que empezaba a alzar la voz.
“La prodigiosa difusión alcanzada por la canción folklórica andina, especialmente de la huanca, ha hecho aparecer, como es natural, “estrellas” intérpretes de esa música. Casi todos eligieron nombres de aves y flores para presentarse en público: Flor Pucarina, Las Golondrinas, El Gorrión Andino, Raymi Tika, Sumac Tika, El Picaflor de los Andes, El Gavilán Negro. Muchos de ellos son verdaderos ídolos, y sus palacios o templos son los coliseos de Lima y de las provincias, su reino, los millones de oyentes de discos y radio”, escribió José María Arguedas.
La Puca, como cariñosamente la llamaban, se convirtió en un personaje de culto, en una leyenda envuelta en el desamor que la acompañó siempre y en las vestimentas coloridas con las que iluminó el camino de las muchas cantantes vernaculares que vendrían después.
Llegó a vender un millón de copias en 1965, una cifra absolutamente impensable para una cantante provinciana de la época. Se convirtió en una verdadera estrella. Sus canciones se celebraban con alegría, complicidad y mucha cerveza.
En 2021, 35 años después de su muerte, se publicó la distinción póstuma que le otorgó el Ministerio de Cultura por haber impulsado la masificación de la música andina.
Flor Pucarina murió el 7 de octubre de 1987, a los 52 años, víctima de una insuficiencia renal, y 40,000 personas acompañaron sus restos desde San Martín de Porres hasta el cementerio El Ángel. Entonces, muchos todavía no sabían quién era esta mujer que tantas personas lloraban. Hoy, Flor, “la única”, “la incomparable” o “la reina del centro”, como solían llamarla, es considerada una heroína popular, una verdadera leyenda.
Flor Pucarina (1935 – 1987)