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Renato Cisneros
Periodista, poeta y novelista

Que sabe nadie

Publicado el 25 de septiembre del 2020

Renato Cisneros
Periodista, poeta y novelista

Que sabe nadie

Publicado el 25 de septiembre del 2020

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Fotografía: Lisbeth Salas | El País

1.

«La literatura, como el arte en general, es la demostración de que la vida no basta». Las palabras de Fernando Pessoa describen con exactitud el ánimo reinante la semana pasada en el Hay Festival de Segovia, el primer festival literario realizado en España de modo presencial durante la pandemia. 

Y es que fue conmovedor ver al público acudir a las charlas –restricciones y cuidados de por medio– sin disimular su expectativa o ansiedad por reencontrarse con sus escritores favoritos, como si verlos y oírlos reflexionar acerca de la vida, la muerte, la soledad, el medioambiente, el encierro, etcétera, fuera no solo un desahogo en medio de esta crisis global, sino una urgencia superior, una forma simbólica de dejar sin efecto la distancia social, una prueba de que, tal como advertía Pessoa, la vida por sí sola, hoy más que nunca, no alcanza para explicarse a sí misma. 

2.

El sábado por la mañana me tocó subir al escenario para conversar con la escritora bilbaína Gabriela Ybarra acerca de cómo llevar los duelos familiares a la literatura. La cita fue en La Alhóndiga, un edificio gótico del siglo XVI que en la época de los reyes católicos funcionaba como granero. La charla fluyó de lo mejor, pero mirar hacia la audiencia resultaba inquietante: la obligada alternancia de sillas ocupadas con vacías daba a la sala un aspecto fantasmagórico, como si cada persona estuviese sentada al lado de un espíritu. Además, intrigaba la expresión con que los asistentes enmascarados acompañaban la conversación, no sabías si sonreían o bostezaban debajo del barbijo. Felizmente el uso de guantes higiénicos ha sido desaconsejado, pensé al final de la charla, de lo contrario no se hubiesen escuchado los aplausos. 

En tren, desde Madrid, llegas a Segovia en veinticinco minutos. A través de la ventana el cambio geográfico es radical: van quedando atrás la urbe, las autopistas y poco a poco va pronunciándose la hermosa sierra de Guadarrama. Segovia es famosa por su imponente acueducto romano, clavado en el centro de la ciudad; por su catedral, sus castillos, sus vistas y jardines; porque allí vivió y se enamoró Antonio Machado; y por el legendario cochinillo que se devora en los restaurantes locales después de partir en dos al crocante animal usando un plato como rodillo. 

Por esas calles se dejaron ver algunos de los novelistas españoles más leídos del momento, como Javier Cercas, Sergio del Molino, Julia Navarro, Rosa Montero, Fernando Savater, Manuel Vilas o Almudena Grandes, pero también autores extranjeros como el francés Éric Vuillard, ganador del premio Goncourt 2017 por su excelente novela «El orden del día». La tarde del mismo sábado, huyendo de la lluvia me refugié bajo el toldo de un restaurante de la plaza mayor. Minutos después, un amigo me presentó a un tipo alto, rubio, de unos cincuentas años. Era Éric Vuillard. Cuando me saludó en perfecto castellano, le pregunté dónde lo había aprendido. En Perú, dijo, para mi sorpresa. El francés vivió cinco meses en Cusco como parte de una investigación para escribir «Conquistadors» (2009), la novela donde narra precisamente la llegada de los españoles a tierra peruanas y los acontecimientos que siguieron a la caída del imperio incaico. 

«No hay mayor violencia que la falta de oportunidades», dice el escritor mexicano Guillermo Arriaga, premio Alfaguara 2020, guionista de la poderosa  Amores Perros. Lo dice desde una pantalla desplegada en la parte alta del escenario del teatro Juan Bravo. Confinado en México, Arriaga se muestra resignado a participar del festival de modo virtual. Con el aforo reducido a un 30%, los asistentes están separados,  dispersos en las galerías, mirando a Arriaga como quien mira una película (una película de Arriaga), en una suerte de sesión invertida  de Zoom. El mexicano habla de su última novela, «Salvar el fuego», de sus miedos, del machismo y la discriminación como marcas distintivas de una América Latina que, a la par que lucha contra esos flagelos, persiste en la búsqueda de una identidad, una dirección, un futuro. 

En festivales como estos se aprende, se conoce, se transmite, se dialoga, se intercambia. Pronto celebraremos la versión peruana del Hay Festival, en Arequipa, pero hay que esperar unas semanas para saber si a la dinámica virtual se logra sumar la experiencia presencial (qué raro es todo: lo que era normal se ha vuelto improbable, y lo que era complementario se ha vuelto imprescindible).  Si no fuera posible, tocará seguir accediendo a plataformas digitales, esa solvente alternativa tan útil para estos tiempos que, sin embargo, de ninguna forma suplanta la energía, la vitalidad, la emoción que surge cuando las personas nos encontramos. 

 

(******)

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